La inmersión duró media hora. El agua del embalse de Guatapé oscilaba entre los 14 y 18 grados Celsius. A medida que el buzo Reney Patiño descendía, sentía cada vez más frío. La oscuridad también iba en aumento, a tal punto que a 20 metros de profundidad, su única alternativa fue aguzar el tacto.
Fue hace un mes, después que el día anterior, un planchón se hundiera minutos después de haber salido del malecón con 167 personas a bordo, de las cuales, nueve fallecieron. El lunes 26 de junio, aún faltaba encontrar los cuerpos de dos mujeres.
El Departamento de Salvamento y Buceo de la Armada Nacional llegó sobre el mediodía aquel lunes. 17 buzos se sumergieron en la noche para buscar incansablemente a las víctimas y estudiar la estructura del barco, para luego sacarlo a flote.
Patiño ostenta el cargo de suboficial tercero de la Armada y su base se encuentra en Cartagena. A pesar de haber enfrentado aguas con temperaturas de menos 0,9 centígrados en dos ocasiones, en la Antártida, o de tener experiencia en incontables operaciones de rescate en todo el país, esa noche no dejó de sentir una terrible ansiedad.
Buscar en las tinieblas
“Buscábamos algo que solo sentíamos con las manos, a veces sin saber específicamente qué era. Nos topábamos con muebles, sillas, botellas, canastas, pero no dábamos con los cuerpos”, relata Patiño.
Igual que sus compañeros, estaba equipado con un cordón conectado a su casco al que se le conoce como umbilical, que cuenta con dos líneas de aire y una de comunicación con la superficie.
“Esta técnica conocida como buceo semiautónomo nos permite incursionar a mayor profundidad y estar más tiempo en el agua. Aunque la altitud del embalse (1887.5 m.s.n.m.) y el frío que causa pérdida de calorías, fueron limitantes”, explica Carlos Andrés Escobar, capitán de Navío de la Armada y líder de los buzos.
Sin embargo, a pesar de que los buzos estaban acostumbrados a las altitudes costeras, logró completar 112 inmersiones durante los 12 días que acompañaron las labores en Guatapé. Cada buceo duraba alrededor de 30 minutos.
“Nos basábamos en fotos que nos mostraban en la superficie, y aunque en la estructura del barco no encontramos los cuerpos (luego hallados por otros miembros del equipo), nuestra misión también fue reflotar la embarcación”, recuerda Patiño.
Por la situación de emergencia con la que se tuvo que planear el rescate, no se pudo disponer de una cámara hiperbárica para controlar la presión y eliminar el nitrógeno residual que se genera al sumergirse a varios metros de profundidad.
“Para poder salir a superficie se debe eliminar correctamente, si no puede haber un accidente. Por eso, a veces el ascenso demora más que el tiempo que permanece el buzo realizando labores en el fondo”, señala Escobar.
Además, luego de una inmersión, el buzo es sometido a algunas pruebas neurológicas basado en preguntas y pruebas sencillas, para saber si está sufriendo algún tipo de afección.
Reflote de El Almirante
Luego del rescate de las dos últimas víctimas mortales, el equipo de buzos se concentró en planificar cómo se llevaría a cabo el reflote de la embarcación.
“Nos sumergíamos con más tranquilidad, porque ya no estaba latente esa prisa por rescatar los cuerpos. Medimos el peso de la estructura y organizamos, con nuestras herramientas y con el material especializado, cómo comenzaríamos a hacer las maniobras de reflotamiento de la unidad”, relata Patiño.
La clave: identificar los puntos en los que se podía conectar el barco con las bolsas de izado (flotadores) y cuerdas elásticas de fibra sin que la estructura, cuyo material es la fibra de vidrio, se partiera.
Las labores para reflotar el barco duraron cuatro días. No obstante, el equipo de buzos decidió permanecer un tiempo más en Guatapé para entregar detalles a las autoridades que investigan las causas del naufragio.
Actividad de alto riesgo
“El buceo especializado está catalogado con un nivel de riesgo muy alto. Entrar en el ambiente subacuático es poner a prueba constantemente los límites del diseño del cuerpo humano”, subraya el capitán Escobar.
Por eso, el entrenamiento de los buzos de la Armada es constante. Antes del naufragio de El Almirante, Patiño no había visitado Antioquia, pero el estado de alistamiento para atender cualquier situación de emergencia que se presente, los lleva a recorrer los rincones de la geografía nacional.
Además, cuando no están cumpliendo alguna misión, reciben capacitación y entrenamiento constante en las escuelas de buceo de Buenaventura, Cartagena o Turbo.
Con 24 años, luego de estudiar una técnica en soldadura en el Sena y mecánica industrial en la Escuela Colombiana de Carreras Industriales, Patiño ingresó a la Armada y a los 28 años se convirtió en miembro del equipo de buzos y se especializó como soldador submarino, labor que desempeña desde hace seis años.
“No hay palabras para describir esto. Es una actividad que implica mucha responsabilidad, porque estamos jugando con nuestra vida. Pero la hacemos de corazón, y en situaciones como las de Guatapé es cuando queda la satisfacción de estar prestando un servicio importante para los colombianos”, expresa el héroe subacuático.
