La palabra bolitrón puede parecerle desconocida a muchas personas, pero este juguete que se hizo popular hace cerca de 20 años en el país —y que consistían en una “bolsa” de agua con un “muñequito” en su interior, que al ser presionada hacía que este se moviera al otro extremo— es la síntesis perfecta de lo que hoy acontece en el Centro de Medellín con su problemática de ventas informales desbordadas y habitantes de calle.
Y es que si bien se observa todo el día la presencia de personal de Espacio Público y de gestores de Convivencia, la situación parece no tener control desde que se desmontó el cerramiento a la Plaza de Botero. De hecho, si bien tras este desmonte había cierta armonía, esta se habría ido perdiendo y lo que antes era un bulevar para caminar, se he vuelto en todo un bazar persa en el que los venteros se explayan por todo el viaducto del metro desde el Parque Berrío hasta la Avenida Primero de Mayo.
—Hoy están jodiendo mucho (los de Espacio Público), ¿no?
—Sí, pero relajao que ahora que se vayan volvemos.
Ese es el diálogo entre dos vendedores ambulantes mientras en uno de los extremos de la Plaza esperan a que las autoridades terminen su visita a la zona.
Tal vez es por la dinámica del gato y del ratón que el aumento de estas dos situaciones está teniendo como epicentro otro de los rincones de la plazuela Nutibara, justamente el que colinda con el emblemático Hotel Nutibara. En un punto, al borde de la Avenida Primero de Mayo con la carrera Bolívar, se pueden llegar a contar hasta 24 carretillas, varias de ellas vendiendo elementos para celulares y hasta ropa interior de marca “Kelvin Clain”. ¿Si habrá tanta demanda para tan amplísima oferta?, son las dudas del transeúnte ante el “acopio” de carretillas.
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Y si bien en la plazuela la situación preocupa, lo que acontece más allá del cruce de la Primera de Mayo con Bolívar debería horrorizar a las autoridades pues la zona parece tierra de nadie donde la ley y el orden parecieron haber salido en volandas llevándose al sentido común.
Por ejemplo, en una esquina, como si fuera una pirámide de balones, decenas de melones se hallan desparramados esperando quien los compre antes de que se pudran. En otro punto, a la salida de un almacén de cadena, un hombre vende pollo “congelado” y lácteos debajo de un sol abrasador. Y sobre la calle Maracaibo, los habitantes de calle juegan dosis de “vicio” entre los olores a heces y orina que a más de uno le hacen taparse la nariz.
Un par de turistas cruzan por la carrera Palacé mirando el espectáculo absortos y con cara de no saber si seguir caminando o no. Sus caras parecieran reflejar que esto no fue lo que vieron en redes de una de las zonas más “instagrameables” de la ciudad que se vende como una de las más “cool” del mundo.
El Nutibara perjudicado
De hecho, a raíz de esta problemática, uno de los más perjudicados ha sido el emblemático Hotel Nutibara, que le ha tocado recibir la embestida de esta situación por todos sus frentes.
Según las directivas del establecimiento, sus alrededores se convirtieron en baños públicos, ventas desordenadas y hasta escenarios de hurtos.
“Los huéspedes han sido robados en la entrada del hotel, les han quitado los celulares, los bolsos, la billetera. También hay empleados que han sido víctimas de robos”, contó una empleada del Nutibara. La situación más grave es que las aceras de la entrada principal y hasta algunos espacios privados del hotel han sido tomados por los vendedores ambulantes y por los habitantes de calle, que los han vuelto en basureros y hasta escondites de vicio.
“Nos ha tocado ser el baño público de los habitantes de calle, no solo en el frente, sino en los alrededores. Nuestros huéspedes, empleados y comerciantes arrendados padecen todas estas situaciones”, dijo la gerente del Nutibara, Silvana Pérez.
Un dato preocupante que señalaron desde el hotel es que cerca del 33% de las reservas en páginas de internet son canceladas después de ver la ubicación del mismo y el estado actual del sector.
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“Ni hablar de las reseñas: la mayoría de personas escriben que el lugar es bonito y acogedor, pero que sus alrededores ‘son inseguros y desagradables’”, indicaron desde el hotel.
El día sigue devorando horas y mientras se retiran los funcionarios de Espacio Público, los vendedores cumplen su promesa y se van extendiendo como cangrejos que salen de una playa. Sus gritos –con los que ofrecen sus productos– se confunden con el gorjeo de los loritos del parque, los únicos que parecen reclamar con estruendo ante este panorama.
Tal vez los únicos que hacen eco de esos reclamos pero que se resignan a su suerte, son los operarios de Empresas Varias quienes se dedican a recoger la basura y el desorden que allí dejan los habitantes de calle, un asunto que más que una labor de ornato parece el castigo de Sísifo y su eterno arrastrar de piedras.
Este diario consultó a la Secretaría de Seguridad para que esta –desde la Subsecretaría de Espacio Público– se pronunciara sobre el hecho, pero al cierre de esta publicación no habían emitido respuesta alguna.
Ojalá este artículo ayude para que el sector goce de los progresos en materia de orden público con el que ya goza la Plaza de Botero, que han permitido que luego del cerramiento se siga consolidando como un espacio con tintes europeos en medio de esta compleja urbe.