Cuarenta y tres años después de la muerte de René Goscinny, el irreductible Astérix quedó este martes huérfano con la desaparición a los 92 años de su segundo padre, Albert Uderzo, cúspide de un imperio labrado gracias al antihéroe galo.
Murió rodeado de su familia, tranquilo, en la casa en la que estuvo guardado por la enfermedad en los últimos años, en Neuilly, una de las ciudades más ricas que rodean a la capital francesa, en contraste con Bobigny, en pleno cinturón popular de París, donde vivió y creó a Astérix en 1959.
Una crisis cardiaca, sin relación con el coronavirus, se llevó al que muchos consideran el último exponente de la vieja escuela de dibujar personajes, un artesano del cómic que desde 2011 se había visto obligado a ceder el testigo por una recurrente tendinitis.
Porque Uderzo siempre se negó a que Astérix acabara con sus creadores y lo demostró cuando se quedó solo alimentando el mito durante más de cuatro décadas. Se encargó de que la saga continuara también sin él, de la mano del dibujante Didier Conrad y del guionista Jean-Yves Ferri, que ya han firmado cuatro álbumes.
Bajo la supervisión del padre de la criatura, el último se publicó en 2019, La hija de Vercingétorix, 60 años después de su nacimiento. Fue la entrega número 38 de una saga de la que se han vendido 380 millones de ejemplares y se ha traducido a 111 lenguas.
Eso sin contar la decena de películas, reales y de dibujos animados, los productos derivados y el parque de atracciones que siguieron la estela y encumbraron a sus creadores, de nuevo reunidos ahora en el Olimpo de los dibujantes.