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Hay quienes entonarán el 31 de diciembre, con ganas y bastante alegría, la típica canción del año viejo que se ha cantado en Colombia desde 1952, la que habla de que no hay que olvidar el año que termina porque dejó “una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra”. Habrá abrazos y será una noche llena de celebración.
Otros, en medio de ese jolgorio, llorarán y preferirán no cantar la de las “cosas buenas, cosas muy bonitas”. Más bien querrán llorar, estar solos, no tendrán ganas de la compañía ni mucho menos de festejar.
Marta Cecilia Gutiérrez, jefe de posgrados de la facultad de psicología del CES, explica que los seres humanos somos muy simbólicos y estás épocas ayudan a cerrar ciclos, especialmente la representación del cambio de año. “Es muy sano saber que termina un periodo y que empieza otro, es como darse una oportunidad en la vida para muchas cosas. Precisamente esa connotación hace que sea una época en la que podemos pensar que hubo propósitos que no se cumplieron, se actualizan esas pérdidas que se hayan tenido no solo en el año si no en el transcurso de la vida. La gente evalúa y recapitula y dice: ‘No he logrado esto, no he conseguido aquello’, y ya se acabó el año”.
Esa sensación de tristeza es habitual, e indica la especialista que a pesar de que es una fecha para compartir y celebrar, no quiere decir que las emociones no coexistan en los seres humanos.
“Ahí la tristeza, la nostalgia y el vacío hay que vivirlo. Si lo que estamos invitando es a compartir, que bueno que una persona pueda encontrar en su familia personas con quienes compartir lo que está sintiendo, así sea triste”.
La profesional del CES considera que hay que darle la bienvenida a esas emociones, “deje venir la tristeza, la expresión de nostalgia, hablemos de aquellas cosas que nos han dolido como familia. Démonos la oportunidad de elaborar esas sensaciones”.
Sin embargo, no hay que quedarse allí, porque, explica Fredy Romero Guzmán, psicólogo clínico y profesor de la Institución Universitaria de Envigado, es estar en un estado de “desesperanza aprendida” y se da porque así como otras emociones, es incluyente en nuestra mente y se alimenta con el pensamiento.
Añade que lo mejor para no permanecer en ese estado y comenzar el Año Nuevo es que identifique su emoción y busque enfrentarla, “tratar de salir, ver a otras personas e intentar racionalizar de otra manera eso que lo tiene triste. Es ver además la situación como un aprendizaje, como un asunto que aporta para vivencias nuevas y para no repetir al año siguiente los mismos errores”
Si a su alrededor hay alguien cercano que está mal, lo mejor es acompañarlo, “y si la persona quiere recibir alguna palabra de aliento, se le da, pero muchas solo quieren sentirse escuchadas”.
Tanto Romero como Gutiérrez aclaran y sugieren que si su tristeza es profunda, dura mucho tiempo y genera angustia hay que consultar a un psicólogo. “Cuando comience a bloquearse lo que cotidianamente tiene que hacer a causa de ese desconsuelo es momento de pedir ayuda profesional, no dejemos que eso avance”.
Concluyen que la tristeza hay que vivirla, entenderla y aprender de ella. Si se le sale una lágrima, así esté sonando el Año Viejo o Faltan cinco pa’ las doce, llore, pero después déjese abrazar y contagiar de la alegría del año que comienza. Dele la vuelta a la página aprovechando la energía de ese Año Nuevo que va a comenzar.