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Caminando por las sinuosas calles de su barrio, Wberney Zabala comienza un relato que abarca más de tres décadas. Olvido, violencia, desesperanza, son las primeras palabras que ruedan de su boca. A su vera, varias personas se acercan a escuchar la narración. Es la historia del barrio Pablo Escobar, cuyo nombre no figura en mapa alguno de la ciudad. “Tenemos el mejor equipo de fútbol, pero no hay cancha; tenemos niños, pero ningún parque”, relata.
Con Medellín como telón de fondo, Wberney, presidente de la Junta de Acción Comunal y exsoldado, recuerda los inicios del vecindario. Datan de un remoto 1984. En ese entonces, dice, más de mil pobladores, de la noche a la mañana, llegaron a las 453 viviendas que el narcotraficante Pablo Escobar construyó en el sector.
“Fueron inicios duros. Las casas no tenían luz ni acueducto. La gente iba a pedir comida a La Milagrosa. Con los años comenzó la lucha por hacer legal al barrio, dotarlo de servicios públicos. Hemos tenido que luchar contra el olvido del Estado”, comenta.
Muchos de los primeros pobladores llegaron de Moravia, en donde vivían, como dice la canción de Los Guaraguo, la tristeza de habitar una casa de cartón. Como el barrio no fue planificado, no contó nunca con espacios de esparcimiento. Los niños corren por sus calles laberintos; las señoras conversan sobre andenes estrechos. Pero esa situación está a punto de cambiar. La voz de Wberney se hace recia y, con orgullo, mirando a sus interlocutores, dice: “Ahora tendremos el primer espacio público, luego de décadas de estarlo pidiendo”.
El soldado retirado se refiere al Jardín Buen Comienzo, cuya construcción acaba de comenzar. Ese proyecto, dice, se gestionó desde 2008, durante la administración de Alonso Salazar. Pero la compra de predios retrasó el inicio de las obras varios años. Jorge Alarcón, subgerente de Ejecución de Proyectos de la Empresa de Desarrollo Urbano (EDU), explica que el lugar se había convertido en un botadero de basuras y escombros. “Para iniciar tuvimos que remover 2.000 metros cúbicos de material. De ellos, el 20 % eran escombros que serán utilizados para la construcción”, precisa.
El futuro Jardín Buen Comienzo, según el subgerente de la EDU, fue expuesto a la comunidad desde antes de comenzar los trabajos. “Haremos obras de urbanismo, andenes adecuados e incluyentes. La infraestructura estará lista para el primer trimestre de 2022 y tendrá un espacio de 2.800 metros cuadrados. Habrá 10 salas de interacción para el desarrollo de los niños; cuatro salas especiales para gateadores, además de salones recreativos para los juegos de los menores de 0 a 5 años”, puntualiza el subgerente.
La inversión total para la primera obra pública del barrio es de $10.600 millones y en ella se atenderán a 300 niños. Wberney, ante sus absortos escuchas, comenta: “Hace años pedíamos este espacio para nuestros niños. Acá no tenemos un solo colegio, los hijos de los vecinos tienen que ir a estudiar a La Milagrosa, El Salvador o Buenos Aires”.
En 1986, dos años después del arribo, ya tenían electricidad y agua. Así, de manera paulatina, fueron mejorando sus condiciones de vida. “Tuvimos violencia, cosas muy duras. Ahora, afortunadamente, tenemos el título de propiedad de la casa”, explica la mujer.
Wberney, por su parte, dice que la historia del barrio no puede ser desconocida. Fue Pablo Escobar quien construyó las casas y quien se las dio. “No hacemos apología a lo que pasó. Los jóvenes ya no lo ven como una buena figura. Contamos nuestra historia y lo que fuimos. Ahora queremos ser diferentes, contar con la ayuda del Estado”, comenta.
Según sus pobladores, el barrio se llama Pablo Escobar, pero ese nombre no aparece en los mapas de Medellín. Para la institucionalidad, el vecindario hace parte de Loreto, en la comuna 9. “No somos Loreto, nosotros no somos parte de ese barrio. Tienen que entender que somos una comunidad aparte, que no accedemos a los parques ni espacios de ese barrio”, dice Wberney.
El urbanista considera, además, que los barrios son “la célula, el núcleo de la ciudad”. Argumenta su idea: “El barrio es el centro de la sociedad, donde comienza. Cada uno debe tener plazas, parques. Eso debe hacerse teniendo en cuenta la arborización y el mobiliario urbano. Las ciudades no pueden ser solo vías”.
El déficit de espacio público que tiene la ciudad ha sido estudiado por el observatorio Medellín Cómo Vamos. Según el último estudio de esa entidad, publicado en 2018, la ciudad tenía 3,68 metros cuadrados de espacio público por habitante, una cifra muy por debajo de los 12 que recomienda ONU Hábitat. Según esa entidad internacional, el espacio público “contribuye a mejorar la salud y el bienestar; reduce el impacto del cambio climático; anima a las personas a caminar y usar la bicicleta; aumenta la seguridad y reduce el temor a la delincuencia”.
Alfredo Manrique, representante de ONU Hábitat en Colombia y Ecuador, explica mejor esa idea. “Cuando el espacio público no se cuida, o no se mantiene bien, se convierte en una olla. Lo óptimo es que este sea incluyente, que sirva para el intercambio, la convivencia. En definitiva, este es el gran promotor de la democracia y de la sociedad”, precisa.
El experto menciona que la planeación urbana en Medellín ha sido deficiente, máxime cuando la Comuna Nororiental, por ejemplo, se pobló de manera irregular con la llegada de migraciones campesinas que llegaron a la ciudad, en mayor medida, desde la época de la Violencia.
“Otro problema es que prevalecen los intereses rentísticos. Cualquier metro que sobra es utilizado para levantar un edificio. La paradoja es que crece la población y no el espacio público”, comenta. Sin embargo, señala que la urbe ha sido abanderada a nivel latinoamericano con temas como el cinturón verde.
El mencionado observatorio Medellín Cómo Vamos hizo cuentas de cuánto invirtió la ciudad en espacio público en los últimos años. En el periodo 2008-2011, por ejemplo, el gasto fue de $132.183 millones por año; entre 2015 y 2018, por su parte, el promedio anual fue de $281.325 millones; entre 2016 y 2018, según el informe, se invirtieron $142.848 cada año.
César Hernández, quien fue gerente del programa Plan Urbano Integral de Medellín, que se realizó durante la administración de Sergio Fajardo (2004-2007), explica que, para esa época, la zona más crítica de la ciudad en cuanto a espacio público era las comunas 1 y 2, en donde el espacio por habitante era de 0,05 metros cuadrados. “Realizamos más de 200 intervenciones y, al final, la tasa subió a metro y medio por habitante”, declara el exfuncionario.
Entre las obras realizadas, resalta el comienzo del viaducto de la comuna 13, la Biblioteca España y el parque de la estación Santo Domingo. “Desafortunadamente, el proyecto no siguió. Alonso Salazar dijo que lo continuaría, pero ni él, ni Aníbal (Gaviria), ni Federico (Gutiérrez) lo impulsaron. Ha hecho falta más voluntad política para lograr que las comunas tengan espacios para todos”, opina Hernández.
En ese mismo sentido, la lucha de Wberney y su barrio seguirá siendo la de conseguir más espacio público, como una cancha de fútbol para el equipo que tienen. A fin de cuentas, no se han cansado de exigirla en 37 años