Artes plásticas, cine, teatro, música libros. Las obras de Miguel de Cervantes Saavedra y de William Shakespeare han inspirado tantas otras creaciones como ninguna más. Acaso la Biblia sea la única que las supera.
En cine, debe decirse que al británico le ha ido mejor que al español. Por una parte, porque varias obras del autor nacido a orillas del río Avon han inspirado películas notables, en cambio, en el caso del alcalaíno, solamente El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha las ha motivado.
Los cineastas poco se han fijado en Los trabajos de Persiles y Segismunda, Historia del cautivo, La Galatea, ni Las Novelas ejemplares (El Licenciado Vidriera, La gitanilla, La ilustre fregona, El casamiento engañoso, Novela y coloquio entre Cipión y Berganza, La española inglesa, La fuerza de la sangre, Rinconete y cortadillo, El amante liberal, Las dos doncellas, La señora Cornelia y El celoso extremeño).
Oswaldo Osorio, el crítico de cine, arriesga ideas a modo de razones para explicar tal circunstancia:
«La dificultad para hacer películas importantes con obras de Cervantes, tal vez se deba a que no todas ellas tienen la universalidad y atemporalidad del Quijote. Es decir, esas condiciones de las obras clásicas, para que se entiendan y aprecien en cualquier tiempo y lugar. Shakespeare tiene más cantidad de obras universales, quizá por su tratamiento de pasiones humanas: el amor, la traición, la envidia, las ansias de poder...
«O tal vez, simplemente, suceda lo mismo que con las obras de Gabriel García Márquez: que ningún cineasta ha podido encontrarles el tono efectivo, como sí lo tienen las obras escritas».
Desde los inicios del séptimo arte se produjeron dos películas del Quijote, ambas en Francia: Don Quijote, de Gaumont, una breve escena, fue rodada en 1898. Cinco años después, Ferdinand Zecca y Lucien Nonget realizaron otra de seis minutos.
Desde entonces, una treintena de películas se han rodado sobre el caballero andante —dos dedicadas a Dulcinea, la imaginaria e idealizada mujer del Quijote, y otras dos a El curioso impertinente, una de las novelas que habitan la obra—.
Para Darío Ruiz Gómez, escritor y cinéfilo, muchas de las películas que han hecho sobre el Quijote han sido malas, en especial las españolas —que son unas ocho—. En ellas, apunta, los personajes resultan caricaturizados. Ni Quijote es Quijote, ni Sancho es Sancho.
«Habrá que esperar que Terry Gilliam, el director que hizo en 1998 Las aventuras del barón de Münchausen, pueda terminar su película maldita sobre el Quijote”.
En ella, un experto en marketing viajaría en el tiempo hasta los primeros días del siglo XVII. Comenzó el proyecto en 1998, con la decisión de que Johny Depp fuera el experto y Jean Rochefort, el Quijote. De pronto, a Rochefort lo invadió un fuerte dolor de espaldas, que le impidió seguir el rodaje montado sobre un caballo. Hubo problemas climatológicos. Ninguna compañía de seguros quiso cubrir el rodaje. En 2010 Gilliam deseó revivir el proyecto, con Robert Duvall como Quijote y Ewan McGregor como experto, pero no encontró financiación. Ahora parece que va a tener recursos.
En cambio, dice Ruiz, varias películas basadas en obras de Shakespeare han sido extraordinarias. El Hamlet, de Roman Polanski (1971); las de Orson Welles: Macbeth (1948) y Otelo (1952)...
De las películas alusivas a las obras del británico, Osorio prefiere En busca de Ricardo III (1996), de Al Pacino. «Entre ficción documental y puesta en escena teatral, traduce a Shakespeare; las cosas quedan claras.
»Me gustan las adaptaciones a otras épocas, como Romeo + Juliet (1996), dirigida por Baz Luhrman, con Leonardo Di Caprio y Claire Danes; Titus (1999), dirijida por Julie Taymor, con Anthony Hopkins y Jessica Lange. Un Ricardo III en la segunda guerra mundial, de Richard Loncraine, con sir Ian McKellen, porque en esta trasladan la acción a la Inglaterra del año 1930.
«Esas adaptaciones dan algo adicional. Mantienen el dramatismo, pero en un empaque diferente».