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Fútbol: sobredosis,
excesos y fanatismo

Bendecida la desmesura, el fanático se obsesiona y empieza actuar compulsivamente. No acepta disensiones ni heterodoxias.

10 de diciembre de 2022
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Tal vez sea bueno aprovechar esta pausa sin partidos de fútbol, previa a los cuartos de final del Mundial de Qatar, que arrancaban ayer, para hablar de algo distinto, aunque de todas maneras tenga que ver con el evento que nos tiene cautivados a todos. Bueno, a casi todos. Y es el peligro de que la sobredosis de partidos, el exceso de apasionamiento en torno a selecciones nacionales o a jugadores en particular, nos lleven al fanatismo, a la fanatización de algo tan noble e higiénico mentalmente como un partido de fútbol.

Ustedes me perdonan que yo me ponga ahora de aguafiestas, pero el fanatismo de los excesos es tan peligroso y se inocula tan larvadamente, que es mejor alertar a tiempo. En realidad, todo fanatismo lleva a los excesos y estos son terreno abonado para que este nazca y se reproduzca incontroladamente como un virus. Lo que significa, concluyendo el silogismo, que la falta de moderación en cualquier aspecto de la vida es un síntoma de fanatismo.

Ahora bien, frente a este como frente a todos los excesos, son posible dos reacciones. Uno: la jartera, el cansancio, el desencanto. Otro, simplemente (y ese podría ser el caso hoy), se apaga la televisión y la radio y uno se olvida de mundiales y de los finales de los campeonatos. Las programadoras y quienes explotan comercialmente el espectáculo del fútbol (que habría que preguntarse si sigue siendo “el mejor espectáculo del mundo”, como se predica), no creo que estén dispuestos a matar la gallina de los huevos de oro. Aunque, para ser francos, en un país tan adormecido y gregario como el nuestro, las osadías de la protesta son mínimas e inéditas, por no decir que escondidas y temerosas y así no surten efecto.

La otra reacción es naufragar en los excesos. Y es aquí donde surge el peligro. Porque se está a un paso de caer en la obsesión y la compulsión, que son conductas características del fanatismo. Bendecida la desmesura, el fanático se obsesiona y empieza actuar compulsivamente. No acepta disensiones ni heterodoxias. Él tiene la razón y los demás, porque piensan distinto, son los malos. Maniqueísmo. Y del maniqueísmo a la inquisición. Y de la inquisición a la hoguera. Los excesos, asépticos e inofensivos al principio, terminan desatando violencias incontroladas. Porque la violencia, por su misma naturaleza, tiende a su vez al desbordamiento fanatizado y amplía el círculo infernal de los conflictos.

La falta de morigeración lleva a que la sociedad se columpie entre el fanatismo y la apatía, entre el fervor y el escepticismo. A veces revienta -volviendo al fútbol- en la furia desatada de los “hooligans” y los hinchas rabiosos vandalizando estadios y desatando batallas campales. Y eso ya no es deporte. Entonces la gente se cansa y se aleja. También en política. Que aunque se menciona a la postre, es el peor de los fanatismos, juntamente con los que brotan por confrontación de credos religiosos, de diferencias sociales, de preferencia sexuales y otros demonios agazapados en la convivencia humana.

Habría que volver, por lo tanto, al principio de la sabiduría griega: “Nada en demasía, que todo lo bello está unido a la conveniencia”, que se atribuye a Critias y está escrito en el frontispicio del templo de Delfos, al lado del “Conócete a ti mismo”.

Y no más. Que si sigo con mis filosofías me expulsan de la cancha. Porque lo confieso, a mí me gusta el fútbol, “ma non tanto, ma non troppo”.

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