El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese

Los excesos sin sustancia

Por: Oswaldo Osorio


Esta última película del tándem Scorsese-DiCaprio es un proyecto monumental y muy llamativo, sin duda, no obstante, si se miran más detenidamente sus componentes, esa grandeza parece conseguida más por acumulación de elementos que por la sólida construcción de un trabajo de las grandes proporciones que parece.

Lo primero que hay que separar para definir mejor este filme es esa colaboración entre el director y el actor. Es su quinto trabajo juntos, pero es posible identificar cuál proyecto es de quién, y eso lo determina todo. Por ejemplo, Pandillas de Nueva York (2002) es de Scorsese (se puede inferir por el universo que construye, la violencia y sus implicaciones morales), mientras que El aviador (2004) es una proyecto de DiCaprio, porque es una historia ajena al estilo del director y hecha para el lucimiento del protagonista. Las películas del actor buscan más el atractivo general de la historia y el cine de género.

El lobo de Wal Street (The Wolf of Wall Street, 2013) es una película de Leonardo DiCaprio, quien al parecer tuvo que convencer al director para que la hiciera, y es comprensible las reservas de Scorsese con este proyecto, porque se trataba de una historia muy parecida a dos de sus películas más conocidas (Casino, 1995, pero sobre todo Buenos muchachos, 1990), con lo cual parecería estarse repitiendo.

De hecho, mientras avanza esta historia sobre un corredor de bolsa que fraudulenta y meteóricamente se hace millonario, es inevitable pensar en los dos gangsters que protagonizaron las películas de Scorsese y el necesario esquema de ascenso y caída que definía sus vidas y esos relatos. Claro, se podría decir que no es necesario conocer las dos anteriores para disfrutar la tercera, y eso en parte es cierto, porque se trata de un filme visceral y muy entretenido, pero también es verdad que conociendo las dos de Scorsese se puede identificar lo que le falta a esta.

Y lo que le falta es sustancia, es decir, ese peso que tiene la historia y sus personajes debido a la carga moral y hasta espiritual -incluso al componente de violencia- que tienen las películas de este director. Aún así, no se puede negar el ímpetu y magistral pulso con que está contada esta película. Son tres horas de un relato taquicardia en que son usados esos enfáticos recursos visuales y narrativos que se le conocen a Scorsese, pero que incluso aquí están más afinados y son más sofisticados.

Sin embargo, este despliegue visual y narrativo, esa eficacia en la puesta en escena que tiene siempre en el centro al eficaz trabajo de Leonardo DiCaprio, lo cual está en función de hacer un retrato de esa Sodoma moderna, amoral y llena de excesos, todo eso se queda en la simple anécdota y en el lucimiento cinematográfico cuando se trata de buscar en ella algo de fondo, ya sea en una mayor hondura y complejidad en los personajes o en las reflexiones o cuestionamientos que pudo haber hecho sobre el estilo de vida, la visión del mundo o los conflictos internos de estos hombres.

Escándalo americano, de David O. Russell

De la trama, los personajes y las pelucas

Por: Oswaldo Osorio

Las películas sobre estafadores muchas veces dejan un mal sabor, pues tienden a ser chicles argumentales que entretienen un buen rato con esos giros donde cualquier cosa puede suceder, pero todo termina en mero jugueteo de la trama para despistar al espectador y sorprenderlo al final. Solo eventualmente estas historias consiguen cierta densidad gracias a la construcción de personajes y a los dilemas éticos a los que son sometidos. Esta película tiene un poco de lo uno y de lo otro, un término medio que en buena parte explica su favoritismo en los premios de la Academia.

La película está dirigida por David, O. Russell, un cineasta un poco sobrevalorado en la actualidad, todo gracias a ese punto medio que le permite obtener premios populares como los Oscar y, además, conseguir éxitos de taquilla. Pero en realidad tiene una irregular filmografía compuesta por interesantes comedias como Flirteando con el desastre (1996), o dudosas cintas de acción como Tres reyes (1999) y edificantes historias como El luchador (2010) o Los juegos del destino (2012). No se identifica en él un estilo o universo definidos, ni tampoco una especial concepción en lo visual o lo narrativo. Es en esencia un director de películas hechas muy funcionalmente.

Todo el filme está articulado sobre una trama más o menos convencional de estafadores, la cual consigue alguna mayor intensidad cuando la estafa llega al mundo de la política y la mafia. Pero en general esa trama es el mayor lastre de la película, por su fragilidad en la verosimilitud de los giros y situaciones y por la forma tan dispersa como está narrada, con unos momentos verdaderamente muertos o confusos y otros cargados de fuerza y connotaciones. Un indicio de lo poco seguro que Russell se sentía de su relato, es el uso de ese artificio narrativo en que se empieza la historia con una intensa escena que va más adelante en el argumento y que sirve de gancho para iniciar con algo interesante.

Por otro lado, lo que siempre ha tenido un especial atractivo en las películas de este director es la concepción de sus personajes y lo que consigue con sus actores. Aunque no necesariamente este atractivo es por virtud, pues a veces, como ocurre por momentos en este caso, es más por algunos artificios y excesos tanto del rol como de la interpretación. En esta cinta hay de todo un poco, desde la fuerza y calidez que consigue un Jeremy Renner haciendo de alcalde, hasta lo caricaturesca que eventualmente se antoja Jennifer Lawrence encarnando a la esposa vulgar. Y claro, el estilo extravagante de la moda y los peinados de finales de los setenta ayuda, y a esto se suman las transformaciones por el maquillaje, en especial la de Christian Bale.

Pero no todo es dudas sobre la consistencia o los artificios que pueda o no tener esta película en su narración y personajes, porque es posible identificar de fondo la intensión de darles un trasfondo más sustancial: a la historia por vía de la exploración de la ética y los remordimientos de estos estafadores, lo cual marca sus límites morales; y a los personajes introduciendo un conflicto con el asunto de la identidad y sus angustias e incertidumbres por los contantes cambios de personalidad. No son estos dos aspectos el centro del relato, pero ayudan a dimensionarlo y darle más relevancia, pues la película lo necesita, porque en apariencia todo parece reducirse a una trama sin mucha importancia, acentos en la actuación, mucho maquillaje y pelucas.

El juego de Ender, de Gavin Hood

El niño comandante

Por: Íñigo Montoya


Parece otra película de ciencia ficción bajo el esquema de la guerra de los mundos, es decir, la tierra luchando por su supervivencia contra alienígenas que se quieren apoderar del planeta y destruir la raza humana. Y bueno, en esencia este es su planteamiento argumental, pero se trata de una historia que intenta proponer mucho más que eso al poner el énfasis de su conflicto en las dudas y problemas de su protagonista.

Basada en un libro de Orson Scott Card, esta cinta propone como base e hilo conductor de todo el relato la construcción y evolución del personaje de Ender Wiggin, un adolescente que es reclutado por el ejército, dadas sus aptitudes y personalidad, como su gran esperanza para combatir la invasión alienígena.

De manera que las confrontaciones a lo largo de la película no son contra los extraterrestres (ni siquiera la final), sino contra los adversarios de Ender durante su entrenamiento y, más aún, contra los propios problemas de carácter e identidad que se le puedan presentar a este joven que es tratado como adulto.

Por esta razón, todo el relato divaga mucho por las casi melodramáticas situaciones que el protagonista tiene que afrontar contra sí mismo y contra su entorno, haciendo de la historia un asunto un tanto tedioso, porque esos conflictos no alcanzan a conectar mucho con el espectador, entre otras cosas, porque no es fácil identificarse con el protagonista.

Se trata de una película con una propuesta visual y reparto muy atractivos, y todo parece estar dado para hacer de ella una entretenida cinta de acción, aventura y ciencia ficción, pero al decidirse por los conflictos internos del protagonista, el contraste se hace evidente: todo ese escenario y situación dispuestos para la acción, se ven enfrentados a un drama adolescente expresado casi siempre con diálogos.

Y no es que esté pidiendo que todas las películas de ciencia ficción e invasiones alienígenas sean una explosión de acción y efectos especiales, pero sí que ese drama interno que proponían fuera más interesante para el espectador, o que por lo menos hubiera un mejor equilibrio entre la acción y la no acción.

La increíble vida de Walter Mitty, de Ben Stiller

La transformación de un hombre gris

Por: Oswaldo Osorio


Otra película con Ben Stiller haciendo de tonto pusilánime que se supera a sí mismo al final de la historia. Esta es una afirmación cierta, pero solo si se quiere mirar y despachar esta producción con el facilismo de los prejuicios ante el cine comercial y aleccionador. Es verdad que se trata de una película que, en general, tiene estas características, pero también es cierto que esto lo consiguen con algo de ingenio, encanto y un acertado manejo de los recursos cinematográficos.

Walter Mitty es como “un papel gris” que luego se transforma en alguien como si “Indiana Jones fuera vocalista de The Strokes”. Es una gran transformación, y esto es el asunto central de toda la película. Además, justo en eso está lo aleccionador de la historia, tanto que, si se mira a la ligera, podría verse como uno de tantos cuentos de auto superación.

Pero no es solo un cuento de superación, porque si bien es un personaje y una historia bastante digeribles y complacientes para el gran público, no consiguen esto de forma facilista, pues todo está sostenido en un guion bien armado que respalda la verosimilitud de la historia, lo cual en este caso es una condición fundamental, tanto por el juego entre la realidad y la fantasía que en principio propone la trama como por la “increíble” transformación del personaje central.

Esta transformación y verosimilitud se le presenta al espectador con un gran sentido narrativo y apoyado en diversos recursos: la música, los efectos especiales, la relación entre la realidad y el mundo soñado por el protagonista y los detalles que van encajando poco a poco a lo largo de la historia. La secuencia del gris oficinista que salta a un helicóptero conducido por un piloto ebrio mientras suena Space Odity, de David Bowie, es el mejor ejemplo de esto. Incluso gracias a esta conjunción de elementos consigue superar en muchos sentidos la versión original, dirigida por Norman Z. McLeod en 19447.

De fondo hay dos asuntos universales que mueven a la historia y al personaje: primero que todo, el amor como el motor esencial de las decisiones y la transformación de este hombre, y por otro lado, la contraposición entre el opresivo mundo laboral y corporativo y la liberadora idea de atreverse a vivir la vida y conocer el mudo. El primer asunto es el que resulta más emotivo y convincente de toda la historia y el segundo es el que le da ese matiz aleccionador y de auto superación.

En todo caso, si bien estamos ante una película edificante y algo complaciente, esto está planteado de forma honesta, algo simple y predecible, pero también en esencia resulta emotiva, divertida e ingeniosa.

Las películas recomendadas del año

Un escaso panorama

Por: Oswaldo Osorio

Tal vez son los tiempos más oscuros de la cartelera de cine, la cual está dominada por las mega producciones de súper héroes y adaptaciones de best sellers que, además, son sagas compuestas por varias entregas, lo cual significa que es más de los mismo que se ha visto desde hace varios años. El mejor cine del año aún no llega o nunca llegará, cuando no es que traen repetidas y complacientes películas del tipo El sueño de Wadjda. El buen cine, los filmes más estimulantes y el cine verdaderamente alternativo está en los circuitos del DVD y el Blu-Ray piratas. Tan desolada estuvo la cartelera de Medellín este año que solo me alcanzó para hacer una lista de nueve películas.

1. Antes de la media noche, de Richard Linklater

No es una saga al estilo del cine comercial, sino que es un tríptico cultivado con paciente inteligencia a los largo de casi dos décadas. Esta tercera parte es tan certera y honda como las dos anteriores, con la gran diferencia de que el romance ya no es el principal protagonista.

2. The Master, de Paul Thomas Anderson

Una sugerente y nada sencilla pieza de un director siempre estimulante, en la que enfrenta a dos hombres, con dos formas distintas de concebir el mundo y afrontar la vida, que no necesariamente son incompatibles, porque de hecho, también se trata de la entrañable historia de una amistad.

3. Vidas al límite, de Harmony Korine

Una película que podría verse como una propuesta banal e inconsecuente o, por el contrario, profunda y trasgresora, pues en ella se cuestiona todo lo que tiene que ver con los valores de la juventud en relación con la cultura estadounidense.

4. Una cuestión de tiempo, de Richard Curtis

Comedia romántica con componente fantástico y viajes en el tiempo parece ser una combinación muy forzada, sin embargo, resultó ser una inteligente y encantadora película que, más allá del delicioso jugueteo con la historia de amor y de los ingeniosos giros propios de los viajes del tiempo, también es una historia que reflexiona sobre asuntos esenciales de la vida.

5. Blue Jasmine, de Woody Allen

Una historia de reveses y desesperación contada con el estilo inconfundible de este director en la construcción de personajes y la creación de diálogos, pero esta vez jugando con la estructura narrativa para depararnos algunas sorpresas.

6. Lazos perversos, de Park Chan-Wook

Un thriller nada convencional contado con una estimulante concepción visual y ese toque oscuro y perverso característico de este cineasta coreano.

7. Cloud Atlas, de Tom Tykwer, Andy Wachowski y Lana Wachowski

En esta ambiciosa apuesta visual y narrativa los creadores de Matrix hablan de la naturaleza humana frente al poder a través del tiempo, buscando un equilibrio entre un cine reflexivo y de entretenimiento.

8. Searching for Sugar Man, de  Malik Bendjelloul

Un documental sólidamente construido que nos devela una historia que difícilmente se hubiera podido concebir desde la ficción. Una pieza de realidad épica y emotiva.

9. Crónica del fin del mundo, de Mauricio Cuervo

La cuota colombiana es una cinta que no vieron siquiera dos mil personas, a pesar de ser una propuesta inteligente y significativa que habla con sutileza e intimismo de hondos sentimientos cruzados por la realidad del país. Además, un cine hecho con pocos recursos, pero sin que se le vea la pobreza, un cine posible, del que tanto se necesita aquí.

El sueño de Wadjda, de Haifaa Al-Mansour

Las bicicletas no son para las niñas

Por: Oswaldo Osorio


Después de conocer y ver triunfar esas magníficas películas iraníes como ¿Dónde está la casa de mi amigo? (Abbas Kiarostami, 1987), El globo blanco (Jafar Panahi, 1995) o Los niños del cielo (Majid Majidi, 1997), en las que el empeño de un niño por conseguir algo sirve de excusa para hacer un retrato de su cultura, no es muy injusto decir que se convirtió en un manoseado esquema del cine del medio oriente que encuentra con gran facilidad ser producido por países occidentales y aplaudido por sus audiencias.

Esta película de Arabia Saudita, coproducida con Alemania, tiene estas características. Wadjda es una niña casi obsesionada por una bicicleta verde, todo lo que hace está en función de ahorrar y comprársela, y en medio de esto el espectador es testigo de la situación en que viven las mujeres en su cultura, esas estrictas leyes morales a las que están sometidas -impuestas por la religión, claro- y el, más que simple machismo, sofocante y casi humillante grado de dominación que ejercen los hombres sobre ellas.

Para evidenciar esta situación y hacerlo con un marcado sesgo de denuncia, el relato recurre, como es apenas obvio, a un personaje que se quiere salir de ese molde y con la pizca de rebeldía apenas justa para servir de vehículo para exponer la situación, pero que tampoco alcance a ser condenada como pecaminosa, porque está claro que su directora (la primera de ese país) no quiere hacer un pesado drama sino un desenfadado y tierno relato que probablemente llegue a una audiencia mucho más amplia.

Tal vez lo que más molesta de este filme es todo lo que se esfuerza por hacer el inventario de reglas, limitaciones y condicionamientos morales al que están sometidas las mujeres. Incluso sucumbe a crear una antagonista tan maniquea y elemental como los villanos del cine occidental. La directora de la escuela es todo lo opuesto a Wadjda. Si la una representa la posibilidad de  pensar diferente y el deseo de liberación de ese sistema social y moral, la otra es el iracundo Corán y la inflexible regla. En esta película parece no haber lugar para matices y sutilezas.

Pero posiblemente lo más cuestionable de todo es ese plano final (aunque sin echar a perder una gran sorpresa, de todas formas desde aquí se revela información para quien no la haya visto), el cual parece hecho para ratificar la “victoria” de la protagonista y para que el público experimente cierta complacencia por ella. No obstante, esa victoria es pírrica y tremendamente postiza al lado de lo que acaba de ocurrir con el concurso y con su madre. Es decir, lo que hay aquí es solo una denuncia de postal, que al final se conforma con poco y cubre con una imagen final, ligera y emotiva, toda esa adversidad y arbitrariedad que en principio quiso desvelar.

Jane Campion

Una mujer que habla de mujeres

Por: Oswaldo Osorio


El cine sigue siendo, primordialmente, un asunto de hombres y sobre hombres. Por eso una cineasta como Jane Campion es una excepción a la regla sobre otra excepción a la regla. Y más lo es siendo de Nueva Zelanda, que aún es un país exótico para  casi todo el mundo. Pero falta más: tiene talento, reconocimiento y un cine bello, sensible y estimulante, tanto en su concepción visual como en la forma en que mira a sus personajes y universos.

A los treinta y nueve años ya había triunfado en el mundo del cine. Eso si se tienen en cuenta los dos principales referentes de lo que institucionalmente es triunfar en el cine: Para la crítica y la cinefilia, ganar la Palma de Oro en el Festival de Cannes; y para la industria, ganar el Oscar. Ambos los obtuvo con El piano (The piano, 1993), siendo la única mujer con este mérito en el evento galo y la segunda en aquel “concurso” hecho en Hollywood, donde se le otorgó estatuilla a mejor película, guion (escrito por ella) y actriz de reparto, para la joven y desperdiciada promesa de Anna Paquin.

Todas sus películas tienen como protagonistas a mujeres y no necesariamente al universo femenino, mucho menos escenarios dominados por mujeres. Al contrario, la principal característica de estas siete mujeres (si solo contamos a cada uno de los personajes centrales de sus largometrajes de ficción) es que son seres liberados de la condición femenina que les impone su tiempo y lugar.

De manera que su condición de liberadas (aunque no necesariamente libertarias) parece ser lo primero que requiere un personaje de Campion para hacerlo suyo, para interesarse por su historia. Sin embargo, es una libertad generalmente más de actitud y de mentalidad que real y plena. Pero justamente la falta de esa plenitud es lo que muchas veces mueve al personaje y se impone como uno de sus principales conflictos. Esto se puede ver sobre todo en sus personajes de época, cuando era más común que las mujeres tuvieran mayores límites, impuestos tanto por parte de la sociedad y la moral como de los hombres.

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Crónica del fin del mundo, de Mauricio Cuervo

Cine posible y significativo

Por. Oswaldo Osorio


El fin del mundo no necesariamente es el fin de la tierra. Porque no solo haciendo que un planeta colisione contra este se puede crear una situación dramática y construir unos personajes que den cuenta de unos sentimientos adversos o de una pesarosa y desencantada visión del mundo. Y eso es lo que hace esta película, pues con una admirable economía de recursos logra crear un drama intimista y reflexivo, no solo sobre la condición humana, sino también sobre el país en que vivimos.

Es la ópera prima de Mauricio Cuervo, dueño también del sólido y certero guion de Silencio en el Paraíso (Colbert García, 2011), y si para esa película escribió una historia llena de personajes, en la que suceden cantidad de cosas distintas y hay una exaltación de las emociones, en esta otra, que escribió y dirigió, ocurre todo lo contrario: son solo cuatro personajes, dos de ellos centrales, unos cuantos espacios en que se desarrolla la historia y los mismos pocos y cotidianos sucesos componen su trama.

En esta película el supuesto fin del mundo en el 2012 solo es una excusa para sacar tema de conversación y una idea que traspasa al universo individual de los personajes. El fin del mundo está en la vida y la cotidianidad de cada quien y todos somos vulnerables a él. Aquí la adversidad aparece en todas las etapas de la vida, ya cuando apenas se inicia una familia o en los últimos años de la vida, cuando se lidia con las pérdidas de la existencia. Por eso, mientras el hijo no tiene trabajo y su futuro es incierto, el padre se resiente con la gente y la violencia que marginaron su pasado.

Si bien el relato se centra en los dramas intimistas de estos dos personajes, de fondo y como condicionante de su vida presente está el rumor de violencia que siempre ha afectado al país. El conflicto colombiano y sus violencia aparecen en esta película fuera de campo y en un pasado lejano, pero está aún vivo y victimizando a estos dos hombres en el presente. En este sentido la historia está construida de forma sutil y sugerente, siendo muy elocuente sin tener que mostrar lo evidente.

Pero a pesar de esta descripción de lo que parece solo una historia sobre la adversidad, en realidad la película está cruzada por un sentimiento ambiguo, pues todo el tiempo está contada sobre ese peso del malestar y desazón por el “fin del mundo personal”, pero al mismo tiempo hay una suerte de calidez y humanismo, una fe en las personas (en las cercanas) por vía de sentimientos como el amor conyugal, la amistad y el amor filial. Incluso al director le alcanza el buen pulso para desarrollar momentos de humor y desenfado en medio de un relato de sentimientos hondos y temas graves.

Se trata entonces de un filme con una historia sencilla, tremendamente contenida al referirse a las emociones y sentimientos y, aún así, llena de fuerza y sentido en las lúcidas cosas que expresa acerca de la vida, la cotidianidad y la relación entre las personas, eso sin dejar de vincularlo todo y comentar el contexto de la realidad nacional.  Es un cine hecho con pocos recursos, un cine posible, tanto en lo cinematográfico como en los financiero, y de todas formas consiguió decir cosas importantes de manera inteligente.

10 personajes inolvidables del cine colombiano

Por: Oswaldo Osorio

1. Leovigildo Galarza / Jesús Carvajal (El Drama del 15 de octubre, Vicente y Francisco Di Doménico, 1915)

No se puede separar al uno del otro, porque juntos mataron a hachazos al general Rafael Uribe Uribe, líder liberal y uno de los promotores de la Guerra de los mil días (así lo citan los libros de historia, como si fuera proeza). También juntos, y estando en la cárcel, fueron contratados por los pioneros del cine colombiano, los hermanos Di Doménico, para protagonizar el primer largometraje del cine nacional. De manera que fueron personajes pero también actores, de lo cual se desprenden varios aspectos muy significativos: el interés desde sus inicios del cine colombiano por la realidad violenta del país, el comienzo de esa larga tradición de utilizar actores naturales, el oportunismo del cine al realizar una película sobre un gran suceso apenas un año después de ocurrido y, lo más comentado siempre de este episodio, el escándalo e indignación causado por la contratación de los asesinos y el pago de cincuenta dólares para que accedieran. Así que Galarza y Carvajal asesinaron dos veces al general, como personajes y luego como actores. Lo más probable es que haya sido por este escándalo, y sus espinosas implicaciones políticas, que la película no pudo sobrevivir en el tiempo y ni siquiera un fotograma se conserva de ella.

2. Augusto, el ascensorista (Pasado el meridiano, José María Arzuaga, 1967)

El personaje más patético del cine colombiano es interpretado aquí por Henry Martínez. La violación de la “gordita” por cuatro hombres y la cobarde huída de Augusto, luego de haberla cortejado en una larga secuencia, es uno de los momentos más duros y conmovedores del cine nacional. También lo es la indolencia y menosprecio de la gente de la agencia de publicidad donde trabaja cuando se desentienden de sus ruegos para que lo dejen ir al sepelio de su madre. La poquedad de Augusto va por doble vía, de un lado, por lo insignificante que es considerada su existencia en medio de ese crítico cuadro de diferencias sociales que plantea de fondo con su historia el siempre lúcido Arzuaga, y de otro lado, la pusilanimidad de un hombre marginal y sin autoestima que habla quedo y siempre con miedo. El personaje de Augusto aparece en una época en que el cine nacional, por primera vez en cuatro décadas, asume una posición ante los temas sociopolíticos del país y que tiene como protagonista al colombiano de verdad y sacado de la realidad, al obrero, al campesino o al empleado. Y al final, solo desolación: sin novia, sin madre, sin dinero, engañado por unos jóvenes burgueses y caminando en medio de la nada.

3. León María Lozano, el “Cóndor” (Cóndores no entierran todos los días, Francisco Norden, 1983)

Todo para él era cuestión de principios: ordenar una masacre, no dejar que su mujer andara desnuda por la habitación o ser un perro fiel del partido conservador. Empezó como un asmático y desempleado que agachaba la cabeza cuando un liberal denigraba de él o su partido. Pero tenían que matar a Gaitán, un trágico suceso con el que este país estalló (llevaba conteniéndose medio siglo) y con él también estalló la naturaleza aparentemente tranquila y humilde de León María. Los pájaros, milicia del Partido Conservador, comenzaron a aterrorizar a la gente en el campo, y el líder de ellos fue llamado el “Cóndor”, ahora un hombre frío y sanguinario. Pero hay que aclarar que esta transformación del personaje no es, como se podría suponer, consecuencia de la corrupción del poder. Las que se transformaron fueron las circunstancias, porque León María, en realidad, nunca cambió éticamente, pues mantuvo siempre sus férreos principios, el problema es que su principio rector era serle fiel a su partido (léase los políticos en Bogotá) y este era el que ordenaba ese régimen de terror en los campos y ciudades de provincia. Pero ese es el problema de esta película, que descarga toda la culpa de la Violencia en este hombre y no en los verdaderos responsables: la dirigencia de los dos partidos. Frank Ramírez, en un trabajo sobresaliente, le dio vida a este hombrecito insignificante que devino en asesino y pequeño tirano.

4. Juan Sáyago (Tiempo de morir, Jorge Alí Triana, 1985)

Un personaje garciamarquiano era lo menos que podía haber en esta lista, eso a despecho de la leyenda negra que hay sobre esa mala relación del nobel con el cine. Nadie mejor que Gustavo Angarita para personificar a un hombre definido por su aplomo y por una amarga sabiduría. Luego de dieciocho años de purgar por la muerte de un hombre, Sáyago vuelve a su pueblo, donde lo esperan los hijos del muerto para cobrar venganza, pero él está convencido de que ya pagó por su crimen y, además, ya no está para violencias, prefiere tejer plácida y sosegadamente como una ancianita, en compañía de su viejo amor. Pero su paciencia y temple también son puestos a prueba con el acoso de los Moscote. Está viejo y cansado, pero aún puede responder como es obligación de todo hombre en esas tierras, que son el equivalente al Lejano Oeste del cine colombiano, y así queda refrendado en el duelo final: Juan Sáyago se planta frente a su adversario, se pone las gafas y dispara, igual que en los westerns, salvo por el vallenato que suena de fondo.

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El abogado del crimen, de Ridley Scott

Una fábula sobre la codicia

Por: Oswaldo Osorio


La implacable ley vital de afrontar las consecuencias de las decisiones tomadas es lo que aguarda al final de este relato, y no lo hace por sorpresa, todo lo contrario, desde que en la tercera escena nos hablan de un brutal artefacto para asesinar, sabemos que en algún momento se va a usar, como el clavo de Chejov. De esto deviene una de las principales virtudes de esta película, que desde el principio, sin afanes y cuidando los detalles, va construyendo una atmósfera pesada y amenazante que prefigura lo inevitable.

A pesar de todo el reconocimiento que tiene el director Ridley Scott (Blade Runner, Thelma &Louise, Gladiador), en realidad la fuerza singular de este filme proviene de su escritor, el también reconocido novelista, y en este caso guionista, Cormac McCarthy (No coubtry for old man, La carretera), porque se trata de una película en la que sobresale, especialmente, la construcción de personajes, la dosificada organización del relato y unos diálogos inteligentes y certeros, como los del viejo Hollywood, cuando afamados novelistas eran contratados como guionistas.

La película es una suerte de fábula macabra sobre la codicia, la cual está enmarcada en el mundo del narcotráfico, pero desde dos contextos extremos: de un lado, el sanguinario modus operandi de los carteles mexicanos (y tangencialmente los colombianos), y del otro, la sofisticación de unos personajes que pertenecen más a la lógica estilizada del cine que a la realidad. Este contraste en principio puede molestar, pero como recurso dramático y narrativo es totalmente válido y tan eficaz como si se hubiera hecho una película realista a la manera de Scarface o Trafic.

Así que, en términos de puesta en escena y de propuesta dramática, hay dos universos bien diferenciados, uno realista definido por los narcos latinos y las consecuencias de inmiscuirse con ellos, y otro construido a partir del artificio y la sofisticación de unos personajes cruzados por la poética de la tragedia, que hablan como si fueran filósofos y son dueños de una sabiduría propia que sustentan con estructurados argumentos.

Igual ocurre con el aspecto visual y el manejo de los espacios, elementos también signados por el contraste de estos dos universos, pero en general definidos por un pulcro acabado en la concepción de planos, movimientos de cámara y manejo de la luz, un acabado que quiere estar más cerca de la estilización de los personajes sobre quienes se cuenta la fábula que del realismo cruento del contexto narco.

Se trata, pues, de una cinta bien pensada y que propone un estilo propio para construir su relato y los mundos que pone en juego. Todo está concebido para dar lugar a una estilizada fábula, un poco pretenciosa si se quiere, pero que va dirigida a dar una gran lección moral y existencial, aunque no con la intención de aleccionar, sino por el principio poético de decir grandes cosas con grandes palabras y, en este caso, también con grandes imágenes.