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La historia de Nora Ronai, la nadadora de 98 años que compitió en el Panamericano Master

Esta deportista es el atractivo en el Máster de Medellín.

  • Nora Ronai volverá a escena el domingo, lunes y martes en varias pruebas. FOTO cortesía Liga de Natación de Antipoquia
    Nora Ronai volverá a escena el domingo, lunes y martes en varias pruebas. FOTO cortesía Liga de Natación de Antipoquia
23 de julio de 2022
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Nora Ronai se roba las miradas por donde pasa. Su cabello blanco y corto se sale del gorro de natación con la bandera de Brasil que siempre usa para las competencias, mientras que la fuerza con que camina deja en claro que es una mujer autónoma. Tiene 98 años y en la mañana del viernes ofreció el espectáculo en la piscina olímpica del complejo acuático César Zapata de la unidad deportiva Atanasio Girardot de Medellín.

Por primera vez en los dos días que van de competencia en el Panamericano y Suramericano Máster, la atención de los aficionados y organizadores del evento estuvo concentrada en una prueba. Había personas nerviosas, corriendo de un lado a otro para que todo estuviera listo: las cámaras de la transmisión en plataformas digitales en su lugar, los salvavidas y los jueces.

Los fotógrafos se veían expectantes y buscaban la mejor posición para captar el inicio de la prueba de 400 metros combinados en la categoría mayores de 80 años femenina.

A las 9:00 a.m. las cuatro competidoras ingresaron a la pileta. Nora cubrió sus ojos azules con unas gafas que le permitían mirar por debajo del agua y se arrojó al cuadro. Después de que el juez dio la orden de salida, ella se empoderó en el tercer carril y a paso lento, pero seguro, hizo el primer recorrido en la piscina. Cada vez que llegaba de nuevo al punto de partida el público estallaba en aplausos en las tribunas, y se unía en una sola voz para alentarla a seguir.

Pero ella se mantuvo serena. Concentrada en hacer los recorridos de pecho, espalda, mariposa y libre. Uno a uno los hizo. Todo el mundo, alrededor de la piscina, estaba encantado viéndola mover sus piernas blancas para impulsarse y braceando con potencia. Veinte minutos después de que entró al agua terminó la prueba. Fue la última en su serie, pero salió radiante.

Su presencia en el certamen causó revuelo. Solo se hablaba de la brasileña mayor de noventa años que iba a competir, algo que a ella la hace sentir “muy feliz y asustada”.

“No comprendo por qué la gente se sorprende que yo esté aquí. Para mí es algo normal; yo no hice nada extraordinario. Simplemente nadé. Yo gozo al nadar. Me hace feliz”.

Salió sola de la piscina. Un aplauso al unísono se escuchó por cerca de un minuto. Su hija, la periodista brasileña Cora Ronai, que trabaja en el diario O’ Globo, de Río de Janeiro, la esperaba afuera. Dieron juntas un par de pasos y el personal médico le ofreció una silla de ruedas, lo que Nora rechazó con un vehemente movimiento de manos. “Me siento cansada, pero dichosa”, reiteró.

Una vida de lucha

Nora nació en Italia el 29 de febrero de 1924, algo que le causa gracia porque cumple cada cuatro años. “Tengo 28”, aseguró con tono irónico mientras reía. Su familia era de ascendencia judía, algo que se nota en su nariz alargada y sus ojos azules, que con el paso del tiempo se han vuelto cada vez más pequeños. Mide cerca de 1,55 metros, es amable y dice disfruta del agua. Sin embargo, en su mirada guarda la marca de las heridas que ha padecido durante su vida.

“Perdí la patria y a la gente que más amaba, como mi mamá, mi papá, mi hermano y mi esposo. Cuando una persona pasa por pérdidas así, no puede estar bailando y cantando sobre felicidades todo el tiempo. Sin embargo, cuando puedo, me gusta estar feliz”.

Ella tuvo que abandonar Fiume, la ciudad en la que nació y que fue territorio italiano hasta que terminó la II Guerra Mundial y que luego perteneció a la otrora Yugoslavia, donde ahora está Croacia.

“Fui perseguida por Mussolini y por el gobierno italiano porque el líder fascista ordenó perseguir a los judíos. Cuando yo tenía 13 años me prohibieron ir a la escuela, porque una ley les cerraba las puertas a los hijos de los judíos. También era prohibido que cualquier profesor nos llevara a una clase particular. Como todas las escuelas eran del gobierno en ese entonces, a nosotros nos tocó estudiar en la casa”.

En 1941, cuando tenía 17 años y la guerra llevaba más de 18 meses, migró con su familia a Suramérica. Llegaron a Brasil, país en el que inició de nuevo y construyó su vida. Estudió arquitectura, compitió en la modalidad de clavados en natación, se casó y tuvo dos hijas. Cuando nació Cora, la primera, abandonó el deporte y se dedicó a la familia y a su profesión.

“La arquitectura me dio mucha satisfacción porque es una profesión en la que uno produce casas, edificios y luego tiene que ver lo que construyó, entonces si está bien hecho te produce mucha felicidad. Es una cosa difícil de hacer, pues en su trabajo habitarán personas y uno busca de manera que se sientan contentos. Mi objetivo en la vida es hacer felices a las otras personas”.

Mientras trabajaba también fue profesora en la facultad de Arquitectura de la Universidad Federal de Sao Paulo. Tiene su firma en dos libros: Diseño del Tiempo y Memorias de un Lugar Llamado Ondi, en la que cuenta la historia de la ciudad en la que nació, que ya no existe. Ella tiene cuatro nietos y nueve bisnietos a los que, según dijo, les enseña que en la vida hay que dejar atrás la adversidad.

Al agua desde pequeña

“Mi madre dice que yo nací nadando. Yo nado desde siempre, porque me dicen que cuando yo nací salí chapaleando. He nadado toda la vida”, relató con una sonrisa en el rostro y la voz pausada. Su vida siempre ha estado marcada por el agua. Fium, el nombre de su ciudad natal, significa río en italiano. Lleva 81 años viviendo en Río de Janeiro.

De manera que, como no podía ser de otra forma, tuvo que regresar a las piscinas. Lo hizo cuando cumplió 70 años. Se inscribió en las competencias de categoría máster en Brasil y empezó a romper récords. Estuvo en seis campeonatos mundiales y en 2014, cuando tenía 90 años, se llevó siete medallas de oro. Ha competido en tantos suramericanos y panamericanos que ya perdió la cuenta.

“Volví a nadar porque me gusta el agua, porque esto me divierte. Cada que tengo tiempo disfruto mucho de entrenar y competir. Cuando era joven practicaba todos los deportes que me fuera posible y me divertía. Desde ese momento gozo de participar en todo lo que pueda. Eso me divierte”.

Antes de finalizar la entrevista con EL COLOMBIANO, a un lado de la piscina y bajo el fuerte sol, comentó que el mejor consejo que les puede dar a los jóvenes es que sean felices. Con tono jocoso dice que a su edad no es bueno hacer planes a futuro. Con su ejemplo recibe admiración de propios y ajenos.

Nora seguirá entrenando en el Clube de Regatas Guanabara de Río de Janeiro, y mientras pueda asistirá a eventos nacionales e internacionales. Por ahora continúa robándose las miradas y aplausos del público antioqueño con sus brazadas y jovialidad, en búsqueda de la felicidad que le produce estar en el agua, donde ha transcurrido la mayor parte de su vida

Nora Ronai se roba las miradas por donde pasa. Su cabello blanco y corto se sale del gorro de natación con la bandera de Brasil que siempre usa para las competencias, mientras que la fuerza con que camina deja en claro que es una mujer autónoma. Tiene 98 años y en la mañana del viernes ofreció el espectáculo en la piscina olímpica del complejo acuático César Zapata de la unidad deportiva Atanasio Girardot de Medellín.

Por primera vez en los dos días que van de competencia en el Panamericano y Suramericano Máster, la atención de los aficionados y organizadores del evento estuvo concentrada en una prueba. Había personas nerviosas, corriendo de un lado a otro para que todo estuviera listo: las cámaras de la transmisión en plataformas digitales en su lugar, los salvavidas y los jueces.

Los fotógrafos se veían expectantes y buscaban la mejor posición para captar el inicio de la prueba de 400 metros combinados en la categoría mayores de 80 años femenina.

A las 9:00 a.m. las cuatro competidoras ingresaron a la pileta. Nora cubrió sus ojos azules con unas gafas que le permitían mirar por debajo del agua y se arrojó al cuadro. Después de que el juez dio la orden de salida, ella se empoderó en el tercer carril y a paso lento, pero seguro, hizo el primer recorrido en la piscina. Cada vez que llegaba de nuevo al punto de partida el público estallaba en aplausos en las tribunas, y se unía en una sola voz para alentarla a seguir.

Pero ella se mantuvo serena. Concentrada en hacer los recorridos de pecho, espalda, mariposa y libre. Uno a uno los hizo. Todo el mundo, alrededor de la piscina, estaba encantado viéndola mover sus piernas blancas para impulsarse y braceando con potencia. Veinte minutos después de que entró al agua terminó la prueba. Fue la última en su serie, pero salió radiante.

Su presencia en el certamen causó revuelo. Solo se hablaba de la brasileña mayor de noventa años que iba a competir, algo que a ella la hace sentir “muy feliz y asustada”.

“No comprendo por qué la gente se sorprende que yo esté aquí. Para mí es algo normal; yo no hice nada extraordinario. Simplemente nadé. Yo gozo al nadar. Me hace feliz”.

Salió sola de la piscina. Un aplauso al unísono se escuchó por cerca de un minuto. Su hija, la periodista brasileña Cora Ronai, que trabaja en el diario O’ Globo, de Río de Janeiro, la esperaba afuera. Dieron juntas un par de pasos y el personal médico le ofreció una silla de ruedas, lo que Nora rechazó con un vehemente movimiento de manos. “Me siento cansada, pero dichosa”, reiteró.

Una vida de lucha

Nora nació en Italia el 29 de febrero de 1924, algo que le causa gracia porque cumple cada cuatro años. “Tengo 28”, aseguró con tono irónico mientras reía. Su familia era de ascendencia judía, algo que se nota en su nariz alargada y sus ojos azules, que con el paso del tiempo se han vuelto cada vez más pequeños. Mide cerca de 1,55 metros, es amable y dice disfruta del agua. Sin embargo, en su mirada guarda la marca de las heridas que ha padecido durante su vida.

Perdí la patria y a la gente que más amaba, como mi mamá, mi papá, mi hermano y mi esposo. Cuando una persona pasa por pérdidas así, no puede estar bailando y cantando sobre felicidades todo el tiempo. Sin embargo, cuando puedo, me gusta estar feliz”.

Ella tuvo que abandonar Fiume, la ciudad en la que nació y que fue territorio italiano hasta que terminó la II Guerra Mundial y que luego perteneció a la otrora Yugoslavia, donde ahora está Croacia.

Fui perseguida por Mussolini y por el gobierno italiano porque el líder fascista ordenó perseguir a los judíos. Cuando yo tenía 13 años me prohibieron ir a la escuela, porque una ley les cerraba las puertas a los hijos de los judíos. También era prohibido que cualquier profesor nos llevara a una clase particular. Como todas las escuelas eran del gobierno en ese entonces, a nosotros nos tocó estudiar en la casa”.

En 1941, cuando tenía 17 años y la guerra llevaba más de 18 meses, migró con su familia a Suramérica. Llegaron a Brasil, país en el que inició de nuevo y construyó su vida. Estudió arquitectura, compitió en la modalidad de clavados en natación, se casó y tuvo dos hijas. Cuando nació Cora, la primera, abandonó el deporte y se dedicó a la familia y a su profesión.

La arquitectura me dio mucha satisfacción porque es una profesión en la que uno produce casas, edificios y luego tiene que ver lo que construyó, entonces si está bien hecho te produce mucha felicidad. Es una cosa difícil de hacer, pues en su trabajo habitarán personas y uno busca de manera que se sientan contentos. Mi objetivo en la vida es hacer felices a las otras personas”.

Mientras trabajaba también fue profesora en la facultad de Arquitectura de la Universidad Federal de Sao Paulo. Tiene su firma en dos libros: Diseño del Tiempo y Memorias de un Lugar Llamado Ondi, en la que cuenta la historia de la ciudad en la que nació, que ya no existe. Ella tiene cuatro nietos y nueve bisnietos a los que, según dijo, les enseña que en la vida hay que dejar atrás la adversidad.

Al agua desde pequeña

Mi madre dice que yo nací nadando. Yo nado desde siempre, porque me dicen que cuando yo nací salí chapaleando. He nadado toda la vida”, relató con una sonrisa en el rostro y la voz pausada. Su vida siempre ha estado marcada por el agua. Fium, el nombre de su ciudad natal, significa río en italiano. Lleva 81 años viviendo en Río de Janeiro.

De manera que, como no podía ser de otra forma, tuvo que regresar a las piscinas. Lo hizo cuando cumplió 70 años. Se inscribió en las competencias de categoría máster en Brasil y empezó a romper récords. Estuvo en seis campeonatos mundiales y en 2014, cuando tenía 90 años, se llevó siete medallas de oro. Ha competido en tantos suramericanos y panamericanos que ya perdió la cuenta.

“Volví a nadar porque me gusta el agua, porque esto me divierte. Cada que tengo tiempo disfruto mucho de entrenar y competir. Cuando era joven practicaba todos los deportes que me fuera posible y me divertía. Desde ese momento gozo de participar en todo lo que pueda. Eso me divierte”.

Antes de finalizar la entrevista con EL COLOMBIANO, a un lado de la piscina y bajo el fuerte sol, comentó que el mejor consejo que les puede dar a los jóvenes es que sean felices. Con tono jocoso dice que a su edad no es bueno hacer planes a futuro. Con su ejemplo recibe admiración de propios y ajenos.

Nora seguirá entrenando en el Clube de Regatas Guanabara de Río de Janeiro, y mientras pueda asistirá a eventos nacionales e internacionales. Por ahora continúa robándose las miradas y aplausos del público antioqueño con sus brazadas y jovialidad, en búsqueda de la felicidad que le produce estar en el agua, donde ha transcurrido la mayor parte de su vida.

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