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Uno de los 11, 13 o 16 hijos del telegrafista

Gabo no llevaba una vida aburrida. Callado, se refugiaba en la literatura. Era alegre y agorero.

18 de abril de 2014
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Infográfico
Uno de los 11, 13 o 16 hijos del telegrafista

Cuentan Aída y Jaime García Márquez, que su madre, Luisa Santiaga les escribía interminables cartas cuando ellos estaban lejos de casa, estudiando. Con esos relatos, los hacía sentir en casa. Las escribía por capítulos, y no de un solo tirón sino en varios días.

En cuanto al número de hijos de Gabriel Eligio, es un enigma. Once, trece, dieciséis. Once, porque esos fueron los hijos de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio; trece, porque dos hijos de él, nacidos fuera del matrimonio, fueron integrados al grupo familiar, y dieciséis, porque cuando Gabo huyó del país por persecuciones políticas en el gobierno de Julio César Turbay Ayala, mandó una carta a los medios para explicar su situación, la cual terminó diciendo: "no soy más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca", y, como nos dijo un día Jaime García Márquez, "él no se equivoca fácilmente".

Los García Márquez se clasifican entre los callados y los habladores. Gabo pertenecía a los silenciosos. Otra característica del escritor es que era supersticioso. Tal vez por la ascendencia guajira —su madre era de Barrancas— o por los indios que trabajaban en su casa cuando él era un niño. Él creía, por ejemplo, que la entrada de un cucarrón a la casa es señal de mala suerte; adornar la casa con flores artificiales trae ruina; cuando canta el pigua habrá un muerto; que hay personas con pava, es decir, portadoras de mala suerte, y entendía los sueños como anuncios de acontecimientos, lo cual es propio de los wayúu.

"Él sostenía la idea de que las mariposas y las flores amarillas dan buena suerte —señala Aída—; aunque yo no sé si eso sería por mamar gallo".

Los integrantes de esa familia también se dividen entre los que abrazan y los que no. Gabo estaba entre los últimos. Y, según Aída, estas personas siempre están esperando ser abrazadas. Él no era la excepción de esta regla mencionada por la Monja, como siguieron llamándola a ella después de colgar los hábitos.

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