Cada cinco años, en un congreso en el que las cabezas del Partido Comunista de China definen las riendas del gigante asiático, aparece un rostro joven que entra al gobierno socialista o que se fortalece luego de unos años. Entonces, los medios especulan que podría tratarse de un sucesor calificado para el presidente actual o que tiene talante para formarse como un potencial líder.
Sin embargo, ayer, en el tradicional congreso no afloraron nuevas caras en la política. Más bien, el evento sirvió para fortalecer al actual mandatario, Xi Jinping, que continúa al poder.
Y es que su objetivo más ambicioso requiere tiempo. Xi quiere que en 2050 China sea el país más poderoso del mundo. Enrique Posada, director del observatorio Asia-Pacífico de la U. Jorge Tadeo Lozano, lo cree posible.
“Es perspicaz, de gran visión y cercano a los grandes dirigentes del mundo, y su cálculo es bastante realista. Entre 2025 y 2030 él quiere consolidar al país con un estándar de vida relativamente acomodado, y hacia el 2049 pretende convertirla en la primera potencia”, detalla el experto, y añade que Xi es capaz de manejar a una república de 2.300 millones de personas.
David Castrillón, investigador de la línea Asia del Observatorio de Análisis de Sistemas Internacionales de la Universidad Externado, coincide en que Xi ha dado grandes avances que le valieron ayer la inclusión de su nombre en los principios rectores del socialismo, un estatus que pocos gobernantes como Mao Zedong han conseguido.
Entre sus gestiones, continúa Castrillón, está cambiar el modelo de economía. Según explica, desde 1978 China ha estado en un proceso de reforma: “el país buscaba niveles acelerados del desarrollo a toda costa, llegando a consecuencias negativas en términos de corrupción y polución, pero Xi se enfocó en una economía sostenible”.