Estamos próximos a conmemorar los 200 años de nuestra "independencia". Llevábamos entonces más de 300 bajo la conquista española, que fue más lo que se llevó que lo que nos dejó.
Estos 200 años se han caracterizado por permanentes luchas internas, absurdas y causantes de lamentables atrasos económicos, sociales y culturales, difíciles de subsanar. Como responsables se pueden señalar a unos partidos políticos carentes de principios definidos, de ideales fortalecidos y renovados y de organizaciones actualizadas y eficientes.
Terminada la gesta libertadora, Bolívar -su gestor y vencedor- murió a los pocos años frustrado y desengañado, implorando inútilmente por el cese de los partidos y la consolidación de la unión, previendo lo que nos sucedería de no lograrlo. No se equivocó.
Nuestra democracia, siguiendo los postulados de Montesquieu, se asienta en los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, independientes entre sí, que exigen mutuo respeto y acatamiento a sus decisiones. Pero su desconocimiento y desacato, a veces con explicaciones que pueden tener sentido, nos han llevado a un conflicto casi permanente, caracterizado por guerras civiles, rebeliones y sediciones que dieron origen a las guerrillas, las autodefensas y los paramilitares, todos bajo el rasero de la corrupción, que luego convergieron en el "agujero negro" del narcotráfico.
Ante la magnitud de las circunstancias anotadas se llegó a la Constitución de 1991 -después de 100 años de no practicarle cambios fundamentales- donde se reconocieron todos los partidos, se crearon dependencias con normas económicas y judiciales, como la autonomía del Banco de la República, el Fiscal General, el Consejo Superior de la Judicatura y la Corte Constitucional, que antes era una Sala de la Corte Suprema de Justicia.
El reconocimiento de los partidos, bajo ciertos requisitos, corrigió un error grave del Frente Nacional que sólo aceptó los dos tradicionales. Pero la condición humana se contagia con facilidad de toda clase de ambiciones, donde sólo importa el poder del dinero, el de la política y el prestigio y la fama, a cualquier costo. Para ello se alimenta de sus odios, soslaya las buenas costumbres y la escala de valores y termina rezagada en la delincuencia, sin reato alguno.
La Constitución de 1991 tuvo varios errores, entre ellos la creación de la Corte Constitucional y del Consejo Superior de la Judicatura, agregado a una tutela confusa y sin límites, confiriéndoles funciones dudosas e imprecisas, que han causado contradicciones e interpretaciones erróneas para unos y acomodaticias para otros, motivando los famosos "choques de trenes y de poderes".
La realidad es que los últimos acontecimientos nos tienen absortos y perplejos. El orden público parece deteriorarse de nuevo, la economía aparentemente se detiene en algunos campos y el desempleo no disminuye, mientras se vienen presentando cotidianos enfrentamientos entre los tres poderes del Estado.
El Presidente tiene muy bien definidas las orientaciones que exigen toda su atención, cuáles son la seguridad y la inversión interna y externa que conduzca a un mejoramiento en el campo social. Se precisa atender totalmente las NBI esenciales como son la salud, la alimentación y la educación para los estratos 1 y 2, hasta la primaria.
Pero la oposición feroz e implacable orquestada por la mayoría de los medios, busca desprestigiar a Uribe a toda costa. Ejemplo claro lo constituye la operación "Jaque", que fue una de las hazañas más grandiosas realizadas en los 200 años de nuestra independencia, la minimizan y desprestigian dizque porque algunos militares exhibieron el emblema de la Cruz Roja, pero sin pensar que ello pudo haber sido definitivo para el éxito.
La oposición despiadada e injusta, nos tiene sumergidos en una gran confusión y en un temeroso caos.
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