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Samuel Castro
Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescritor
La indignación, al menos en el cine, sobre todo en el cine, es mejor que la indiferencia. Habría sido mejor para los distribuidores que se atrevieron a traer “Benedetta” de Paul Verhoeven a nuestras salas, y para los exhibidores que la programaron, que algún concejal fanático hubiera visto a escondidas la película y luego hubiera salido a sus redes sociales a prohibir a sus copartidarios que la vieran, mientras nos advertía sobre este título usando adjetivos como perturbadora o blasfema. Al menos aquel escándalo, así fuera originado por una doble moral, antojaría a muchos a transgredir la advertencia, aunque salieran a hacer lo mismo con sus familiares y amigos dos horas después. Eso habría reportado mejores resultados que esta indiferencia, ya casi patológica frente a las películas en cartelera que pretenden tratar temas adultos, y que se ha convertido en la preocupante norma en la conversación cultural colombiana.
Si el escándalo se hubiera dado, podríamos haber conversado sobre lo que en realidad quiere expresar Verhoeven con esta historia sobre una niña del siglo XVII que es entregada a un convento de un pequeño pueblo italiano, que cree desde chiquita que en realidad sí es la esposa de Jesucristo, y que tiene ya de adulta, visiones místicas en las que Jesús, guapo y galante con su mujer, corta cabezas con una espada para defenderla o comparte sus heridas con ella desde la cruz. A lo mejor habríamos aprovechado la excusa de su presencia en carteleras para hablar de cómo las religiones convierten sus cultos en una sofisticada forma de comercio (la primera escena en que la abadesa, la siempre efectiva Charlotte Rampling, negocia la dote de entrega con el papá de la niña es perfecta) e influencia política, o para recordar de qué manera una interpretación sesgada del catolicismo es la excusa que se da esa religión para opinar sobre el cuerpo de las mujeres o sobre el ejercicio de cada quién de su sexualidad.
También podríamos haberle dedicado algunos minutos a conversar sobre la trayectoria de Verhoeven, eterno explorador de géneros “de segunda” y tramas que a veces rozan lo risible, que le sirven como excusa para desarrollar historias entretenidas que se meten con temas de la sociedad que preferimos no tocar. Así diríamos que el Jesús de los sueños de Benedetta nos recuerda a aquel RoboCop híper violento de 1987, o que sus exploraciones sexuales con otras novicias no están exentas de esa necesidad de provocación erótica que Verhoeven manifestó en Showgirls o en “Elle”. Incluso podríamos arriesgarnos a decir que a lo mejor la peste de la que quiere esconderse el pueblo en el que viven Benedetta y sus compañeras es una metáfora para hablar de la envidia, o que la mayor cualidad de la película es que deja a la interpretación de cada quien si la monja en verdad es una mística o una embaucadora sofisticada. Pero nada de eso es posible, si preferimos la apatía a la emoción, cualquiera que sea la que nos inspiren, y seguimos abandonando a su suerte en nuestros cines a las películas que no nos tratan como eternos adolescentes.