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“Se lo que es el valor de una pestaña”. Una lección que le quedó clara a Ana María Henao de su proceso para enfrentar el cáncer de mama. Esa pestaña que ella comenzó a valorar tanto luego de enfrentar la enfermedad es la representación de lo que ella y muchas otras mujeres que han recorrido el mismo camino saben. Que el cáncer, más allá de los momentos obviamente difíciles que han tenido que pasar en el proceso, al final del mismo lo que se aprende es el valor de las cosas simples. A reconocer que la vida está hecha de pequeños momentos de satisfacción y que lo más importante es vivirla plenamente.
Por eso, también en su lenguaje, y en las expresiones de todos las que la rodean dio una orden de estricto cumplimiento: suprimir en el vocabulario la palabra No, y todas las expresiones de negatividad
-¡Qué día tan feo!- cuenta ella que le escucha decir a alguien. Y de inmediato su respuesta -¡Es un día hermoso!
Para ella, como para otras 12 mujeres que compartieron con EL COLOMBIANO historias, y sobre todo el aprendizaje que deja el haber vivido, o estar enfrentando aún el proceso de lucha contra el cáncer de seno, la enfermedad, más que los momentos de angustia que genera, es una nueva, una segunda oportunidad.
“La vida se concibe con otro propósito. Con un nivel de conciencia superior y saber vivir el aquí y el ahora”, dice Elsa Pérez del Corral. Ella que ha padecido dos veces de cáncer también comprendió la importancia de dejar la arrogancia. “Algo muy importante que se aprende en estos momentos, es la humildad de dejarse ayudar”. Aún las tareas más simples se volvían una odisea.
Por eso el acompañamiento de quienes rodean a quien tiene el cáncer es fundamental. “El cáncer no es de uno solo”, apunta Adriana Restrepo Gallego. Para ella, como para sus compañeras el apoyo de la familia es fundamental. Pero también de los amigos e incluso el entorno laboral. “Que en la empresa, en el trabajo no lo menosprecien”.
Enfrentar el proceso que conlleva luchar contra esta enfermedad ha sido para ellas una forma de renacer, aprovechar potenciales que no se conocían o realizar sueños.
Elena María Palacio, escribió un libro con su experiencia: La sonrisa de Elena.
Por su parte Lina María Hurtado, nunca abandonó sus actividades como docente en el Sena, mientras desarrollaba el tratamiento, no quiso usar peluca, y sus alumnos le regalaron moños coloridos.
Hoy ella no solo es voluntaria en la fundación Fundayama, también ha dedicado parte del tiempo a realizar uno de sus sueños: viajar. Mochileando prepara un viaje a Perú. Ya ha estado en Panamá y Ecuador.