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El ultrametal de Medellín y la trayectoria de Tenebrarum

Esta es una de las bandas más emblemáticas del metal colombiano. Conversamos con su fundador, David Rivera.

  • David Rivera, fundador de Tenebrarum, es uno de los referentes de la escena metalera de Medellín. FOTO camilo suárez
    David Rivera, fundador de Tenebrarum, es uno de los referentes de la escena metalera de Medellín. FOTO camilo suárez
hace 6 horas
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Una tarde de febrero de 1990, mientras se aproximaba a la casa de Luis Emilio Valencia, lugar de ensayo de las agrupaciones emergentes de rock, punk y metal de Medellín, ubicado en el barrio La Castellana, David Rivera, violinista, líder y fundador de la banda Tenebrarum, pionera del metal gótico en Colombia, percibió que alguien, pausada y sigilosamente, se le aproximaba por la espalda. Sin darle siquiera tiempo de voltear, sintió el frío cañón de un arma que apretaba su cabeza. Se encogió, y en medio de la tensión, dirigió como pudo la mirada a las casas que había alrededor, desde donde algunos vecinos, impresionados, observaban la escena desde sus balcones. El individuo, sin mediar palabra y al saberse observado, retrocedió, guardó el arma, se montó en una moto y se marchó. Mientras esto ocurría, David se volteó para entender qué pasaba, y alcanzó a ver que quien huía era un sujeto con uniforme de la Policía.

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El hecho anterior describe una época convulsionada en la ciudad, cuando las bombas, la guerra entre carteles de la droga, las masacres, los secuestros, los homicidios selectivos, las desapariciones, así como las amenazas y las persecuciones, estaban al orden del día. Pero también, lamentablemente, surgió la estigmatización por parte de un sector radical de la sociedad —y de algunas instituciones del Estado— hacia artistas y músicos, especialmente de rock y metal, a quienes se veía como “desestabilizadores” de las buenas costumbres.

“Eran tiempos en los que ser músico de metal —más aún si ya tenías cierto reconocimiento en el underground local— representaba casi que colgarte una lápida al cuello. De hecho, algunos fueron asesinados”, explica David.

Incluso tener el pelo largo, lucir camisetas de rock, vestir de negro, asistir a conciertos de punk o metal, o simplemente escuchar esta música en la calle, los convertía a veces en objeto de persecuciones, agresiones y golpizas por parte de las autoridades.

“Pero esto no sucedía en todos los barrios ―agrega David―. Algunas zonas como Laureles, Conquistadores y El Poblado estaban exentas de dichas presiones, o eran menos intensas. Las persecuciones se intensificaban más en las llamadas comunas o barrios populares”. Esto, sin duda, añadía un componente adicional de discriminación social.

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David Rivera Velásquez nació en 1972, en el seno de una familia musical, siendo el mayor de tres hermanos. Su padre, Alonso, es guitarrista con formación clásica, ejecutor de instrumentos andinos y compositor de música colombiana. Su madre, Blanca, es mezzosoprano. La música los unió y con el tiempo formaron el dueto Pampa y Cielo, que hoy cuenta con más de cincuenta años de trayectoria artística.

Desde los cuatro años, David mostró una profunda fascinación por la música. Así lo recuerda al evocar el día en que don Alonso y doña Blanca fueron a matricularlo al Jardín Infantil Colombo Italiano, donde él empezó a golpear con fuerza un piano que había cerca.

Un año después, sus padres lo llevaron a tomar clases de iniciación musical en la Biblioteca Pública Piloto, con el maestro Elkin Álvarez. Posteriormente, a la edad de ocho años, mientras veía Música para todos —un programa de televisión dominical patrocinado por la Orquesta Filarmónica de Bogotá— trasmitieron un especial para violín y orquesta, interpretado por el maestro colombo-austriaco Frank Preuss. “Desde ese momento quedé encantado con la majestuosidad del violín, con ese instrumento que se tocaba con un palito (el arco)”, anota David.

Fue entonces cuando les dijo a sus padres que quería aprender a tocar violín, así que lo matricularon en el conservatorio de música de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia, donde recibió sus primeras clases con la profesora Ruth Stella Álvarez.

David no recuerda cómo, un día cualquiera de 1984, cuando tenía 12 años y cursaba séptimo grado en el Colegio Universidad Pontificia Bolivariana, llegó a sus manos un casete TDK. Una vez en casa, lo primero que hizo fue ponerlo a sonar en el equipo de sonido. “Me estalló la cabeza inmediatamente” ―rememora. Lo que sí recuerda con claridad es que allí estaban grabadas cuatro canciones del Kill ‘Em All, de Metallica; cuatro más del Show No Mercy, de Slayer; dos del Black Metal, de Venom; otras dos del Metamorfosis, de Barón Rojo; y finalmente, un tema de la agrupación Bitch. “Esa cinta magnetofónica, portadora de sonidos distorsionados, se convirtió en un objeto sagrado para mí. Gracias a este casete nació mi amor por el metal, un amor que perdura hasta el día de hoy”, puntualiza.

¿Se puede afirmar que ese sonido extremo surge en Medellín dadas las condiciones sociales de la época?

“Sucede que, en los años 80, un grupo de jóvenes en Europa empezó a gestar una propuesta musical contestaria y radical como respuesta a lo que fue la música disco, surgida en la década del 70. Aunque muy novedosa al principio, la música disco terminó matando el arte por su sonido repetitivo y comercial. Esta nueva propuesta se conoció como Nueva Ola del Heavy Metal Británico (NWOBHM, por sus siglas en inglés). Ahí empieza a generarse un movimiento contracultural que va en contra del mainstream —de lo comercial—, erigiéndose como una forma de protesta contra lo establecido en temas políticos, sociales y religiosos.

Este nuevo sonido del metal, surgido en Inglaterra, llega a Medellín —como antes lo hizo el rock— de la mano de viajeros que traían casetes y elepés, y va entrando a las comunas donde impacta muy fuerte como corriente artística, especialmente en barrios periféricos con condiciones sociales muy complejas, donde la violencia y la pobreza extrema eran el común denominador, además de estar muy marcados por el narcotráfico y las bandas delincuenciales.

Así, el metal se apodera de estos jóvenes que querían salir adelante, pero que estaban cooptados por grupos criminales, acorralados por el hambre y por la falta de oportunidades, sin apoyo del Estado. Era una generación atrapada en el desasosiego y la desesperanza. Entonces el metal se convierte en una válvula de escape, en esa nueva forma en la que ellos expresan una realidad de muerte con la que convivían. Y lo hacen de forma rudimentaria, donde no importaba tanto la técnica, porque los instrumentos eran hechizos; lo que realmente importaba era el mensaje, que se traducía en desahogo, protesta, desesperación y denuncia en el que exteriorizaban su rabia y su inconformismo. Esas condiciones, esas realidades, las dificultades y limitaciones terminan generando un subgénero propio del metal de esta ciudad: el ultrametal”.

¿Hay indicios a cerca del momento en que se configura el término “ultrametal”?

“Sí, lo hay. Este subgénero contestatario, transgresor, radical, violento y de denuncia se cristaliza cuando la agrupación Parabellum lanza su primer sencillo llamado Sacrilegio. Con Sacrilegio se consolidan unas características irrepetibles del “ultrametal”. Resulta que, a principios y mediados de los 80, en medio de ese revoltijo social tan duro, Medellín era muy clerical, hipócrita, moralista, camandulera, goda, que invisibilizaba el caos que se estaba viviendo. Y entonces llega Parabellum con un sonido hechizo y unas ideas fuertes anticlericales —satánicas, si se quiere— a cambiarlo todo.

Además, la carátula del disco, que originalmente mostraba a la Virgen del Carmen con un Divino Niño en brazos y unos ángeles alrededor, le hicieron una transformación con un rapidógrafo, convirtiendo estas imágenes sagradas en demonios. Todo esto constituyó una declaración de guerra a la religión, a los curas, a la falsa moral y a las llamadas “buenas costumbres”. Fueron ellos quienes tuvieron el valor de pararse al frente y decir: ‘Nosotros somos otra cosa’, con una música terriblemente violenta, con un sonido como de ultratumba y una producción de pésima calidad.

En este orden de ideas, lo que representó la grabación y publicación de Sacrilegio, con esas imágenes divinas alteradas en su carátula, fue quizás la génesis de lo que hoy se conoce como “ultrametal”.

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En 1990 funda Tenebrarum —que en un principio se llamó Agonía—, que contó desde sus comienzos con la presencia de Bull Metal...

“Así es. Bull Metal fue nuestro primer baterista, quien llegó a reemplazar a alguien que estaba tocando con nosotros desde Agonía. El Bull tenía una capacidad técnica muy superior y encajó perfectamente con el sonido que yo buscaba para la banda. Además, estábamos: Mario Aponte, en voces; Walter Tamayo, en el bajo; y yo, que, siendo guitarrista en formación, me puse al frente de las seis cuerdas. Esa fue la formación original. El 1 de febrero de 1990, la banda empieza a ensayar formalmente bajo el nombre de Tenebrarum”.

En 1994 publicaron El vuelo de las almas que, de paso sea dicho, en 2020 Radiónica lo catalogó entre los mejores álbumes de la historia del metal colombiano.

El vuelo de las almas tiene varias características. Una de ellas es que hubo cambio de alineación. Par ese momento éramos Walter Tamayo en el bajo, Daniel Builes en la batería, Juan Sebastián Ochoa en los teclados, Mario Aponte en las voces, Dora Vélez como voz lírica y yo en el violín. Por otro lado, el disco contó con la ingeniería de Federico López (Habichuela), quien había trabajado con nosotros en Visiones del horror y producido álbumes para Ekhymosis, Kraken, Estados Alterados y otras bandas. Otro aspecto importante es que fue el primer trabajo de metal prensado en Colombia, y también el primero en incorporar violín, teclado y una cantante lírica. Quizás por eso su trascendencia en la escena”.

Para 1995 llega Blood & Tears, un trabajo que, como lo dijo en alguna entrevista, buscaba superar lo hecho con El vuelo de las almas...

“Por supuesto. Queríamos hacer un álbum más profesional, más agresivo, con un sonido más contundente. Grabamos con Jorge Montoya (q. e. p. d.), que era alguien que tenía un gran conocimiento técnico y una comprensión profunda del universo del rock. Adicionalmente, dimos con una carátula que se ajustaba perfectamente con el contenido del disco. Resulta que ese año el artista colombiano Édgar Trujillo pintó una obra de gran formato, sin título, que ganó varios premios nacionales. Sin embargo, por la fuerza de su mensaje irreverente, nunca pudo venderla. A nosotros nos encantó y decidimos que esa fuera la carátula de Blood & Tears”.

Dos años después lanzan Divine War (1997), un disco con el que, en un principio, no quedaron del todo satisfechos.

“Divine War fue muy icónico para nosotros. Tenía excelentes composiciones y, como siempre, queríamos dar un paso adelante en la propuesta musical con respecto a lo que habíamos hecho antes. Durante la grabación estábamos muy entusiasmados con la grabación, pero cuando empezamos a hacer la mezcla tuve cierta insatisfacción con la producción porque, debido a razones técnicas, el sonido resultaba poco definido y no representaba la identidad sonora metalera que yo esperaba y que nos identificaba como banda. Fue entonces cuando hablé con Jaime Ocampo, músico y productor quien, en tiempo récord, realizó una nueva mezcla que mejoró notablemente la calidad del disco, dando a Divine War el resultado que esperábamos”.

Este año Tenebrarum fue invitado por primera vez a participar en 70000 Tons of Metal, un festival anual que se hace a bordo de un crucero, el cual se realizó del 30 de enero al 3 de febrero, navegando desde Miami hasta Ocho Ríos, Jamaica, a bordo del barco Independence of the Seas. Allí compartieron escenario con algunas de las bandas más representativas del metal mundial, como Hammerfall, Samael, Sepultura, Stratovarius, Thy Antichrist o Symphony X, entre muchas otras, dejando en alto la huella y el buen nombre del metal paisa”.

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