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Con morrales a bordo, y de la mano de sus papás, cientos de niños volvieron a estudiar. También lo hicieron los más grandes, quienes llegaron por sus propios medios. Timbres y campanas se desempolvaron tras el receso de vacaciones —algunos ajustaban más tiempo—. Y en los salones de clase, entre tapabocas y desinfectantes, estudiantes y maestros se volvieron a encontrar.
Aunque un buen porcentaje ya había probado las mieles de la alternancia después de meses duros de virtualidad, este año el retorno fue particular: la presencialidad llegó para quedarse y hacerle frente al “malvado coronavirus” —como le llaman algunos estudiantes—, y no como un placer que en cualquier momento se puede evaporar.
Las burbujas que crearon hace un año en las instituciones, con las cuales bajaron el número de estudiantes por curso, también desaparecieron. En este retorno el límite de aforo se desdibujó y el mecanismo que garantizó otrora la bioseguridad no partió en dos, ni tres, ni cuatro, a quienes han sido compañeros por años o a aquellos que apenas comienzan a conocerse.
Los quejosos por las clases de inglés y matemáticas se mostraron menos perturbados. Ahora no hay una pantalla, micrófono o conexión a internet que se interponga entre sus dudas y las explicaciones inmediatas de los profesores. La pizarra está a pocos metros y entre pares se explican lo que no alcanzan a entender.
Tampoco faltan, tras casi dos años de pandemia, contagios y muertes, los incrédulos. Si bien muchos estudiantes y profesores llegaron vacunados a su primer día de clases (ver Radiografía), hay padres de familia que aún dudan. Mientras les empacan el antibacterial a los más pequeños y les aprietan el tapabocas hasta donde pueden, muchos alegan reparos contra el chuzón.
Pero entre filas largas, protocolos extensos e inducciones que refrescan la memoria, un hecho parece no tener discusión: la presencialidad la pedían a gritos padres de familia, profesores y estudiantes. Y hasta los amantes del sueño diurno, que detestan madrugar, volvieron a poner el reloj a despertar.
Retorno en el Aburrá
En sedes como el Manuel Uribe Ángel, de Envigado, el madrugón no fue tan fuerte, contó una de las mamás que llevó a su hija hasta el lugar. Hacia las 7:00 de la mañana comenzaron a desfilar chicos y grandes por los pasillos de las dos sedes de esta institución.
En la de secundaria y media volvieron, solamente, los de décimo y once. Samuel Ramos, quien se estrenó en el colegio para concluir su bachillerato, contó que, pese a ser nuevo, el retorno había sido una maravilla. Con desdén se refirió a las clases virtuales y a la alternancia que le causaron más estrés de lo normal, por el envío frenético de tareas y los procesos que antes se solucionaban en un dos por tres.
Esa metodología, a Paulina Diosa, estudiante de grado quinto, le impidió compartir con sus compañeros, le complicó las clases de inglés e hizo que le pareciera aburrido aprender. Ahora, con sus dosis contra la covid listas, no extrañará esos tiempos “oscuros”.
Pero no todos los que están en casa cantaron victoria ayer. En este colegio, por ejemplo, el retorno será escalonado. Aunque el Ministerio de Salud esgrimió que la presencialidad será obligatoria, allí se tardará hasta el viernes.
Contó Jhon Javier Soto, coordinador de la sede de secundaria, que ayer volvieron 200 estudiantes de décimo y once. Se espera que, al final de la semana, estén instalados los 870 para los que tienen disponibilidad. Y que en la primaria, en la que volvieron cuartos y quintos, lleguen 440 más.
Hay temores
En medio del revoloteo de estudiantes, que le envidió poco al de las palomas, los padres de familia esgrimieron un par de peros. María Gómez, madre de una niña de cuarto grado, agradeció dejar de una vez por todas,los estudios en el hogar. Lo que no la convence, todavía, es la vacunación.
Mientras hacía los trámites para matricular a su hija en la Institución Educativa La Paz, alegó una decena de razones para decirle no al tan anhelado —y para otros polémico— chuzón.
Este miedo, sumado al de los contagios en los colegios, es el que todavía tiene a muchos padres indecisos, dudando del retorno a clase presencial. Pero dicen los expertos que, al estar todo abierto, ¿qué podría pasar en una escuela, lugar en el que suelen ser más bajos los riesgos?
A la mano hay más de una recomendación: colegios como el de Samuel y Paulina tienen a punto sus protocolos de rastreo de casos, insisten cada que pueden en la vacunación y recomiendan que, a la menor sospecha de gripe u otra enfermedad, los estudiantes se queden en casa.
Relató Soto que esa “cantaleta” la tienen hasta escrita en un manual. Con las inducciones que a muchos les producen dolores de cabeza, y que después de tantos meses lidiando con este virus parecen irrisorias, buscan que los estudiantes sean conscientes de que, aunque ya volvieron, se deben cuidar.
Pero todo, como cosa rara en esta vida, no es alegría. Pronto comenzarán las evaluaciones y, como contaron los compañeros de Paulina, pocos se podrán copiar. Eso, quizá, ayude a mejorar los niveles de aprendizaje y a evitar que el bus de los repitentes se vuelva a llenar.
En medio de este relato, que también da cuenta de goteras que no menguan y agua que no llega a algunos colegios —para lidiar con el “malvado” coronavirus—, cerca de 900.000 estudiantes en Antioquia volvieron a estudiar. Timbres y campanas esperan, después de dos años turbulentos, no volverse a empolvar.