Cinco décadas se cumplieron, el pasado sábado, del asesinato del líder afroamericano Malcolm X. En tiempos en que era crimen pedir cambios en contra de la desigualdad de razas que se perpetuó por siglos en E.U, el político nacido en Omaha, Nebraska, fue uno de los que construyeron ese legado de valentía ante la injusticia, aunque muchas veces fue señalado de excederse en sus posturas radicales.
Fue la cárcel la que moldeó al líder, llevándolo de ser un delincuente común de Harlem (conocido como ‘Detroit red’), a un ejemplo de altruismo por la defensa de los derechos de los suyos y por la igualdad. Al entrar a la prisión su vida parecía carecer de sentido. Había estudiado hasta octavo de bachillerato, cuando un profesor blanco le dijo que su aspiración de ser abogado no era “ningún objetivo realista para un negro”.
Tras las rejas conoció el Islam, y a uno de sus mejores amigos, John Bembry, que lo hizo caer en cuenta de algo: Los opresores blancos intentaban adoctrinarlos para mantener su mansedumbre y evitar sus libertades. La esclavitud persistía, en el propio nombre, en los vicios y en banales ambiciones. El verdadero objetivo debía ser retornar a las raíces, despojarse de una cultura impuesta y buscar la libertad con una educación autodidacta.
Entre toneladas de libros y su acercamiento a la Nación del Islam, quien entonces se llamaba Malcolm Little cambió su identidad a Malcolm X, siendo esa letra para el político “el verdadero apellido africano que él blanco nunca podría conocer”.
Fue visible por una oratoria radical en contra de la opresión de los blancos, ganando con esto muchos enemigos. Todo cambió después de su peregrinación a La Meca (13 de abril de 1964), hecho que hace que replantee su radicalismo y se aleje de la Nación del Islam para pregonar unas ideas más ponderadas.
“Allí vio que su religión no distinguía razas y fomentaba la convivencia. Desde entonces ya no daría discursos incendiarios sino tolerantes. Pero eso sería aún más peligroso para él, dado que extremistas blancos y la misma Nación buscarían asesinarlo con más enojo”, explicó a este diario el Imam Julián Zapata, cofundador del Centro Cultural Islámico.
Era un hecho. Tres militantes afroamericanos de dicho grupo lo balearon en uno de sus discursos, el 21 de febrero de 1965. Como con Martin Luther King Jr., no se descarta aún la participación de sectores blancos en el hecho.