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Desde una montaña en un pueblo a las afueras de la capital, la niebla a veces le cambiaba el ánimo al día. Ascendía y quedaba todo blanco, descendía y desaparecía hasta que los parches entre los árboles revelaban ser azules. Entre esos dos cambios, que también se manifestaban al interior, estaba Ana. La escritora contempla la naturaleza y a veces la siente como la única compañera, la detalla con cuidado, le da forma. Aunque también está su perrita Abril, con ella cuenta.
Con su hermana lejos y a punto de ser operada, lejos de su hija y sin la compañía de su exesposo, que decidió irse fuera del país a pasear con una europea, Ana está allí refugiada en la alta montaña. La soledad tiende a prolongarse y distorsionar instantes y a veces esa montaña parece comprenderla y en otros expulsarla.
La carretera será un final terrible es la primera novela, publicada por Tusquets, de la doctora en Filosofía Andrea Mejía. Como si fuera un juego de espejos, fragmentos de ella están en la protagonista de esta novela sobre los vacíos que se encuentran al salir de casa, pero también esos que están bien adentro.
Es un libro cargado de detalles, ¿cuándo sabe que es suficiente o que algo merece más?
“Es una cosa que no es consciente ni sistemática, pero lo que pasa, más o menos, es que trabajo mucho con la intuición y ella va diciendo qué debe quedar, qué rasgos deben sobresalir, pero intuición es mezcla rara de imaginación y de escritura. Está, por un lado, la mirada de la mente, la imagen interior de eso que tú quieres describir, y está la escritura, las palabras puestas en el papel (o en la pantalla) y ahí sabes qué falta, lo sientes. Logras que la imagen mental, dada por tu imaginación y por la realidad, coincida con lo que está escrito. Eso no necesariamente implica una descripción superminuciosa, agotadora y realista, sino que a veces, de manera muy misteriosa, con dos o tres palabras sobre ese objeto, se revela en su totalidad”.
Esta experiencia con su primera novela, ¿qué retos supuso, que antes no hubiera contemplado en la escritura?
“Con la novela es, sobre todo, el tiempo y la intensidad del proceso. Es distinto al de los cuentos. Hay algo muy feliz de trabajar y escribir cuentos y es que tú te entregas a un texto, pero lo terminas en una semana o un mes, cuando toma algo más de tiempo. Es algo que sientes que entras, intensamente estás en un lugar y una disposición emocional, y sales. Ese es una especie de alivio y ver algo que está concluido. En la novela es un proceso mucho más largo en el que debes entrar y salir a ese mundo que estás conociendo a través de la escritura, que se va revelando y emocionalmente hay que sostener el trabajo. Es un trabajo de resistencia, de periodos en los que no puedes escribir ni una palabra porque sientes que la novela no está funcionando bien, y otros en los que la escritura fluye. Tiene periodos muy difíciles, pero al final es, sobre todo, una felicidad”.
¿Cómo fue el estado anímico mientras estuvo escribiendo esta novela?
“Los estados anímicos cambian. No fue que yo, durante un año y medio que duré escribiéndola, estuviera en ese estado melancólico y aterrador. A veces tenía que entrar en él. Hubo momentos en los que no estaba para nada en afinidad con las emociones de la novela, entonces no podía escribir, pero yo misma debía estar impregnada de algo muy oscuro y luminoso al mismo tiempo, que tiene que ver con la cercanía de la muerte en la que está Ana, de un misterio que está ahí pero no se revela. Entonces yo tenía que estar ahí, un poco rogando, porque ese misterio no se me fuera, por estar yo también rodeada de un misterio. Esos estados no se pueden controlar, no tienen nada voluntario”.
En los cuentos de La naturaleza seguía propagándose por la oscuridad, se relatan momentos de una vida. Es como abrir una pequeña ventana y ver unas cuantas horas de vida de esa persona. ¿Qué otras oportunidades brinda la novela para entrar a explorar esas vidas de los personajes más a fondo?
“Lo que dices de entrar a otras vidas es cierto. No estoy entrando a algo que ya conozco y que ya es mío, sino que entro a otras vidas. Creo que la diferencia es que en el cuento esos personajes que aparecen ahí los logro ver y sostener como fantasmas que flotan en un instante, y son muy intensos como apariciones, pero se van de mí. Yo no sigo sosteniendo a estas narradoras, a los personajes o a esos instantes que se quedan ahí flotando y tienen un carácter evanescente. En cambio, en la novela yo siento que Ana es un personaje que me acompaña. Más o menos siento que la tengo aquí en el hombro y que es más consistente. Es normal, hay más páginas que la construyen y le dan vida, entonces ella queda de manera más permanente, por lo menos en mí. También pasa, a veces, que las imágenes más fugaces en los cuentos dejan una huella muy perdurable. Hay cuentos de Carson McCullers que tengo más grabados que sus novelas”.
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Ha expresado, cuando le preguntan sobre la montaña, que parecía como un lugar mental y simbólico, que a veces parece ser benévolo. Hermoso e inmenso, pero que en otros momentos también puede ser aterrador y hostil. ¿Cómo fue la exploración con ese espacio?
“Creo que la naturaleza es un espejo del alma, es un gran espejo y a veces lo que pasa es que se reflejan las emociones en la naturaleza. Entonces ella parece brillante y hermosa cuando esa alma está igual, pero a veces también aparece lúgubre cuando el alma se entristece. Pero también es al revés, el alma es un espejo de la naturaleza y ella recibe nuestra mente, sus cambios y estados anímicos, pero todo esto también es una relación muy emocional con la naturaleza, a veces lo que es magnificente de la naturaleza es que ella no tiene nada que ver con nuestras emociones, que está vacía de lo humano y que no es feliz ni triste y esa indiferencia es un espacio incierto, de libertad. Creo que en la montaña de Ana, y en la mía, hay las dos cosas. Hay instantes en las que la naturaleza es espejo de mi interior y yo soy espejo de ella, entonces puedo hablar de una ‘ella’ y es una especie de adentro/afuera, pero a veces es completamente indiferente a lo que me está pasando y pertenecemos a planos muy distintos. Eso es increíble de sentir, que no todo es humano, no todo está impregnado por nuestras emociones”.
Ana intenta escribir en la novela. En una parte ella anota: “Pero veo que nada ha sucedido, pero mucho sí”. Luego ella tacha esa frase. Pareciera como si hasta quisiera aislarse de sus propias letras...
“No lo había pensado, pero sí de pronto ahí hay una especie de rechazo de su propia escritura, de tachar, de tener que hacer a un lado”.
¿Cómo viene siendo entonces la relación de Ana con su escritura?
“Al principio Ana escribía en la montaña porque yo estaba escribiendo en la montaña y yo le prestaba a ella mucho de mí. Se veía reflejado en ella que yo también estuviera escribiendo, una especie de puesta en abismo. Después eso fue cayendo, la escritura de Ana se hace menos importante a medida que avanza la novela y lo que ella está tratando de escribir se ve un poquito borrado por la novela real, que es la novela que está escrita. Yo sí no podía abandonar la escritura, pero siento que a ella las cosas que le empezaron a pasar fueron tan fuertes, que incluso tuvo que olvidarse de lo que estaba escribiendo”.
¿Qué relación guarda con Ana después de darle vida a través de este libro?
“Hay una amiga, Tania Ganitsky, que me hizo ver eso tan inquietante que era para ella y para otros lectores, no saber qué tanto tenían mis narradoras de mí y qué tanto eran otros seres. Creo que esas narradoras, y con Ana en particular, me devuelven una imagen que me conmueve y me aterra, que no podrían devolverme si fuera yo misma. Uno con uno mismo no tiene esa relación de compasión y de terror. Es una relación rara la que uno tiene con uno mismo, pero cuando hay otro, uno sí puede amarlo. A mí me pasa con Ana que la quiero montones, que me inspira mucha compasión y me da tristeza su sufrimiento, ¿ves? Como si se hubiera vuelto un ser muy real y me alegra que eso pase porque quiere decir que ella tiene su vida propia también y es capaz de inspirar eso en otro”.
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¿Qué rol jugaba la soledad en esta historia? Hay momentos en que parece necesario y otras veces insoportable...
“La soledad es esencial en la novela. Uno podría decir que esta es una novela, en parte, sobre la soledad, y creo que es muy importante para cualquier ser humano porque en la soledad aprendemos más rápido, vemos más claro, es fundamental para crear, para escribir, pero es necesario un equilibrio entre la soledad y la compañía de otros. La soledad extrema supongo que acaba con un ser humano que necesita afecto y palabras de otro. En ese equilibrio se juega la posibilidad de una vida muy plena y feliz. En el caso de Ana ese equilibrio se ha roto, los otros están muy lejos y ella realmente está muy sola y en la montaña la soledad se intensifica, pero esa intensificación dolorosa y casi insoportable de la soledad es lo que hace a Ana tener esas visiones tan tremendas que ella tiene. Asocio el estado de Ana, un poco, al estado que se debe necesitar para escribir poesía. Esta es una visión un poco romántica de la poesía y la escritura, que se necesita llevar al extremo esa soledad, sin perder la cordura y la vida, para tener esas visiones que nos entrega la soledad más intensa”.
Hay visiones de varios tipos ahí...
“Sí, la transfiguración de otros en fantasmas, que es producto de una soledad muy honda. También la visión, no en sentido literal, pero una especie de cercanía de algo muy fuerte que no se sabe si es un sueño o no, como cuando se acercan sus padres muertos. Los sueños también son visiones que solo tenemos en la soledad del sueño y, en general, las visiones poéticas del lenguaje. A Ana se le revela la realidad de una manera muy precisa, muy luminosa, muy clara, y se le revela la ausencia de la manera muy fuerte. Por ejemplo, la ausencia de estrellas es igualmente una visión. No ver también es una forma de ver. Ella ve todo esto y es a través de esa mirada y esas visiones que la novela se enriquece a nivel literario y del lenguaje. Creo que lo que esperamos cuando escribimos son visiones, así estemos haciendo prosa y no poesía”.