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¡Pachanga!, te vas a llamar ¡Pachanga!, le dijo Joe Arroyo entre risas, mientras grababan alguno de los éxitos que pondría a bailar a Colombia y a gran parte del continente. Detrás de la consola estaba él, también sonriendo y operando con sus dedos largos cada uno de los botones que daban vida a la música que salía de esa gran mole musical llamada Discos Fuentes.
Mario Rincón, su nombre, y sus manos, una extensión de la gran consola Ampex del estudio de grabación. La silla tenía su horma, el ambiente, su olor. Él llegó a Fuentes en el año sesenta, aún no tenía cédula y trabajaba por diversión, por unos cuantos pesos de recompensa que le daba el viejo Antonio, “Toño” Fuentes, por cargar cables, organizar instrumentos y ayudar en lo que necesitara...
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