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“Respire profundo, lo está haciendo muy bien, ya casi aterrizamos, respire profundo”. La frase fue como un mantra que acompañó el sonido de los motores del avión C-295 de la Fuerza Aérea.
Así se sintieron los 40 minutos recorriendo la distancia entre Rionegro y Bogotá con cinco enfermos críticos de covid-19, que no encontraron una cama UCI en Antioquia y que estaban en la situación de otros 248, con corte a 14 de abril que, según la Gobernación, aún esperan su lugar en cuidados intensivos.
El vuelo resultaba ser la única esperanza para que ellos ocuparan una UCI en Bogotá. Debía salir puntual: a las 7:30 de la mañana, pero las hélices no giraron a tiempo.
En ese preciso momento del despegue, un paramédico, con dos botellas de oxígeno, corría entre los aviones parqueados. En la entrada del aeroplano, una cirujana preguntaba por los signos vitales de uno de los pacientes, mientras una ingeniera biomédica verificaba que los monitores y los respiradores funcionaran. Después del caos, el silencio se rompió cuando el temor nos recorrió con una frase: “¡Uno de los pacientes entró en paro!”.
Los otros cinco enfermos estaban acostados, entre dormidos y conscientes, solo con respirador en ese momento, pero estables gracias a cuatro médicos. Entre tanto, un grupo de especialistas ingresó al paciente en paro a la zona de sanidad de la base, lo intubó e intentó reanimarlo varias veces. Cuarenta y cinco minutos estuvieron intensivistas, enfermeros, anestesiólogos y paramédicos haciendo lo que sus conocimientos y sus herramientas les permitieron, pero sus pulmones, invadidos por el coronavirus Sars-Cov2 no aguantaron, el paciente falleció.
La lista de personas que han perdido la vida en Antioquia por esta misma causa va en 7.993, desde el 9 de marzo de 2020, cuando se reportó el primer caso positivo por covid-19, hasta el 15 de abril, según las cifras de la Gobernación.
Una hora después, con cinco pacientes, el avión medicalizado partía con destino al Comando aéreo militar Catam en Bogotá.
En su interior estaban 12 integrantes de la FAC (Fuerza Aérea Colombiana), un piloto, un copiloto, dos técnicos de vuelo, un intensivista, tres médicos cirujanos, una ingeniera biomédica, tres paramédicos y un ‘arsenal’ de implementos médicos para mantener los pulmones de los pasajeros funcionando: respiradores, botellas con oxígeno, medicamentos, desfibriladores, tubos y cientos de bolsas con lo necesario para responder si algo salía mal.
No es el primer vuelo que la FAC hace con esta misión. Según el coronel Camilo Gómez Isaza, segundo comandante del Cacom5, desde el inicio de la pandemia se han trasladado 115 pacientes en estado crítico. “Se inicia con un procedimiento con la solicitud desde la Gobernación o la Alcaldía, de donde se requiera el movimiento por la alta ocupación de camas UCI. De ahí salimos nosotros, hacemos la coordinación administrativa y la coordinación operativa, que consiste en que nuestras aeronaves se configuran como UCI aéreas, en las que tenemos el personal preparado para poder atender cualquier tipo de necesidad en el aire”, afirma el militar.
El movimiento similar al de una moto en carretera destapada es la constante en este viaje, en el que paciente y médico están a centímetros de distancia y se logran ver gracias a la poca luz que ingresa por las ventanas del avión. En el aire, las luces blancas fluorescentes, que todo lo revelan, son apenas un recuerdo de los hospitales.
Ese martes, dos de ellos tenían respirador artificial; otro, sentado y consciente, unía sus manos en posición de oración. Aunque podía, no miraba el paisaje afuera. ¿Alguna vez había volado en avión? le pregunté. “Es la primera vez”, me dijo e intentó complementar su respuesta, pero el aire en sus pulmones era insuficiente. Prefirió orar en silencio.
Llevábamos 20 minutos en el aire cuando un pitido agudo y repetitivo surgió del monitor de uno de los pacientes, a tal punto que concentró la atención de los médicos.
La pantalla mostraba: pulso 106 y saturación de oxígeno 92, bajando. Su respiración estaba agitada, su piel era un testimonio del frío que sentía. Le pusieron una manta térmica dorada, revisaron el respirador y aumentaron el oxígeno. Un paramédico se acercó y le dijo: “Aquí estamos, respire profundo, lo está haciendo muy bien, ya casi aterrizamos, respire profundo”.
La combinación de esa frase y los procedimientos médicos dieron resultado inmediato: pulso en 98, saturación de oxígeno en 95, su respiración tranquila y profunda, temperatura estable. Faltaba poco.
Las llantas de la aeronave tocaron tierra. Afuera cinco ambulancias tardaron pocos minutos en entrar hasta la pista y, muy lentamente, en sus camillas, cada uno de los pasajeros fue bajado del avión. El más crítico primero.
Las manos entrelazadas del paciente que oraba, por un momento, se separaron para preguntar a cuál clínica lo llevarían. “Avísenle por favor a mi familia que llegamos bien”, fue lo último que le dijo a uno de los médicos antes ingresar al carro que guiaría su destino.
Luego, el sonido de las sirenas fue disminuyendo, mientras los tripulantes y la cabina recibían un baño de desinfección para prevenir la enfermedad, asegurando así que puedan seguir volando y salvando la vida de quienes esperan una cama UCI donde sea que esté disponible.
Ayer, 114 personas no lograron sobrevivir en Antioquia, una cifra preocupante si se tiene en cuenta que es superior a la de los muertos acumulados durante los primeros cuatro meses de la crisis, que fueron 102. En el país, actualmente, los números ascienden. Van 67.199 muertos, según el Ministerio de Salud, y los casos activos son 94.583.
La ocupación de camas UCI en el departamento fluctúa ahora en los tres dígitos porcentuales, obligando a hacer estos vuelos cada vez más frecuentes. “Hemos hecho traslados en la noche y en lugares donde no hay otra forma de mover un paciente, las aeronaves entran en cualquier zona a cualquier hora, porque la situación es cada vez peor”, con esta frase se despidió uno de los tripulantes al terminar el vuelo