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Es irónico que la escena clave de una película animada sea justamente una donde la animación es lo menos importante. Ocurre a la salida del club de jazz en el que se presentaba el cuarteto de Dorothea Williams, cuando la saxofonista líder de la agrupación se encuentra con Joe Gardner, el profesor de música que acaba de acompañarla al piano con gran éxito. Él está muy asombrado porque lo que había imaginado como la noche más importante de su vida, el parteaguas de su existencia, ha pasado tan rápido como llegó, dejándole apenas un buen recuerdo. Williams se anima a contarle una historia sobre un pez que busca el océano y en esa anécdota reside la clave de esta película, impecable desde lo visual y valiente desde lo argumental. No la vamos a decir acá, pero ustedes pueden repasarla casi al final de “Soul”, el más reciente largometraje de la factoría Pixar, estrenado el 25 de diciembre en Disney Plus.
¿Por qué esa historia es la clave de “Soul” si para el momento en que la cuentan ya hemos recorrido tanto las calles de New York como los parajes sinuosos de ese lugar en que las almas esperan el día de encarnarse y nacer? Porque es la verdadera meta de este viaje adorable que emprendemos con Gardner desde que tiene un accidente y se ve a sí mismo como una pequeña figura brillante, en la escalera eléctrica que lleva al Gran Después. En el camino el guión de Pete Docter, Mike Jones y Kemp Powers nos confrontará a los más adultos con preguntas que nunca han dejado de resonar en nuestra cabeza, como para qué carajos estamos en este mundo o en qué clase de monstruos nos convertimos cuando nos obsesionamos con un solo aspecto de la vida, ya sea la perfección física o la acumulación de riquezas. El recorrido es tan amplio que le queda tiempo a “Soul” para tocar tangencialmente temas como la educación que le damos a nuestros niños o la relación que tenemos con nuestros padres.
Pero me aventuro a pensar que la real lección que pretenden Docter y su combo no es simplemente, como han escrito algunos, recordarnos que probar una buena pizza o apreciar un atardecer hermoso son suficientes motivos para estar vivos. Pienso que en esta era de niños que quieren ser “famosos” a toda costa, la idea de que incluso si no conseguimos eso que algunos llaman “éxito” vale la pena vivir, es uno de esos pensamientos impopulares que nos conviene atender. Y nada mejor para hacerlo que el ropaje hermoso de la animación de Pixar, que esta vez descresta en detalles como el movimiento de las manos de Joe y Dorotea al tocar sus instrumentos, exacto frente a las notas que se escuchan, o el brillo de los vidrios que recubren las fotos de otros músicos en el club de jazz.
En el jazz una de las habilidades más apreciadas es la capacidad de improvisar. Tal vez lo que le falta a “Soul” para alcanzar las alturas de “Inside out” y otras, haya sido justamente intentar salir de su “tesis” y animarse más a presentarnos las preocupaciones humanas de sus personajes. Pero son notas al margen de una partitura ejecutada con solvencia. Disfrutemos del concierto.
