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Una mirada inexpresiva, ojos muy cercanos el uno del otro, piel blanca, casi nada de pelo –el que tiene es grisáceo–, orejas sobresalientes y nariz respingada: así se ve el presidente de Rusia, Vladimir Putin, quien ocupa el cargo desde 2012. También fue mandatario de su país entre 1999 y 2008.
El promotor y cerebro de la guerra sin cuartel que su Ejército comenzó sobre el país vecino, Ucrania, ha develado la verdadera cara de un líder temido y respetado en todo el mundo, que no quiere rendirse hasta quedarse con Kiev.
Es abogado, pudo estudiar, aunque nació en una familia humilde, e hizo parte del Comité para la Seguridad del Estado (KGB), la principal agencia de la policía secreta de la Unión Soviética hasta su disolución en 1991.
Específicamente, trabajó en Dresden, ciudad de Alemania, en el bloque oriental de ese país en la era soviética. Allí hasta lo ascendieron hasta el rango de teniente coronel. En ese país su tarea era luchar contra los opositores del comunismo. Según reveló Putin en 2017, parte de su trabajo consistió en recolectar información ilegal.
Después de todo esto, en 1998, se convirtió en jefe del Servicio de Seguridad Federal, la organización que sucedió a la KGB, cuando el entonces presidente Boris Yeltsin, lo nombró, como explica la BBC
“Vi a un hombre cuya tierra era rica en petróleo y gas, pero que creció rodeado de pobreza y sabía todos los días que las cosas podían desmoronarse, y periódicamente lo hacían. Ingresó a las fuerzas de seguridad y luego ingresó al servicio público. Ese es el término equivocado: comenzó a participar en el saqueo que es la ocupación incesante de quienes ocupan cargos públicos en su país. Este se convirtió en el trabajo de su vida, permanecer dentro, no caer del enclave de riqueza y seguridad al turbulento mundo exterior”, escribió Tom Burgis, investigador que escribió para The Guardian sobre Putin.
Toda esta experiencia fue fundamental para construir al llamado dictador –para algunos– que hoy gobierna un país todo menos comunista, pero sí lleno de restricción a las libertades, vigilancia e intolerencia por la diferencia. No hace falta sino mirar la ley contra la propaganda homosexual que en 2013 firmó Putin para “proteger” a los niños, con el argumento de que la comunidad LGBT contradice los valores familiares.
Vladimir Putin ha sido durante años uno de los grandes líderes mundiales, y la potencia que dirige tiene poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Además, es miembro del G20, el club de los países más poderosos del mundo.
Pero nada de esto ha sido suficiente, de hecho, por su “hambre” de poder, que se dice no ha podido saciar tras la disolución de la Unión Soviética. Lo expulsaron del G8 –hoy G7–, por la anexión de la península de Crimea, Ucrania, en 2014. Putin también fue promotor de la sangrienta guerra de Chechenia, iniciada en 1999.
Durante años, el mundo no prestó suficiente atención y no tuvo en primer plano lo que un hombre como Putin podía significar. “Es un dolor de cabeza tener que enfrentar el hecho contundente de que Putin está tratando de cambiar el mundo por completo. Sus objetivos son imposibles de ignorar ahora”, escribió Peter Pomerantsev, periodista soviético y británico, para el medio británico citado anteriormente.
A un mes de la invasión, es evidente que a Putin no lo harán retroceder las cientos de sanciones que el mundo occidental le ha impuesto como reprimenda por sus abusos sobre Ucrania.
Todo lo contrario, pareciera estar cada vez más enfurecido, poniendo en riesgo al mundo entero, mientras en las inmediaciones de sus afrentas hay armas nucleares rondando, monumentos, hospitales y teatros.
Después de todo, lo que más desea es demostrar su poderío, recordando con nostalgia lo que alguna vez fue la Unión Soviética, y manteniendo lejos a Occidente: dícese de Estados Unidos y otras grandes potencias también miembros de la OTAN.
Como dijo algún pensador, todos saben cómo empieza una guerra, pero nadie puede predecir cómo termina. Y con un personaje como Putin, quien lleva casi al punto literal la expresión “sediento de poder”, es casi imposible saberlo, pese a haber visto aplastados sus planes de tomarse en dos días Ucrania.