Y aunque la medida es celebrada por unos, también es cuestionada por varios sectores, como psicólogos escolares, que advierten que no sirve de mucho prohibir esas apps a los niños.
El caso australiano funciona como un espejo para Colombia. El gobierno del país oceánico reconoce que la prohibición será imperfecta porque muchos menores encontrarán formas de evadirla; las plataformas señalan que los adolescentes podrían migrar a sitios más opacos y organizaciones de protección infantil dicen que la sobreexposición no se elimina, solo se mueve de lugar. En el país, donde proyectos de ley similares han aparecido sin llegar a concretarse, el debate es aún más complejo: ningún mecanismo de verificación de edad ha demostrado ser realmente efectivo.
La psicóloga escolar Natalia Cortés, docente del programa Emociones en Equilibrio del Colegio Monterrosales Homeschool, explicó a EL COLOMBIANO que “las prohibiciones totales generan una sensación de protección rápida, pero no preparan a nuestros niños para enfrentar el mundo digital”.
Para ella, el punto crítico es que el acceso a redes no es un lujo contemporáneo, sino una dimensión ya integrada en la vida emocional, social y académica de cualquier menor. Cortarlo de manera abrupta puede tener efectos temporales, pero no construye los recursos necesarios para navegar un entorno que seguirá ahí cuando se levante la restricción.
Cortés insiste en que lo que verdaderamente protege no es el bloqueo, sino la mediación activa del adulto. “Lo más importante no es evitar que los niños entren a redes, sino enseñarles, acompañarlos y ayudarles a relacionarse de manera sana con estas plataformas”, afirma. Esa mediación ocurre cuando el adulto conversa, pregunta, interpreta con el niño lo que ve, pone límites y acuerdos claros, y fortalece habilidades como la autorregulación y el pensamiento crítico. Esas son, según la psicóloga, las herramientas que sí tienen un impacto duradero en su bienestar.
La prohibición, en cambio, tendría efectos muy limitados. “Cuando se levanta la restricción, el niño encuentra forma de evadirla y no tiene las herramientas para enfrentar presiones, como la comparación social o el ciberacoso”, advierte. Y si algo sabe la psicología escolar es que los menores “son expertos en sobrepasar barreras tecnológicas”, como cambiar la edad en la cuenta, usar otro dispositivo, abrir perfiles nuevos. Lo técnico es fácil de burlar.
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En ese sentido, las leyes serían útiles, pero insuficientes. “Una ley ayuda porque pone responsabilidades y límites, pero no reemplaza la prevención real que ocurre en casa y en la escuela”, señala Cortés. Esa prevención incluye acuerdos domésticos, horarios, momentos libres de pantalla y un adulto que modela el comportamiento.
Pero sobre todo, implica crear un entorno donde el niño “pueda hablar sin miedo”, es decir, expresar lo que le preocupa, identificar lo que le afecta y comprender lo que lo presiona.
La especialista insiste también en que alfabetización emocional es la clave de fondo. “Las redes activan emociones intensas: frustración, impulsividad, necesidad de validación. Si el niño aprende a identificar lo que siente, a parar, a respirar y distinguir lo real de lo idealizado, su experiencia será mucho más sana”.
Alejandro Castañeda, jefe del Centro de Internet Seguro-Viguías de la organización Red PaPaz, advierte que incluso con controles parentales, el problema de fondo sigue siendo el diseño mismo de las redes sociales.
“Están creadas para generar una serie de mecanismos de retroalimentación que son muy fuertes o muy difíciles de moderar por parte de niñas y niños”, explica a EL COLOMBIANO.
Por ejemplo, “en TikTok el scroll infinito permite que los jóvenes sigan sin parar un momento”, lo que puede afectar su salud mental. Por eso insiste en que la responsabilidad “no debería recaer solo en los padres”, sino en regulaciones más robustas para los desarrolladores.