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El pasado 9 de septiembre Netflix estrenó el documental El dilema de las redes sociales, una producción dirigida por el estadounidense Jeff Orlowski, que hace una crítica a la forma en la que están entrenados los algoritmos de la mayoría de redes para captar la atención de los usuarios, haciendo que pasen más tiempo ahí navegando.
Compañías millonarias como Google, Facebook y Twitter logran su objetivo mostrando a sus usuarios contenido que se relaciona con sus puntos de vista y usan técnicas de persuasión para vender pauta exitosa. El argumento de la cinta es que las gigantes tecnológicas se lucran de las vulnerabilidades de la mente humana. Y el problema, según cuentan entrevistados que trabajaron en estas grandes empresas, es que eso lleva a la gente a tener una visión más radical de sus opiniones.
En la producción, que estuvo en el top 10 de Netflix en Colombia a inicios de esta semana, también se ve un dramatizado de cómo varios miembros de una familia luchan, a su manera, con la forma en que las redes les afectan. Una adolescente menosprecia su apariencia física por los comentarios que hacen a sus fotos, un chico radicaliza sus opiniones políticas y envuelve a su hermana en un episodio violento y tres seres personifican cómo funciona la inteligencia artificial de estas compañías para captar la atención de los usuarios y subastar pauta en tiempo real.
Para algunos, alejados del conocimiento sobre cómo funcionan los algoritmos de los motores de búsqueda y las redes sociales, la pieza es reveladora. Otros argumentan —en comentarios publicados en las mismas redes que el documental critica— que la producción no dice nada nuevo. “El dilema de las redes sociales es que la gente recomienda ver El Dilema de las Redes Sociales... A través de las redes sociales...” tuitea @Lindapatcar. A lo que @EdgarMed responde: “Me ha causado gracia el exagerado drama de algunas personas con las ‘revelaciones’ del documental”. Ambos trabajan en comunicación digital.
Más allá de la sensación que deja la cinta, críticas en medios especializados de economía y tecnología argumentan que ofrece pocas soluciones. “A pesar de los confesionarios y de las condenas, las recomendaciones finales al consumidor promedio de estos productos tecnológicos son decepcionantemente poco originales. Estas sugerencias de autoayuda incluyen: desactivar las notificaciones, desinstalar aplicaciones que hacen perder tiempo, verificar los hechos antes de compartir las fuentes y seguir a personas con puntos de vista diferentes a los suyos”, escribió la periodista Michelle Gao para el medio estadounidense CNBC.
Esa opinión concuerda con otra que se lee en The Verge: “Cualquier solución a gran escala se reduce a apagar esas plataformas. Y cualquier otra a pequeña escala implica recortar el tiempo de pantalla o eliminar las cuentas. La propaganda, la intimidación y la desinformación son en realidad mucho más grandes y complicadas. La película menciona brevemente, por ejemplo, que WhatsApp, propiedad de Facebook, ha difundido información errónea que ha inspirado grotescos linchamientos en la India. Sin embargo, la película no menciona que WhatsApp no funciona casi nada como Facebook. Es un servicio de mensajería encriptada altamente privado, sin interferencias algorítmicas, y sigue siendo un terreno fértil para las falsas narraciones”, escribió el periodista senior Adi Robertson.
Desde 2017, cuando se reveló el escándalo de Cambridge Analytica, que probó cómo la recopilación de datos y segmentación de 87 millones de usuarios de Facebook jugó un papel fundamental en la distribución de noticias falsas y manipulación de intenciones de voto en las elecciones de Estados Unidos en 2016, se encendieron alertas no solo sobre la responsabilidad que tienen las grandes compañías sino sobre la exigencia que deben hacer los usuarios a estas sobre el tratamiento que les dan a sus datos.
En este punto Linda Patiño, analista en comunicación digital, indica que “hasta ahora estamos entendiendo que esto no es tan inocente como lo creíamos. La vida virtual es un reflejo de la vida análoga y en redes sociales la polarización se masifica. No hay suficiente voluntad política por regular esta situación porque los primeros beneficiados de que esto siga así son los mismos monopolios empresariales y políticos”.
A pesar de las graves denuncias que dieron a conocer en ese entonces The Guardian y The New York Times, Facebook sigue siendo la red social con más usuarios en el mundo: 2.449 millones, según el informe de 2020 de la agencia We Are Digital. Ahí está el dilema que plantea la cinta: las redes sociales son una oportunidad de interacción digital y conexión con otros pensamientos y culturas, y al mismo tiempo, un repositorio para confirmar los sesgos propios al recibir recomendaciones de contenido afín con los gustos, pasiones, miedos, etc.
¿Qué puede hacer?
El investigador en comunicación digital Fernando Castro, autor del capítulo Tecnología, disciplina y control, del libro La enseñanza de las ciencias desde la pedagogía social (2020) indica que así como las empresas se preguntan en qué red social deben hacer presencia para cumplir sus objetivos, los usuarios también deben preguntarse si es necesario estar en todas. Castro explica que las redes son un entorno de interacción y probablemente uno no las quiere eliminar de su vida, “pero si me puedo responder cuál es mi perspectiva como sujeto frente a las redes sociales y elegir una o dos”.
De acuerdo con caracterizaciones hechas por la firma de investigación británica GlobalWebIndex, en Twitter hay más noticias de último momento y opiniones políticas, en Instagram y Pinterest contenido de creatividad y en TikTok y Facebook entretenimiento.
El investigador recomienda dejar de mirar la alfabetización digital como un término lejano y empezar a informarse más sobre cómo funcionan las redes, quiénes están detrás y cuáles son sus intereses. Ver el documental es un buen primer paso, pero se puede ir más allá: tomar decisiones sobre qué tanto va a publicar sobre usted, definir el tiempo que va a gastar ahí y no dejarlo como algo deliberado, estar más atento a qué le da me gusta, a qué le presta su valiosa atención.
Finalmente Castro recomienda, citando al escritor Simon Sinek, poner sobre la mesa cómo la sociedad manejará un tema que ya se ha comprobado que es adictivo, preguntarse cómo protege a los niños o cómo exige políticas públicas para asegurar bienestar. “El Estado regula —y aleja de los menores de edad— todo lo que es adictivo: el alcohol, las sustancias psicoactivas, los casinos, etc”. Así mismo, hay que proteger a los menores y no minimizar la discusión.