Durante el día sus huéspedes tienen libertad para entrar y salir. Lo primero que se encuentran es una extensa pradera. Un paisaje verde coronado por un cerro que acoge el precioso pueblo de Mineo, en Catania (Italia). Un letrero en el que se lee ‘Residencia de los naranjos’ invita a pensar en un parador ideal para unos días de retiro. Pero si se mira desde lo alto, el único naranja que se atisba es el de las decenas de tejados de las casas prefabricadas que componen el campamento.
El alambre de espino que rematan las vallas del recinto o los militares apostados a la entrada despejan las últimas dudas de que nadie está aquí por propia voluntad. Con más de 4.000 plazas y concebido como una suerte de pequeña ciudad, el centro ya ha colgado el cartel de completo, pero los autobuses de refugiados no paran de llegar. Se trata de un centro de acogida de inmigrantes.
A la puerta, esperando a sus nuevos compañeros, pasa los días Karam, un joven somalí que fantasea con encontrarse con uno de sus hermanos que tuvo la suerte de llegar a Suecia. “Salí huyendo de las milicias en mi país. Pagué unos 10.000 dólares por ir de Somalia a Libia y de ahí a Italia, pensando que llegaría al norte de Europa. Subí a una barca de unos cinco metros en la que íbamos unas 150 personas, 24 de ellas se ahogaron. La policía italiana nos rescató y nos trajo hasta aquí”, relata ante la mirada de uno de sus compatriotas.
Resulta curioso que apenas se inmute al narrar su tragedia, pero rechace prestar su rostro a las cámaras sin perder la tranquilidad. Más nervioso se muestra Michael, que agita una carpeta verde con la que parece denunciar la situación en la que se encuentra. Dentro lleva todo su historial, desde que arribó a puerto procedente de Nigeria hasta su entrada en el refugio. Ha pasado un año y tres meses y justo esta mañana le acaban de sumar a esos documentos un nuevo papel en el que se le deniega el permiso de residencia que ha solicitado.
El centro se inauguró en 2011 precisamente con la intención de dar asilo a los inmigrantes, a la espera de que obtuvieran el estatus de refugiado. Durante los últimos años se había convertido en un ejemplo de convivencia. Los inmigrantes recibían la asistencia más básica, clases de italiano o talleres para aprender un oficio. Incluso habían formado un equipo de fútbol que a día de hoy lidera la clasificación de un torneo en el que compiten los municipios cercanos.
Desde el otro lado de la verja se ve a varios grupos que siguen entrenándose en campos de arena o en pistas asfaltadas de baloncesto. Es una de las pocas válvulas de escape que les queda, ahora que además de cautivos viven hacinados. No hay espacio para nadie más, pero tampoco había otro lugar donde alojar a 21 de los supervivientes del último gran naufragio, en el que se estima que perdieron la vida cerca de 900 personas.
Son ahora mismo los más solicitados para la prensa. Uno de ellos ya testificó que estaban vivos después de agarrarse a los cadáveres de sus compañeros de viaje. Otros acusaron al patrón de la embarcación, que fue arrestado a su llegada al puerto de Catania, de haberlos encerrado en la bodega.
“Vienen muy afectados psicológicamente después de haber visto cómo cientos de personas morían a su lado”, asegura Claudia Marino, médico de la Orden de Malta, que atiende a los refugiados al llegar. “Obviamente necesitarían más espacio y una mejor atención, pero es que no hay más recursos”, añade.
De las ventanas de las habitaciones asoman cinco o seis pares de zapatos. Donde antes entraban dos o tres ahora lo tienen que hacer hasta siete personas, cuenta un chico que se acerca a la valla y dice llamarse Pedro San Juan. Llegó también de Nigeria. “Salí de allí dejando la universidad y esperaba continuar mis estudios, encontrar una vida mejor o al menos un trabajo, pero no esto”, expresa.
En lo que va de año unas 1.700 personas se han dejado la vida intentando seguir estos caminos. En 2014 consiguieron completarlo 170.000 y desde enero hasta ahora otros más de 30.000 inmigrantes. Ante lo desbordados que se encuentran en el sur, el Ministerio del Interior pidió hace días al resto de regiones que habiliten nuevos centros. Desde las zonas más prósperas han hecho oídos sordos e incluso los dirigentes de la Liga Norte, un partido de tendencia xenófoba con fuerte ascendencia en las regiones septentrionales, llamaron a ocupar los albergues antes de que den cobijo a más inmigrantes.
Mineo es el principal punto de acogida para quienes desembarcan en el sur de Sicilia, aunque para llegar hasta aquí hay que adentrarse en la isla unos 50 kilómetros. Lejos queda Europa, que también se desmarca de acoger a los refugiados, y el mar del que llegaron. Una especie de limbo de sueños interrumpidos espera a quienes siguen llegando a la Residencia de los naranjos.