No es solo la tristeza de tener que dejar el ranchito en el barrio de invasión, el que se construyó, luego de humillaciones pasadas, tabla a tabla, pedazo a pedazo de zinc, cartón o cemento; es también el dolor en estos mundos de abandono donde las lágrimas parecen ser otra forma del amor.
Quizás muy pocas personas en Medellín conozcan de la existencia del barrio El Desierto, comuna 3 (Manrique). Para muchos de sus moradores, El Desierto es la misma esperanza de la de aquel hombre que cayó al vacío desde la terraza de un edificio de 30 pisos. En su caída libre, cada vez que cruzaba un piso se repetía a sí mismo, hasta aquí todo va bien...
El Desierto está poblado, en su mayoría, por desplazados que no terminan de huirle a la violencia o la miseria y que precisan el urgente apoyo del Estado y la sociedad para detener su caída libre antes de chocar contra el piso de la indigencia o, Dios no lo quiera, la muerte, que sería el destierro final.
Estos días, gracias a la acción de la Policía, la Alcaldía y el Gobierno Nacional, El Desierto, abandonado por casi todos sus moradores que quedaron atrapados en el nuevo capítulo de violencia que sacude los sectores más desfavorecidos de la ciudad, se hizo visible para el resto de Medellín.
Las noticias que de allí llegan son de esperanza. La Policía copó el sector y permitió a las familias retornar o encontrar algo de paz en esta suerte de paraíso que nadie les había prometido. Este fin de semana la Alcaldía, también comprometida con la resurrección de este barrio y otros de la zona nororiental, llegó con todas sus secretarías para implementar distintos programas de impacto social.
¡Que nadie olvide El Desierto!
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