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Peor imposible

En Venezuela se están dando todos los ingredientes de una revuelta política y social de impredecibles consecuencias. Los muros de contención que dejó Chávez, Maduro los ha derribado a golpes de dictador.

04 de mayo de 2013
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Dos frases, una de afuera y otra desde el ámbito interno, podrían servir para definir lo que vive actualmente Venezuela.

El presidente Juan Manuel Santos dijo hace poco más de un año que Hugo Chávez era un factor de estabilidad para Venezuela y para la región. Vaya que tenía razón.

La segunda, surgida de las entrañas del chavismo, la pronunció esta semana el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, quien afirmó que Chávez era un muro de contención que evitaba que se hicieran muchas locuras en Venezuela. Vaya premonición de lo que pueda pasar en los próximos días y meses.

Y como Chávez ya no está y su fantasma se ha diluido con la rapidez que corrompe el poder mal habido, Venezuela está hoy en el peligroso camino de una confrontación de masas, bien sea por razones ideológicas o por necesidades sociales. Nadie sabe cuál pueda ser peor, y si es posible evitarla, como quisiéramos.

Los hechos violentos, y penosos, de los últimos días no son un buen presagio. Como en la Ley de Murphy, "todo lo que va mal es susceptible de empeorar" y los muros de contención se han caído donde menos podían hacerlo: en la Asamblea Nacional, foro de debate democrático por naturaleza.

Las agresiones contra los miembros de la oposición, previa negativa a su derecho de participación y debate, marcan un pésimo precedente y envían peligrosos mensajes de intolerancia hacia las calenturientas calles venezolanas, donde la división del país es más palpable e impredecible.

Nicolás Maduro ya no enfrenta a Henrique Capriles, sino a casi la mitad de los venezolanos que pidieron en las urnas un cambio de modelo. Y los golpes en el recinto de la Asamblea, ojalá que no, pueden trasladarse a los escenarios callejeros, como ya se vivió en los albores de los comicios del pasado 14 de abril.

La impugnación de dichos resultados por parte de la oposición no despeja el camino; lo hace más tortuoso y explosivo. No por la impugnación, ajustada a derecho, sino por la reacción que ya se siente en las huestes del oficialismo y del Consejo Nacional Electoral, una vez más comprometido en su independencia y compromiso con la democracia.

De la forma más burda posible, dado que la imitación jamás igualará al original, Maduro acude al libreto chavista que pone a Estados Unidos y a Colombia como responsables de querer asesinarlo. Señaló nombres: Roger Noriega y Otto Reich, y al expresidente Álvaro Uribe.

Sólo que esta vez, la credibilidad de su elección está tan entredicho como su teoría de conspiración. Maduro no sólo es un factor de inestabilidad para Venezuela sino para la región, porque él mismo se encargó de derrumbar los muros de contención que, según Cabello, había montado Chávez.

Y es ahí cuando resulta mucho más lamentable y riesgoso el silencio del vecindario. Unasur, por ejemplo, corrió a reconocer a Maduro con sospechosa rapidez a cambio de una auditoría total de los votos, la misma que no se cumplió ni se cumplirá.

Esa dudosa credencial es la que envalentonó a Maduro y, de carambola, a sus escuderos en la Asamblea Nacional. No sabemos si esa credencial le alcance para protegerse de la bomba social que día a día se incuba en las calles venezolanas, bajo la mirada pasiva y hasta cómplice de los vecinos y de buena parte de la comunidad internacional.

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