Murray Cooper no es fácil de contactar, se debe ser paciente y dejarle varios mensajes, pues eventualmente aparecerá, aunque la comunicación no será la mejor. El problema es que pasa mucho tiempo en los bosques de Ecuador y la señal de internet o de teléfono móvil no son muy buenas, además se pierde días enteros. “Estaba buscando un pajarito que no he podido encontrar”, dice disculpándose por la cantidad de mensajes que le enviamos su editorial y yo. A pesar del fracaso, suena contento, disfruta igualmente la toma de la fotografía como el proceso que lo llevará a ello.
Le pregunto si ese pájaro que estaba buscando hace parte de algún proyecto nuevo, pero no, “es para mi archivo personal, no tengo proyectos fijos, pero siempre estoy tomando algo nuevo”.
Su primer amor no fue la fotografía, sino la naturaleza y por eso decidió dejar su natal Sudáfrica hace algo más de 25 años. A pesar de nacer en un país con una gran riqueza natural, sentía que allí todo estaba hecho, mientras que en otros lugares, como África central o Latinoamérica, estaba todo por hacer. El problema del primer destino era la violencia, en 1991, cuando empezó a hacer sus planes de viaje, acababa de suceder el genocidio en Ruanda, así que era mejor idea el trópico suramericano.
A pesar del tiempo lejos de su país, Murray todavía conserva un marcado acento. Llegó a Ecuador interesado en la conservación de fauna y flora. Su primer trabajo como ambientalista fue buscar que se estableciera una reserva de bosque primario en el Chocó ecuatoriano. “Para formar la reserva tienes que buscar fondos del exterior y necesitábamos imágenes para mostrar lo que queríamos conservar. Puedes hablar mucho pero no conseguirás con palabras el mismo efecto que tiene una buena imagen”, cuenta en una entrevista que dio a su editorial y se encuentra en el canal de YouTube de Villegas Editores. De manera aficionada comenzó a tomar fotos del paisaje y finalmente lograron que el bosque Los Cedros fuera una reserva forestal. No le iba mal con la cámara.
Durante diez años estuvo alternando su trabajo como ambientalista con su nueva afición por la fotografía, poco a poco comenzó a vender algunas de sus imágenes hasta conseguir el dinero suficiente para comprar un buen equipo y dedicarse de manera profesional al oficio, lo que ahora es su trabajo principal, aunque no abandona su interés por la conservación. “Mi misión principal es difundir el mensaje en cada país [publicar libros de manera local], así puedes obtener resultados, generar cambios a través de las imágenes”, explica.
Belleza al vuelo
Las aves se convirtieron en los sujetos favoritos de Cooper, eran hermosas y estaban a la mano en el bosque tropical andino, un paisaje que permite una gran biodiversidad y solo lo tienen Perú, Ecuador y Colombia. Una vez recorrió Ecuador, el paso siguiente era explorar el segundo país más diverso del mundo, el nuestro.
En 2009 consiguió que Villegas Editores le encargara el proyecto Aves en Colombia, 552 páginas de su recorrido por todo el territorio. “En Colombia hay casi 2.000 especies [de aves], tengo registradas de 600 a 800, sin embargo, hay por hacer todavía un montón, aunque tengo las más clave”, comenta orgulloso. Dentro de las aves son los colibríes la joya colombiana, “la Norteamérica continental tiene siete especies de colibríes y Colombia tiene 160 de las 340 que hay en el mundo, casi la mitad”, cuenta. Así, era apenas lógico que el siguiente proyecto del fotógrafo con la editorial colombiana fuera alrededor de este maravilloso animal. “Tengo más de 100 colibríes en el libro, de los 150 que hay en el país, entonces es una buena representación”, concluye.
Los colibríes siempre han sido una gran riqueza latinoamericana, figuran en la mitología de varias culturas amerindias, incluso están pintados en las líneas de Nazca, y merecen ese lugar. Estas aves son las únicas capaces de volar hacia atrás, baten sus alas unas 55 veces por segundo para sostenerse en el aire y tienen unos pigmentos especiales en sus plumas que les dan colores increíbles, incluso para la naturaleza. Fue precisamente por la necesidad de captar esa belleza que Cooper buscó perfeccionar su técnica. “Congelar el aleteo de las aves es muy difícil, más de los colibríes. Intenté trabajar con flash, que era lo que se hacía, pero no me gustaba porque el sujeto era natural, entonces la luz debería ser natural, y lo comencé a hacer así. No consigo congelar las alas en todas las fotos, pero son como se ven. Con flash pueden cambiar los colores de las aves, los pigmentos de los colibríes son prismáticos, con luz natural se ve mejor. Cómo serán de impresionantes que cuando los ves con ojos desnudos no alcanzas a captar el movimiento de las alas, solo ves el zumbido”, afirma en otro de los videos.
Sabe que su experiencia y mirada única es lo que hace su trabajo valioso, de hecho es capaz de hacer un libro que a otros le tomaría años en pocos meses. Para hacer las fotografías de Aves en Colombia solo se demoró cuatro meses y eso que fotografiar pájaros no es fácil.
Hay que recorrer largas distancias, tener un buen equipo, tanto técnico como físico, y ser muy paciente, sin embargo, eso él ya lo sabe y se prepara, trabaja con los guías más expertos y así tiene la mitad del trabajo hecho. Luego de las largas caminatas, sabe que debe descansar para despejar su cabeza, dejar de sudar para enfocar y contar con la mejor tecnología, pues antes de las cámaras digitales no se podría ni soñar con este tipo de fotos.
La otra parte del trabajo viene de la sensibilidad de entender los sujetos que retrata. Los colibríes tienen una ruta, un recorrido que hacen varias veces entre sus plantas favoritas, Murray los observa en ese recorrido y escoge la planta donde más le gustaría retratarlos, una que le dé la posibilidad de tomarlos sentados y bebiendo de las flores, porque ambas poses son importantes, además que la toma tenga un fondo limpio, para que no le robe la atención al verdadero protagonista, “mis fondos son los más limpios” dice con orgullo.
Un objetivo superior
Así como su interés por la fotografía no fue algo que surgiera del mero deseo, su amor por las aves no es solo cuestión de gusto. “De lo que tenemos aquí en nuestros bosques, de lo que se puede ver frecuentemente, yo diría que mis favoritas son las aves, porque aquí en el trópico es difícil ver muchas cosas más. No se ve un jaguar, poco se ve el oso, no se ven los mamíferos tan fácilmente como en otros países o continentes. Diría que para nosotros las aves son especies clave porque te puedes relacionar con ellas, un jaguar parece un mito porque así andes mucho en la selva, no te lo encuentras, en cambio, sí ves en tu jardín un ave, eso también funciona para los temas de conservación”, comenta. Son animales atractivos y por su belleza las personas se pueden interesar más en cuidar los bosques.
No se puede evitar preguntarle a alguien que ama tanto la naturaleza, qué siente al ver su inminente destrucción por causa de la mano humana. Su respuesta, aunque se dice optimista, no promete mucho. “Lo veo bastante triste [el futuro del medio ambiente]. Hay partes del mundo donde es mucho más triste porque hay desiertos desde hace miles de años, sin embargo, aquí hay mucha esperanza todavía, el bosque es fuerte y abundante, pero se podría poblar. La población mundial está en ascenso y los gustos de la gente van por el mismo camino, no creo que vaya a cambiar mucho el statu quo. Los que tienen riqueza tal vez quieran bajarse un poco, pero los que no, tienen todo el derecho a tener su pantalla grande y su carro, y siguen comprando y comprando, y el mundo va a terminar en un hoyo. Sé que esto es negativo, no soy negativo, soy positivo, pero la situación del medio ambiente es grave. Es fácil que los gobiernos pongan reglas, pero la gente no tiene conciencia ambiental ni educación, a nivel mundial. Tú puedes decir lo que quieras pero la gente quiere tener más cosas y los que quieren más no van a cambiar mucho”.