Una de las frases inolvidables de mi abuela Sofía, en Ciudad Bolívar, era "comamos pasalirdeso", a las cuatro y media de la tarde. La invitación era muy seductora, pero la hora resultaba tan impropia como sospechosa. Algo así como "el mal paso, darlo pronto", que no aplicaba para una actividad del agrado de todos.
La vida nos pone muchas veces frente a la disyuntiva de acelerar movimientos que nos devuelvan la tranquilidad perdida por cualquier razón, pase lo que pase.
Pedir un aumento o un ascenso, confesar una culpa o un miedo, hacerse un examen de próstata, una mamografía o pedir la visa para cualquier parte, son situaciones cotidianas, generadoras de altas dosis de ansiedad, que nos obligan a expresar ¡cuándo será que salimos de eso! El pago de una deuda por cuotas, la pintada de la casa o un trasteo, también pueden incluirse en esta lista.
Pero la campeona es una campaña política. Ésta en particular. Horrible sería vivir bajo el régimen de una dictadura, lo admito, pero esta vez me agarraron la pereza, el hastío y la decepción y no quieren soltarme.
Con toda la franqueza que cabe en este pecho, tengo que reconocer que iré a votar con más miedo que ganas, con un sabor amargo en la boca y con la cara feliz de un puño cerrado. Y no es para menos: me siento condenada a votar por equis o ye "a pesar de".
Entre tanta pelea no hubo tiempo de conocer propuestas viables, aterrizadas e interesantes. Sin embargo, cualquier ciudadano desprevenido puede dar cátedra sobre el tema que aseguró audiencia durante varios meses: de qué se acusaron unos a otros. Respuesta corta: de todo. Respuesta larga: vetada. Imperdonable transcribir tanta sandez, pero todo quedó registrado en la memoria con puntos, comas, pelos y señales.
La balanza donde pongo los candidatos es de polos opuestos: egos por las nubes o perfiles tan bajos que por lo menos aseguran que el triunfo está a kilómetros; amiguismos de última hora, después de antipatías históricas; promesas fantásticas, otra vez, de imposible cumplimiento (la peor opción). Poco queda después de tamizar.
Lamentable la mala imagen de la ciudad después de este ejercicio proselitista, pero la vergüenza bien puede generalizarse: no fue aquí solamente. Hay datos de otros municipios, incluido el mío y muchos más. Candidatos, electores y detractores, terminaron por parecerse a perros rabiosos. Ladraron, se atacaron y se clavaron los colmillos con rabia, no faltó sino sangre en la película. ¡Lindo ejemplo!
Incluso lo que debería ser un festejo, como la democracia, nos deja cansados y decepcionados. Los políticos -casi todos-, son un mal necesario, pero los politiqueros -todos- son espeluznantes, qué horror.
La esperanza quedará depositada en una equis sobre los que, pese a todo, conquistaron nuestras ilusiones. Sólo así tendremos el derecho, como ciudadanos responsables, de reclamarles y de exigirles resultados durante los próximos cuatro años.
No siendo más, me despido por hoy. Un cubículo me espera, aunque yo siento que voy a un despeñadero.
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