Los invitados a la boda todavía bailaban y bebían cuando sintieron la explosión. En cuestión de minutos, la escena de unas 1.000 personas reunidas en la sala de fiestas en Kabul, Afganistán, para celebrar un matrimonio de la comunidad chiita, fue reemplazada por la de los zapatos abandonados en la entrada por los invitados, el techo roto por el estallido y las manchas de sangre en el suelo y las paredes.
El atentado de la noche del sábado, el peor en Afganistán en este año, dejó 182 heridos y 63 muertos; entre ellos, el hermano, los amigos y otros familiares de Mirwais, el hombre que contrajo matrimonio, quien dijo a la agencia AFP que “por la tarde los invitados vinieron sonrientes a mi boda y por la noche estaba sacando sus cuerpos”.
Ayer domingo, en medio de los velorios multitudinarios en la capital y los pronunciamientos de rechazo, Afganistán amaneció devuelta al pasado. Solo tres días después de que el portavoz de los Talibán Zabihullad Mujamid anunciara el pasado martes que el acuerdo de paz con Estados Unidos que se negocia desde hace varios años había terminado.
El ataque –reivindicado por el grupo extremista Estado Islámico– revivió el temor de que este país, azotado por la guerra desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 que abrieron el conflicto entre los Talibán y Estados Unidos, no esté cerca de su primer día de paz en dos décadas.
Una guerra acaba, otra inicia
Detrás de las 63 muertes de este fin de semana, hay un conflicto entre una guerra que busca terminar y otra que insiste en continuar. Como explica Hasan Türk, internacionalista experto en Medio Oriente, mientras los Talibán buscan evitar la confrontación con Estados Unidos para aplicar sus políticas únicamente en Afganistán, Estado Islámico –el grupo surgido luego de la invasión de EE. UU. a Irak en 2003– pretende acrecentar su confrontación con occidente.
Lo que buscan, según dijo a la agencia efe Shahzada Masoud, asesor del expresidente afgano Hamid Karzai, es “sabotear el proceso de paz”, que según han revelado las partes implicaría la retirada de cerca de 15.000 soldados estadounidenses y el compromiso de que los Talibán rompan su relación con Al Qaeda.
La buena relación con EE. UU. con el que fuera su mayor enemigo en los tiempos de Osama Bin Laden, contrasta con la prevención del gobierno de Afganistán, que ve con reservas que el presidente Donald Trump negocie directamente con un grupo alzado en armas sin incluir al gobierno afgano en la mesa.
El presidente de ese país, Ashraf Ghani, señaló tras los atentados que “los Talibán no pueden eximirse de cualquier responsabilidad, ya que sirven como plataforma de los terroristas”.
Pese a las prevenciones que despiertan los Talibán, “Estados Unidos entendió que hay que contar con ellos para el futuro de Afganistán”, señala José Ángel Hernández, director de la maestría en Historia de la Universidad Sergio Arboleda y experto en Medio Oriente.
La sombra que pesa sobre este grupo radical, el primero que de la mano de Al Qaeda declaró la guerra a occidente, se extiende hasta sus sucesores como Estado Islámico, en los que el radicalismo se niega a desaparecer