Ya son 25 años defendiendo las segundas oportunidades que la vida y la ciencia regalan. María Cristina Isaza y Roberto Gómez, al igual que los pacientes que se acercan a la asociación que ellos representan, llevan consigo un órgano trasplantado.
A María Cristina le dieron apenas cinco años de vida tras la intervención quirúrgica en la que recibió un riñón. Sus plegarias pedían al cielo unos cuantos años para ver crecer a sus tres hijos. Hoy, 27 años más tarde, esta abuela disfruta la satisfacción del deber cumplido.
"Cumplí mi misión, gracias a Dios con todo lo que he vivido", dice. En su conversación, sugiere que es alguien que ha sobrepasado su esperanza de vida en más de dos décadas y por eso no le teme a la muerte.
A principios de los años 80 los trasplantes estaban lejos de ser vistos como un procedimiento común. María Cristina era candidata a trasplante renal.
Pasó por un coma, semanalmente tenía que someterse a tres diálisis que la dejaban "escurrida" y su vida laboral se vio afectada en extremo. Finalmente, como a las centenares de personas que se han acercado hasta la Asociación Nacional de Trasplantados desde entonces, el donante llegó.
"Todos los días rezo por esa persona", afirma Isaza. Trató de saber quién era.
Sospecha que se trató de un joven, un niño quizá, a quien la violencia de finales del siglo pasado le pasó cuenta de cobro. Dice que en sus oraciones diarias está presente también la madre que quiso dar algo de su hijo para multiplicar la vida.
Ocho días después del trasplante, María Cristina, quien por entonces entraba en sus cuarenta años, recobró la fuerza, la alegría, la esperanza de ver a sus hijos crecer.
Dos años más tarde emprendió, "con las uñas", la tarea de construir una fundación para velar por los derechos de los pacientes trasplantados.
Hoy esas luchas se ven reflejadas en un servicio vital para las cerca de 400 personas que permanentemente están vinculadas con las actividades de la Asociación Nacional con los agrupa.
Todos somos donantes
Tanto María Cristina Isaza como Roberto Gómez son insistentes en un tema que ha ido ganando terreno en la sociedad.
Si bien reconocen un avance importante, sus acciones se enfocan cada vez más en crear una conciencia social alrededor de la donación de órganos.
Roberto recibió el cariño, el apoyo incondicional y los dos riñones que se le han donado sus hermanos. No obstante, sabe bien que para muchos la falta de un órgano no se resuelve en familia.
"Muchas veces dicen que no y más adelante ellos mismos o su familia lo necesitan", cuenta María Cristina.
Esta semana, su compañero de causas advirtió que lleva la mitad de sus 58 años de vida conviviendo con riñones ajenos. Entiende que no es fácil entregar partes de un ser querido, pero le pide a las familias que tengan la oportunidad de darle vida a otros.
Gracias a la donación, este hombre que se define como un "enamorado de la vida" pudo ver crecer a sus hijos.
El mayor de ellos bien representa esa filosofía que ha defendido la Asociación Nacional de Trasplantados durante 25 años: cuando su padre recibió el segundo trasplante, él apenas tenía diez años, ocho menos de los que exige la ley para ser donante.
"Mami", le dijo a Gloria María Domínguez la noche en que su padre se encontraba descansando de la cirugía en el hospital, "ese riñón de mi tío tiene que durar por los menos ocho años hasta que yo cumpla los 18".
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