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Por desconfianza y competencia hay más presencia de narcos mexicanos en Colombia

La captura de alias “Pitt”, delegado del cartel de Sinaloa, es la prueba de su monitoreo ilegal directo en Colombia.

  • La Policía Antinarcóticos descubrió 110 kilos de cocaína encaletados en las puertas de un contenedor, en un puerto de Santa Marta. Al parecer la droga iba rumbo a EE.UU. FOTO cortesía de policía.
    La Policía Antinarcóticos descubrió 110 kilos de cocaína encaletados en las puertas de un contenedor, en un puerto de Santa Marta. Al parecer la droga iba rumbo a EE.UU. FOTO cortesía de policía.
13 de abril de 2022
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La creciente presencia de emisarios de carteles mexicanos en Colombia esconde dos verdades, ligadas a nuevas dinámicas del narcotráfico: la desconfianza en que la droga llegue a su destino, y la preocupación porque sus socios pierdan el interés en el mercado norteamericano.

El último emisario detectado fue Brian Olguín Berdugo (“Pitt”), capturado la semana pasada en Cali, con fines de extradición. Según la Policía, era un delegado del cartel de Sinaloa, cuya misión era gestionar la compra de cocaína a las disidencias de las Farc que delinquen en el sur del país.

Su nombre se une al listado de representantes arrestados en los últimos cinco años, que venían con la misma tarea. Entre ellos están Irineo Sánchez (“el Mexicano”) y Horacio Zúñiga, enlaces del cartel de “los Zetas”, detenidos en Medellín en 2017; y Margarito Galeano Gómez, del cartel de Oaxaca, apresado en Villavicencio el mes pasado.

Según la DEA y las autoridades colombianas, estos personajes llevaban en promedio de tres a cuatro años viajando a Colombia, al punto de que ya habían creado cierto arraigo: novias locales, alquiler de oficinas y compra de apartamentos, lo que sugiere que hacían una supervisión constante de las operaciones. ¿Por qué arriesgarse a hacer esta tarea en persona, si ya les pagan altas sumas de dinero a sus proveedores colombianos?

Nuevo modelo de negocio

El negocio transnacional de la cocaína en Colombia ha pasado por cuatro generaciones. La primera fue la de los grandes carteles de Medellín, Cali y Norte del Valle, que ostentaron un monopolio de toda la cadena del narcotráfico, desde el cultivo hasta la producción, transporte, exportación y distribución en el mercado estadounidense (1980-97).

La segunda estuvo dominada por las autodefensas paramilitares y las Farc, que controlaban cultivos y producción, se asociaban con otros grupos para la exportación y no distribuían en el mercado internacional (1997-2009).

En la tercera generación entraron al juego las facciones herederas de los citados carteles y organizaciones terroristas, como el Clan del Golfo, “los Rastrojos”, “los Paisas”, “los Machos”, “los Nevados”, Erpac, “los Pachenca”, “la Silla”, “los Puntilleros” y “los Pelusos”, entre otros, y se dio una mayor participación del ELN en las transacciones (2010-17).

En la cuarta emergieron grupos que permanecían a la sombra, de corte empresarial y sin ejércitos privados, más discretos que los demás, pero con los contactos necesarios para sacar la mercancía del país (2018-actualmente).

Entre la tercera y la cuarta generación se perdieron los monopolios y ya ningún grupo tiene el control total de la cadena del narcotráfico, sino de algunos procesos. Unos cultivan, otros fabrican, hay quienes transportan y los que exportan, por eso hoy en día la Policía describe el fenómeno como un conjunto de “subsistemas”, en el que a veces el productor ni siquiera conoce al cultivador.

Como ya no hay socios que tengan la gerencia de toda la cadena, los mexicanos tuvieron que aumentar la vigilancia, para garantizar que se cumplan sus estándares de calidad, las cantidades acordadas y los envíos.

De otro lado, sin los carteles de antaño ni los grandes ejércitos criminales se democratizó el acceso a la droga, y por eso Colombia es una despensa en la que “mercan” narcos balcánicos, italianos, españoles, centroamericanos, británicos y neerlandeses, entre otros.

Detrás de este frenesí ilegal crecieron los robos de mercancía, de un grupo a otro, o de los colombianos que simulan incautaciones para ocultar los cargamentos y “renegociar” la cocaína, ya procesada con dineros mexicanos, con otros carteles. Este fenómeno es muy común en el Pacífico sur, según fuentes policiales.

Otros intereses

Los colombianos dejaron de distribuir la droga en las plazas de EE.UU. y asumieron el rol de proveedores de los mexicanos.

Este cambio tiene ventajas y desventajas para los narcos colombianos, tal cual expuso Jeremy McDermott, codirector de Insight Crime, fundación que estudia al crimen organizado. Como los colombianos ya no comercializan la droga en suelo estadounidense, reducen “los altos riesgos de interdicción, extradición y embargo de bienes”, situaciones con las que ahora lidian los mexicanos.

De la misma manera en que para los colombianos se disminuyeron esos riesgos, también mermaron los ingresos por la exportación a dicho mercado. Allá un kilo de cocaína vale de 20.000 a 25.000 dólares, pero los mexicanos les pagan entre $3.000 y $5.000 por kilo, dependiendo del punto de entrega, que puede ser la costa Pacífica, la Caribe o algún país centroamericano.

Esta situación generó que los narcos colombianos se interesaran en mercados más lucrativos, como Europa, donde un kilo de cocaína vale de $35.000 a $50.000 dólares, o Medio Oriente, pues allí el precio asciende a US150.000.

En España, por ejemplo, los colombianos montaron oficinas de cobro para asegurar la distribución, reduciendo los intermediarios y maximizando la ganancia. Para exportar al Viejo Continente no se requiere la participación de los mexicanos, cuya única ventaja competitiva en el tráfico internacional es su acceso a la frontera estadounidense, indicó McDermott.

También hay un mayor interés por el consumo local, es decir, que ya no toda la droga producida es para exportar.

“El Clan del Golfo le puso mucha atención al mercado interno, aquí se ha destinado alrededor del 20% de la droga que se produce anualmente”, dijo Erich Saumeth, analista de seguridad.

Con semejante competencia e inseguridad, los mexicanos incrementaron sus inversiones y monitoreo, enviando a delegados como “Pitt”, que al menor descuido son capturados.

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