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VALLEJO, SULFÚRICO Y MAGNÉTICO

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01 de mayo de 2012
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Fernando Vallejo , escritor antioqueño, tiene imán. Un magnetismo mantuvo a decenas de seguidores de pie, bajo la lluvia, mirándolo en precaria pantalla exterior al salón repleto, el sábado anterior en la Feria del Libro bogotana. Los jóvenes, en especial, se aferran a su voz aguda, su figura de boticario de pueblo, su sonrisa que no perdona institución, dogma ni honorabilidad social.

Siempre pasa. Los teatros no dan abasto, los muchachos pasan voz o mensaje de texto y caen como sedientos a una fuente de la que cada cual alcanzará una gota indispensable para la vida. No hay personaje en Colombia que atraiga tanta audiencia, únicamente a fuerza de palabras.

¿Qué da Vallejo? ¿Cuál es su miel, si se ha declarado apátrida, ateo, homosexual, enemigo de su madre, misógino, adversario de la humanidad? Por qué fascina, si repite sin cesar idénticos temas de defensa de animales, corrección del lenguaje, alergia contra papas, burócratas y Estado?

Primero que todo, brinda coherencia. Insiste en sus obsesiones por amor a sí mismo. No representa a nadie. No vende. Mantiene línea de pensamiento insobornable, pues no le debe a ningún poder ni espera nada de ningún poder. El público, hastiado de oportunismo y componendas, recompensa su diafanidad.

Vallejo, además, es un destructor. Derrama ácido sulfúrico sobre las llagas de la civilización. Irrumpe con la retroexcavadora del humor sobre los cascarones solemnes de los siglos y hace con ellos tábula rasa para que los jóvenes construyan. Es viento que no perdona hipocresías, barre inmundicias, despeja porvenir.

Su labor panfletaria se sostiene sobre libros a los que no se les encuentra yerro. Novelas, biografías y ensayos que se leen como novelas, son patentes de corrección lingüística, seriedad documental, gracia y eficacia literarias. La gente los detecta como joyas y adivina que detrás del producto delicado hay un ser humano sin fisuras. "Somos las palabras que usamos", repite el escritor mostrando su insignia.

Al comienzo de su carrera asumió la seriedad de construir una gramática del lenguaje literario, hazaña inspirada en Rufino José Cuervo , para asegurar a la muchedumbre de lectores sucesivos la calidad de sus libelos. Allí, en las 550 páginas de "Logoi", desnudó de entrada el doble estilete de su verbo: "la prosa es como una lengua extranjera opuesta a la lengua cotidiana".

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