Rompiendo la tradición, Isabel Sofía Cabrales llegó puntual a la Catedral.
Julio De Ávila, el cochero que la llevó a la iglesia, contó que la novia todo el tiempo le estuvo diciendo que se apurara, que la estaban esperando.
Así que a las 8:00 en punto de la noche, tal como estaba previsto, Isabel Sofía descendió del coche en el que venía acompañada de su padre, Enrique Cabrales.
Sonriente y muy tranquila accedió a la petición de los periodistas de bajarse por el lado derecho para que se pudiera apreciar su vestido de Hernán Zajar, muy sencillo, acorde a su personalidad, en tono marfil, escote palabra de honor, descrito por el diseñador como un juego de plisados y drapeados al sol.
Adentro la esperaba el novio, Tomás Uribe, quien había llegado quince minutos antes en una buseta acompañado de su familia y de Figo, el perro de raza pug, mascota de la pareja.
La novia posó, se despidió e ingresó a la Catedral, a esa hora sin luz por una recarga en los circuitos, por el aire acondicionado. La ceremonia empezó a la luz de las velas que adornaban el altar y los pasillos de la Catedral.
Tomás y Isabel Sofía se dieron el sí en un ambiente decorado con hojas de balazo y cartuchos blancos, y salieron de la iglesia convertidos en marido y mujer.
Luego de saludar a los cartageneros que llenaban las calles, se dirigieron al teatro Heredia, donde sus 180 invitados disfrutaron una cena compuesta por arroz con coco presentado en una cama de plátano, lomo cocinado al estilo de la posta cartagenera, plátano en tentación con Kola Román, y helado de zapote.
Mañana viajarán a China, para su luna de miel.
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