Mientras en el Oriente Próximo se escala la confrontación contra el Estado Islámico en respuesta a su último acto de barbarie para decapitar a 21 cristianos egipcios, la violencia del grupo yihadista preocupa cada vez más a Europa tras el reciente ataque en Copenhague.
La condena internacional de los gobiernos de varios países que conforman la coalición internacional, como Estados Unidos y hasta el pésame del Papa Francisco a la Iglesia Ortodoxa no bastaron para que Egipto lanzara un ataque unilateral contra posiciones del Estado Islámico en Libia.
Tan solo unas horas después de que el video en el que los ciudadanos egipcios son decapitados causara indignación y repudio en la población y los familiares de las víctimas, el Gobierno de El Cairo ordenó bombardeos contra cuarteles y lugares de concentración, entrenamiento y almacenes de armas de los extremistas en varias regiones.
El presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, defendió el ataque unilateral por el “derecho a responder al aberrante acto terrorista”.
Los bombardeos en Libia habría provocado la muerte de 64 miembros del Estado Islámico, según organizaciones de derechos humanos en Libia, que señalan entre los muertos a cinco civiles. Esta información fue desmentida por el Ejército libio.
El Gobierno de E.U. condenó el “cobarde y vil” asesinato de los egipcios coptos, pero negó que los ataques de Egipto fueran parte de la respuesta de la coalición. Lo cierto es que esta matanza podría sumar a este país a la ofensiva internacional contra los extremistas islámicos que controlan territorios en el norte de Irak y Siria, con intentos de expandirse a Turquía.
Así se interpreta el viaje el pasado domingo del ministro egipcio de Asuntos Exteriores, Sameh Shukri a Nueva York. Según un comunicado del Ministerio, como primera escala de una gira en la que pedirá a la comunidad internacional que “afronte su responsabilidad” y adopte medidas “fuertes y efectivas” contra las organizaciones terroristas.