Nadie puede decir que Chávez haya pasado al olvido sólo un año después de morir. Una muerte que cerró una larguísima agonía, con el presidente oculto en un hospital secreto en La Habana, y que su régimen ha vendido desde el principio como el colofón de una vida heroica, donde el caudillo murió consumido por haber agotado hasta la última de sus energías en rescatar el bolivarianismo y la dignidad de su pueblo.
No hay que despreciar en ningún momento la huella que dejó entre la población del vecino país, para bien o para mal, el líder de Sabaneta, Estado de Barinas. El teniente coronel Hugo Chávez irrumpió en la actividad política mediante una intentona golpista que agravó la turbulenta crisis política en 1992, y desde ese momento no paró.
Con especiales dotes para conectar su oratoria, casi siempre torrentosa, con unos auditorios crecientes que se tornaron en masas, y en campaña permanente, no tuvo inconvenientes en arrasar en cuantas elecciones se presentaba, con la única excepción del referendo de diciembre de 2007 para reformar la Constitución.
Tan pronto comenzó a ejercer el poder (Chávez asumió la Presidencia en febrero de 1999) empezó también su progresivo giro hacia la izquierda, hasta asumir como propias las políticas del régimen de Fidel Castro, y dar partida de nacimiento al "Socialismo del siglo XXI".
El concepto de democracia de Chávez se fundamentó, ante todo, en la convocatoria continua de elecciones, en las que, como decíamos, triunfaba indefectiblemente. A medida que avanzaba su permanencia en el mando, y copaba todos los espacios institucionales del poder público, incluyendo el electoral, la transparencia de los comicios era puesta en duda.
Venezuela le quedó pequeña (sus problemas no, pues demostró que como gobernante no se ocupaba mucho de la marcha de su administración) y buscó protagonismo internacional. Lo logró. No sólo por su largueza con los beneficios del petróleo para obtener adhesiones -que también las aseguró- sino por un discurso plagado de invocaciones a la integración (cuando su radicalismo, de hecho, dividía) y de reivindicación de los "olvidados y explotados por el capitalismo".
No hay duda de que Chávez arropó con sus políticas populistas a una capa inmensa de población que nunca había visto presencia estatal. Masas que hoy añoran al caudillo, pero que no se han incorporado a un esquema productivo que haga prender los motores de la economía. Todo deriva de subsidios y asistencialismo que el Estado venezolano, aún con su petróleo, no parece en capacidad de sostener indefinidamente.
Sin Chávez, el chavismo no parece haber muerto como llegó a pensarse. Está peor de liderazgo, eso sí, al punto de que hoy en muchos ámbitos se echa de menos al comandante. Las divisiones que dejó a su muerte son más agudas, y la situación de su país es la peor. Su discurso cautivó a muchos, pero la realidad que dejó muestra, más que todo, estragos.
Su intolerancia a la crítica, su aversión contra la prensa independiente, su estilo autoritario y su violencia verbal contra todo el que se le opusiera, son hoy una pesadilla aún más cruda y dolorosa en manos de sus incapaces herederos políticos.
EL EXPERIMENTO DE CHÁVEZ FUE DESCALIFICADO DEMASIADO TEMPRANO
Por WILLIAM OSPINA
Escritor colombiano, Premio de Novela Rómulo Gallegos (2009)
Chávez intentó contrariar la tendencia contemporánea de dejar todo en manos del mercado, y tratar de reivindicar el papel del Estado en el proceso de intervenir la economía para garantizar oportunidades a las personas excluidas del mercado, que es una dinámica caracterizada por el afán de lucro y el egoísmo. Yo me pregunto a partir de qué capacidad adquisitiva tienen las personas posibilidad de reivindicar sus derechos humanos. Porque los derechos de los humildes no existen. Nunca se habla de crisis de derechos humanos cuando se vulneran los derechos de las personas humildes. Yo no digo que el esfuerzo venezolano sea plenamente exitoso. Es una tentativa. Es muy difícil abrirle camino en una época de tanto egoísmo y tanta ceguera, en la que las grandes clases medias sólo piensan en sus intereses y no les importa qué le pase al resto de la sociedad. Y de grandes sectores empresariales que piensan solo en sus horizontes de lucro. A mí no se me hace raro que sean los países de América Latina donde surja el deseo y la voluntad de cambiar un poco las cosas tratando de utilizar al Estado para traer algo de equilibrio. Pero la resistencia del modelo es muy grande.
Es un experimento por supuesto susceptible de toda crítica, pero al que se calificó demasiado temprano de despotismo y de tiranía, solamente porque venía a cambiar los modelos, a dudar del todopoder de la banca y de la industria.