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¿Cómo es el circuito del cómic en Colombia?

En el marco de la iniciativa A mano alzada, un grupo de investigadores intenta responder esa pregunta a través de un mapa que muestra cómo se produce, circula y sostiene el formato.

  • El primer mapa del cómic en Colombia revela un sector talentoso pero disperso y sin redes de circulación sólidas. FOTO Getty
    El primer mapa del cómic en Colombia revela un sector talentoso pero disperso y sin redes de circulación sólidas. FOTO Getty
hace 43 minutos
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El país está a punto de tener, por primera vez, un mapa real de su ecosistema del cómic. No un listado de autores ni una guía de ferias, sino un diagnóstico profundo sobre cómo funciona —y cómo debería funcionar— un sector que creció a pulso, sin políticas claras, con talento sobresaliente y con una precariedad estructural que durante décadas fue normalizada. El proyecto, liderado por Daniel Jiménez Quiroz, asociado y cofundador de Entreviñetas, marca un hito histórico: Colombia nunca había intentado comprender de manera integral quién hace cómic, desde dónde, con qué recursos y bajo qué condiciones.

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El proceso tomó más de un año, involucró encuentros en distintas regiones y combinó métodos cuantitativos y cualitativos. Se aplicó una encuesta nacional a 356 agentes del cómic —creadores, libreros, editores, impresores, gestores, divulgadores— y se complementó con 29 entrevistas a profundidad, talleres y grupos focales. El resultado es una fotografía inédita: un sistema diverso, potente, pero profundamente disperso. Un sector artesanal en su modo de producción, no por falta de calidad, sino porque los mismos autores suelen escribir, dibujar, imprimir, distribuir y vender sus obras.

La investigación confirma un rasgo inquietante: “El 19% de quienes hacen cómic en Colombia logra vivir de ello. El resto depende de otros oficios —docencia, ilustración comercial, diseño, tatuaje, impresión— para sostener su práctica”, explica Jiménez en la presentación de la misma. No porque falte profesionalización: la mayoría de agentes tiene formación universitaria y domina herramientas técnicas avanzadas. Lo que falta es una estructura económica que permita vivir de crear. Esa es la primera grieta que evidencia el mapa.

Otro hallazgo clave tiene que ver con la circulación. “En Colombia, los cómics no llegan a los lectores: se quedan en cajas, habitaciones y bodegas, esperando una feria o un evento para aparecer”, dice Jiménez.

No existe una red de distribución especializada ni un sistema de comercialización que entienda los formatos efímeros —fanzines, minicomics, series artesanales— que predominan en el país. La dependencia de ferias como FILBo o SOFA crea un cuello de botella y excluye a regiones donde el sector es activo y poco visibilizado. La costa atlántica, por ejemplo, casi no participó en la encuesta; no por falta de creación, sino por falta de canales.

El mapa revela también un potencial enorme: comunidades de práctica horizontales, clubes de lectura, laboratorios informales donde autores se leen entre sí, comparten procesos y construyen conocimiento colectivo. Espacios que funcionan sin jerarquías y que podrían convertirse en una base sólida para una articulación sectorial más amplia. La investigación muestra que “cuando estas redes se consolidan en una ciudad, el ecosistema local se fortalece: crece la producción, aparecen lectores, se abren canales de venta y se generan nuevas iniciativas”, señala Jiménez.

Por todo esto, el proyecto propone siete líneas estratégicas para transformar el panorama: distribución y comercialización; financiamiento; redes internacionales; políticas públicas; formación; producción; e integración crítica de la inteligencia artificial. Cada una apunta a un problema sistemático y a una meta clara: que Colombia reconozca al cómic como un sector cultural con identidad propia y no como un apéndice de las artes plásticas o la literatura.

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Así las cosas, el Mapa del Cómic en Colombia es una declaración de existencia y aunque falta convertir este diagnóstico en acción, la cartografía ya está trazada. Ahora le corresponde al sector —y al Estado— decidir qué hacer con ella.

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