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Un reel desde la tierra del pasillo y el pionono

El Festival Nacional del Pasillo reúne diversas manifestaciones vinculadas con la arriería y la vida del campo.

  • Durante cuatro días, el municipio de Aguadas, en Caldas, fue eje del Festival Nacional del Pasillo, también hubo espacio para los artesanos de los sombreros aguadeños. FOTO: Camilo Suárez
    Durante cuatro días, el municipio de Aguadas, en Caldas, fue eje del Festival Nacional del Pasillo, también hubo espacio para los artesanos de los sombreros aguadeños. FOTO: Camilo Suárez
15 de noviembre de 2022
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El tiempo de los pueblos es el pasado. Al final del desfile tradicional folclórico -que el domingo hizo de las calles de Aguadas, Caldas, el cauce de un río de gente- los jóvenes de las escuelas llegaron a la plaza principal del pueblo bañados en Maicena y disfrazados de sus ancestros.

Los hombres iban de alpargatas, sombrero y pantalón blanco de tela, mientras las mujeres llevaban puestos vestidos de colores y adornos en el cabello. El desfile fue el núcleo de la programación del 31 Festival del Pasillo Colombiano, un evento que se hace en homenaje a los Hernández, un trío de hermanos muy reconocido hace un siglo, pero hoy casi anónimo por fuera de los circuitos de la música andina colombiana.

En la página oficial del Festival se dice que los Hernández alcanzaron algún reconocimiento en su pueblo, pero fue su traslado a Manizales el inicio de la carrera musical. Algo muy parecido les ocurre hoy a los bachilleres de Aguadas: según testimonios de varias personas, en el municipio las opciones de cursar estudios universitarios se restringen a una pequeña oferta de la Escuela Superior de Administración Pública, Esap, y de la Universidad de Caldas. Las instituciones ofrecen carreras empresariales o de asuntos del campo. Si se quiere estudiar otros oficios -medicina, derecho, periodismo, para citar unos ejemplos- los jóvenes deben alistar maletas e irse para Manizales o Medellín.

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El camino de Medellín a Aguadas es una larga trocha por breves tramos cubierta de pavimento, pero que en su mayor parte pone a prueba la paciencia de los viajeros y los amortiguadores de los carros. No es fácil llegar a Aguadas: un viaje que en los cálculos de Google Maps dura poco más de una hora y veinte minutos, tardó el doble.

La ruta comenzó el viernes a mediodía en Medellín y culminó en Aguadas a eso de las ocho de la noche. En la camioneta escolar los creadores de contenido -así se conoce ahora a los influencers- duermen por ratos o se hacen bromas. Son un círculo compacto: al parecer se encuentran con frecuencia en excursiones pagadas por Fontur -una dependencia del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo- para promocionar en sus redes sociales destinos no tan vistosos de la geografía nacional. Esta vez el turno le correspondió a Aguadas, una semana antes fue a El Retorno, Guaviare.

Una vez llegan al pueblo hacen su trabajo: graban videos del guía turístico que habla de las neblinas y las casas patrimoniales. También toman apuntes de la información recibida en el museo del sombrero, una hilera de cuatro habitaciones con piezas artesanales de Santander, la Costa, Boyacá, Cauca, Santander, Tolima. El museo está en un antiguo edificio en el que hoy funciona la Casa de la Cultura. Antes fue colegio, hotel, estación de policía.

En esta visita la nómina de influencers es igual de nutrida que la de los corresponsales de medios noticiosos. Sus audiencias reciben una imagen con filtro de los territorios: calles bonitas donde todo funciona bien, habitantes sonrientes y dispuestos para la foto, así en su vida normal les toque ir a Salamina o a Manizales para recibir tratamientos médicos complejos.

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Además de la neblina y los hermanos Hernández, Aguadas tiene tres emblemas: el sombrero aguadeño, el pionono, un rollo que trae brevas, bocadillo y arequipe, y el Putas de Aguadas, un personaje que encarna las habilidades que durante buena parte del siglo XX se ponderaron importantes para el aguadeño. En ese sentido, el Putas de Aguadas es un espejo de la idiosincrasia caldense del pasado. Lo mismo sucede con el Berraco de Guacas, Cosiaca y Peralta para el universo mental paisa. El folclore cristaliza ideales en personajes que habitan los terrenos de la leyenda.

El pionono -dijeron en la fábrica de estas delicias- toma su nombre del papa Pio IX. Un repostero andaluz, devoto de la Virgen María, llamó así al pastel en agradecimiento a la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, firmada por el Papa el 8 de agosto de 1854. Si se le cree a la tradición oral, fueron las hermanas vicentinas quienes popularizaron en estas montañas la receta del manjar.

Hay dos frases frecuentes en el habla de los aguadeños: cuando hablan de su pueblo dicen: “Aguadas, el pueblo que nació con la Patria”. En efecto, el municipio fue fundado en 1808. Y la segunda frase es una suerte de santo y seña festivo: en casi todas las fiestas alguien grita: “Aguadas, mijo”, y los demás responden: “Aguadas, papá“. Ahí no termina la cosa. El primero vuelve a gritar: “Aguadas, papá“, y el público riposta: “Aguadas, mijo”. La gente de aquí está muy orgullosa de su lugar de nacimiento o residencia.

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Además de los conciertos y los bailes típicos, El Festival del Pasillo incluyó este año en su programación el II Encuentro Nacional de Saberes de Sombreros Artesanales. Diez delegaciones de artesanos trajeron su sapiencia en el uso de las fibras naturales para compartirla con sus pares. Aunque en apariencia sirvan para lo mismo, los sombreros son una traducción artesanal de las diferentes formas en las que las comunidades afrontan el territorio y la vida. Es muy distinto el sombrero de Silvia, Cauca, al de El Guamo, Tolima.

El sombrero de Aguadas comenzó como un oficio varonil: hace más de un siglo un ecuatoriano les enseñó a los hombres el secreto del tejido. Sin embargo, las cosas con el tiempo han cambiado: en la actualidad las manos femeninas son las responsables de la hechura de esta artesanía. Los cálculos de los expertos señalan que hay alrededor de 600 artesanas en Aguadas. La mayoría son adultas mayores.

Entre más fina sea la hebra con la que se teje el sombrero más costoso y bello resulta este. Hay cuatro tipos de sombreros aguadeños: corriente, fino, extrafino, maestro artesano. El precio del primero puede estar cerca de los $70.000, mientras el de un maestro artesano supera con facilidad los $500.000.

Uno de los temas cruciales de la artesanía es el de la transmisión del conocimiento y el relevo generacional. A pesar de que los usan en fiestas y carnavales, los muchachos no parecen dispuestos a aprender de las abuelas el lenguaje de las fibras. Tal vez la respuesta a este dilema ya la encontraron en Aguadas: un evento muy concurrido fue el desfile de sombreros tradicionales.

Un grupo de jóvenes modeló en pasarela ante todo el pueblo las piezas artesanales de las delegaciones invitadas: carteras, collares, sombreros, manillas. Lo de siempre, en la vida y en la cultura: cada época trae su afán y el patrimonio no puede ser una realidad paralela, estática. Si quiere sobrevivir, debe asumir las formas del presente

31
ediciones se han realizado del Festival Nacional del Pasillo, en Aguadas.

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