Victor Domicó desyerbaba una mata de plátano cuando un muchachito fue a buscarlo hasta su tambo. Eran las 9:00 de la mañana y una mujer se retorcía en el piso: era madre primeriza y había iniciado su trabajo de parto.
El jaibaná –médico tradicional y guía espiritual– miró su jíquera y esculcó en varios canastos con la esperanza de hallar alguna planta que ayudara a apaciguar las contracciones. No encontró. La joven tenía que ser evacuada.
“No había otra forma, el bebecito iba a nacer. Entonces, entre ocho hombres amarramos una sábana a dos palos y alzamos a la compañera. Tocaba caminar, sin parar”, recordó el jaibaná Domicó.
Los resguardos indígenas de Jaidukamá y Jaivadiama están incrustados en el Cañón de San Matías de Ituango (Norte de Antioquia). Es una comunidad de 407 personas.
Salir de allá implica trepar los filos de la cordillera occidental y abrirse paso entre laureles, cedros, robles de tierra fría y palmas de mil peso. Arriba, en las copas de los árboles, los pájaros entonan una sinfonía que parece interminable y aturde los oídos de quien no esté acostumbrado.
“Eso sí, hay tramos malucos, donde uno se hunde en un pantanero hasta las rodillas. Ese día hubo suerte, el río no estaba crecido”, añadió Domicó.
El jaibaná subrayó que, en la travesía con la mujer embarazada, tuvieron que cruzar por El Tigre, una quebrada de aguas transparentes que, a veces, se enoja y obliga a los caminantes a pasar la noche en la orilla mientras esperan que baje la creciente.
Cruzaron con maña. Un paso en falso sobre las piedras lisas implicaba la caída de todo el grupo al agua.
Estos habitantes de la montaña son indígenas Embera Katío Eyábida.Llegaron hace unos 140 años desde los municipios de Uramita, Frontino y Dabeiba en búsqueda de nueva selva.
“Acá hay muchos animales para la cacería. Hay guaguas, gurres, micos, monos y pescados. Mucha clase de animales. Con esos animales vivimos y también sembramos yuquita, platanitos, frijol y arrocito y ya con eso tenemos para comer”, describió el jaibaná.
El grupo de camilleros tenía dos opciones de camino para llegar a un puesto de salud.
El primero era intentar escalar el alto de Colorado, un despeñadero en el que, dicen ellos, varias mulas han caído al vacío y que tiene salida al corregimiento de La Granja. Ir en bestia implica ocho o nueve horas de camino.
“Nosotros no llevábamos mulas, íbamos a pie. Teníamos que tirar a salir a La Caucana, era más cerca”, detalló Domicó.
La Caucana es un corregimiento de Tarazá, en el Bajo Cauca antioqueño.
El territorio en disputa
Los resguardos de Jaidukamá y Jaivadiama, precisamente, cargan con el infortunio de estar ubicados en un corredor estratégico para los grupos armados. Sus territorios comunican al Norte de Antioquia con el Bajo Cauca, el Urabá y el departamento de Córdoba.
Desde la década de 1960 la comunidad ha tenido que soportar la presencia y el tránsito de hombres armados por su territorio, incluidos el Ejército, las guerrillas, los paramilitares y los narcotraficantes.
“Esos hombres hacen que uno viva con miedo. Conmigo no se han metido. Pero a veces sí llegan y cogen las gallinas de mi papá sin permiso. Se las comen. ¿Qué les puede uno decir?”, contó Yury Cristina Domicó, una muchacha de 18 años de la comunidad.
De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, esta zona del Norte de Antioquia es un corredor clave para el tránsito de las economías ilícitas. Ahora mismo, es disputado por el Ejército Gaitanista de Colombia (EGC) y los Frentes 36 y 18 de las disidencias de las Farc.
“Cuando ellos asoman, llegan y dicen que no podemos caminar después de las 6:00 de la tarde o que no podemos ir a algunos lugares porque pusieron minas. Tenemos una ciénaga bonita en lo alto de una montaña, es sagrada para nosotros y no hemos podido volver porque hay minas enterradas”, apuntó Yury Cristina.
La joven recordó el 9 de septiembre de 2020. Ese día falleció Ernesto Jumí, de 32 años. Cayó en un campo minado que instalaron las disidencias con la intención de contener al grupo enemigo.
“Él estaba consiguiendo unos bejucos para hacer artesanías. Ya venía para la casa y cayó en la mina. Hay varias partes minadas, pero no se sabe dónde”, apuntó Yury.
Ernesto Jumí tenía esposa y un niño de 8 años. Su cuerpo fue rescatado solo seis días después en un operativo aéreo del Ejército y la Policía. Un soldado resultó herido por una mina mientras hacía reconocimiento del terreno.
El Grupo de Acción Integral contra Minas Antipersonal (AICMA) detalló que entre 2012 y 2015, se llevaron a cabo seis operaciones de desminado en ese territorio: se encontraron y destruyeron 26 artefactos explosivos. Ahora, informes de inteligencia advirtieron que en el resguardo de Jaivadiama habría minas antipersonal, munición sin explotar y artefactos explosivos improvisados.
“El monte está enfermo”
Domicó lideraba la expedición de camilleros que cargaba a la joven a punto de dar a luz. Hacían paradas de dos o tres minutos, de vez en cuando, para recuperar energías y limpiar el sudor que pesaba sobre las pestañas.
El jaibaná tiene 50 años. Su pelo es liso y negro; le cuelga hasta los hombros. Sonríe poco. Sus ojos parecen querer hablar. Es un sabio que en sus manos tiene la obligación de curar y preservar la memoria de su gente.
Ya perdió la cuenta de las veces que alivió fiebres, vómitos, diarreas, mareos, picaduras de culebra, hemorragias y cegueras. Los poderes de sus espíritus, afirmó, también le han ayudado a combatir ataques de otros jaibanás que buscan hacer el mal y hasta a controlar el clima para favorecer las cosechas.
“Las plantas tienen espíritus. Entonces, lo que hacemos es pasar el espíritu de la planta al cuerpo de las personas. Hay espíritus que combaten la fiebre, otros la diarrea y el vómito, así curamos a los pacientes. Son años aprendiendo esto, es como un estudio”, explicó el jaibaná mientras pasaba las palabras con tragos de una cerveza Pilsen.
Los camilleros aumentaban el paso para evitar que el niño naciera en medio del monte. El médico tradicional pedía calma y precaución. Sabe de eso.
Conseguir plantas como paraná, chichiburru, urukiná y jungapá para aplicar las curaciones se convirtió en una misión de alto riesgo: los montes donde se ubican están minados. Es como privar a un científico de su laboratorio.
“Uno a veces trata de ir a conseguir la planta y no se puede por la mina. Por esto mismo las personas mueren, porque uno no puede entrar por las plantas y eso hace que el paciente se ponga grave. Ya ha muerto gente de esta manera”, añadió Domicó.
–¿Cómo hace cuando hay muchos enfermos en la comunidad?
–Hay días en los que llega un enfermo detrás de otro y se hacen filas. Uno cree que ya curó a todos y a los dos días otra vez vuelven los enfermos. Aquí no hay puesto de salud y la visita de un médico blanco podría ayudar.
Los efectos humanitarios se extienden más allá de la salud. Richard Clarke, Jefe adjunto de la Oficina Regional en Antioquia de la Misión de Verificación de la ONU, advirtió que en Jaidukamá el conflicto también ha generado consecuencias como el desplazamiento forzado, confinamientos, amenazas y ataques a los liderazgos.
140
años llevan los indígenas de Jaidukama entre las montañas de Ituango (Norte de Antioquia).
La promesa de futuro
Una caravana de funcionarios –de distintas instituciones del Estado– arribó este 10 de julio hasta el casco urbano del municipio de Ituango para cumplir con una sentencia judicial.
El Juzgado Segundo Civil del Circuito Especializado en Restitución de Tierras de Antioquia ordenó restituir los derechos étnico-territoriales de Jaidukamá. Fue un proceso que se inició en 2022.
La comitiva oficial no pudo llegar hasta el territorio, alegaban que las minas representaban un riesgo para la seguridad.
Los indígenas, en cambio, viajaron –unos a pie y otros en mula– hasta por 12 horas para llegar al pueblo. El Salón de la Memoria se llenó de hombres y mujeres con atuendos rojos. Parecían “un mar de fueguitos”.Escuchaban los derechos que la sentencia les había devuelto.
La Unidad de Restitución de Tierras (URT) hizo la entrega formal de 2.143 hectáreas de tierra al pueblo de Jaidukamá. Es la primera comunidad indígena que accedió a este derecho colectivo en Antioquia.
“Esta violencia tenemos que atacarla, precisamente, cumpliendo con nuestra obligación constitucional del Estado y de Gobierno que es restituir los derechos espirituales, sociales, culturales y económicos. Eso lo podemos hacer si hacemos un ejercicio integral de todas las instituciones que tienen órdenes judiciales y que se deben cumplir”, dijo Giovani Yule, director de la URT.
La sentencia también involucra a otras entidades del Estado que se deben poner al día para cumplirle y reparar a la comunidad de Jaidukamá.
El juzgado, por ejemplo, le ordenó a la Unidad de Víctimas diseñar un plan integral de reparación colectiva. El Sena, Prosperidad Social o el Ministerio de Agricultura también deberán llegar al territorio para adelantar proyectos productivos.
“Nosotros vamos a estar permanentemente oficiando y convocando a las entidades para que cumplan con su deber constitucional. Es una sentencia que es de perentorio cumplimiento”, añadió el director Yule.
El sabedor estaba en la mesa central, en medio de funcionarios. Al cierre del evento, entre los aplausos y las fotos, dejó claro su deseo para que su comunidad salga del olvido.
“Ojalá estos otros cumplan. Yo hasta dejé de saludar al alcalde de Ituango (Javier Parias), me cansé de decirle, ‘señor alcalde, ¿dónde está la escuela, pues?, ¿dónde está el mejoramiento de vivienda?’”, dijo Domicó y apuntó: “El señor alcalde no sabe si existimos nosotros allá”.
El nacimiento
No había luna que alumbrara el camino. El grupo de camilleros asomó hasta el centro de salud San Antonio de La Caucana. Una auxiliar de enfermería recibió a la futura madre casi desmayada por las contracciones.
Los pies del jaibaná y sus compañeros estaban hinchados. Eran las 11:00 de la noche. Caminaron durante 14 horas. El centro de salud ordenó el traslado de la mujer hasta el casco urbano de Tarazá y desde allí la llevaron a Montería (Córdoba). El primer llanto del niño se escuchó, por primera vez, a la mañana siguiente. Nació por cesárea. Eran los días finales de abril.
2.143
hectáreas fueron restituidas al resguardo indígena de Jaidukamá en Ituango.
Para saber más
¿Por qué se visten de rojo?
La comunidad está compuesta principalmente por las familias Domicó, Majoré y Jumí, quienes conservan una identidad marcada por una mezcla entre tradición ancestral y herencia cristiana. La mayoría visten de rojo, color que, se dice, está inspirado en los mantos de las imágenes católicas. La evangelización llegó con las hermanas de la Madre Laura. Los hombres y mujeres también usan una corona que lleva el nombre de chindau. Es elaborado con las hojas de la palma y es adornado con cintas de colores. Representa el arcoíris y el firmamento. Los fines de semana, las mujeres artesanas sacan sus productos hasta el parque principal de Ituango para venderlos y ganar algún sustento. Los bejucos para hacer las artesanías también están sembrados en zonas con sospecha de minas antipersonas. Los niños de la comunidad juegan al fútbol de potrero y a nadar en los ríos que atraviesan el territorio.
407
indígenas integran el resguardo de Jaidukamá en Ituango, son 99 familias las censadas.