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La vida de los seres humanos es de sueños e ilusiones, gratitud, humildad, estudio, trabajo, buen comportamiento, respeto por nuestros semejantes y, todo esto, acompañado de ética. En suma, este ha sido el aprendizaje que adquirí en mi recorrido como persona y profesional de la bicicleta.
Mi carta de presentación en el ciclismo de alta competencia empezó en octubre de 1962 cuando, con 18 años, me estrené en la Vuelta a Colombia en bicicleta y fui el primero en pasar por el alto de La Línea. Más adelante, en esa misma prueba, gané una de las etapas más difíciles: Riosucio-Medellín.
Ahí me convertí en líder y, siendo el novato de la competencia, tuve el privilegio de conservar la camiseta tricolor hasta la penúltima jornada, disputada entre Manizales y La Dorada. Descendiendo del páramo de Letras hacia Mariquita, sufrí varias caídas y llegué muy aporreado a la meta, lejos de los punteros. Tras esa funesta fracción, el nuevo líder pasó a ser Roberto Pajarito Buitrago, de Cundinamarca, quien finalmente le ganó la carrera a Martín “Cochise” Rodríguez por ocho segundos.
Esas caídas que padecí como debutante en la ronda nacional, me sirvieron para entender que, en esa época, cuando nos inculcaban el amor por los colores de Antioquia y nos decían que debíamos tener coraje, agallas, y ser valientes para afrontar la competencia con gallardía, era porque no podíamos defraudar a la afición. Pensar en retirarse de la competencia, así estuviéramos mal físicamente, era un despropósito.
Los directivos, entrenadores y acompañantes nos ponían de ejemplo a Pedro Nel Gil, Roberto Cano Ramírez, Héctor Mesa, Francisco Luis Otálvaro, Honorio Rúa, Justo Pintado Londoño, Hernán Medina, Reinaldo de J. Medina y Roberto Cano Ramírez, entre otros. Ellos fueron los primeros en representar a Antioquia y el espejo en qué mirarse. Pero el más grande era Ramón Hoyos Vallejo, ganador de cinco vueltas a Colombia e ídolo de Antioquia y el país.
Ellos eran ciclistas que afrontaban todas las dificultades, sin temor, porque si uno de nosotros se retiraba por cuestiones de salud o caídas, lo cuestionaban y lo señalaban de traidor o cobarde; el retiro de las carreras era toda una deshonra. Por esto y más, Antioquia siempre ocupó las primeras posiciones y dominaba a nivel nacional.
Cerrado ese ciclo de los recordados “Paisas en Caravana”, a partir de 1963, los antioqueños recuperamos el liderato con Cochise, campeón de cuatro vueltas a Colombia, más el aporte mío en 1965 cuando logré el único título en esta carrera. Era la renovación del ciclismo montañero, con un dominio que se extendió hasta 1970, cuando surgió el boyacense Rafael Antonio Niño.
Durante 13 años corrí en bicicleta y poco a poco fui acumulando conocimientos y admiradores. Todo iba floreciendo y yo tenía ilusiones de ganar muchas competencias y ser grande en el deporte nacional e internacional. Entre 1962 y 1965 me fui formando como deportista, adquirí los conocimientos y la experiencia para ser un ciclista ganador, además de tener la fortuna de representar a Colombia en México, Guatemala y en los Juegos Olímpicos de Tokio, en 1964.
Pero mi gran éxito como corredor llegó en 1965. En enero empecé ganando las competencias regionales y comprendí que era el mejor momento para escalar a la cima del ciclismo nacional y fue en febrero cuando se produjo el mayor milagro de mi vida.
Tras haber estado durante más o menos un año sin apoyo, recibí el patrocinio de la compañía Suramericana de Seguros. Allí entré por la puerta grande, ganando el Clásico RCN que consistió en una doble a Ciudad Bolívar. En marzo se disputó la Vuelta a Colombia, que tuvo un recorrido de 2.385 kilómetros, con 17 etapas y una topografía muy difícil de alta montaña, lo cual me convenía.
Todo estaba a mi favor. Tenía la fortuna de contar con un gran respaldo comercial y humano, una hinchada que estaba esperando un ganador con ansias y deseos de triunfo. Me convertí en el campeón de la Vuelta del 65.
Tras estas conquistas paisas el ayuno de éxitos para Antioquia fue largo y penoso. Sin embargo, esa estela de triunfos antioqueños volvió muchos años después con el aporte de Carlos Mario Jaramillo en 1993, Héctor Iván Palacio en el 2000, Santiago Botero en el 2007 y después, en el 2010, con Sergio Luis Henao.
Siempre he pensado que el éxito depende de nuestra actitud y comportamiento frente a nosotros mismos y la sociedad. Conté con el fervor de la afición, la que en todo momento me ha aclamado con aplausos y gritos de ánimo, dándome fuerza para superar cualquier dificultad.
Los medios de comunicación de esas décadas (50, 60, 70) más influyentes a nivel nacional fueron la radio y la prensa escrita. Algo que me quedó grabado con admiración, era ver y escuchar a los narradores y comentaristas, quienes le ponían el sabor a la Vuelta, gracias a sus conocimientos, tanto en lo deportivo como en lo geográfico, cumpliendo una gran labor informativa y educativa.
Además, conocían muy bien a los ciclistas de cada región y le inculcaban a la gente el sentido de pertenencia por su departamento. Con su labor construían país.
Eran tiempos de pocas comodidades para quienes estábamos en la caravana de la Vuelta a Colombia. No había buenos hoteles y la alimentación resultaba muy regular o escasa. Los cronistas incluso pasaban por muchas penurias en jornadas que se hacían eternas porque sus informes los realizaban a través de teléfonos de larga distancia o télex que solo estaban en las oficinas de Telecom. Se las tenían que ingeniar para que los informes llegaran oportunamente. Aun así, contaban historias tan atractivas.
Lo más grandioso era el público que salía por millones a ver al corredor preferido. Los campesinos suspendían sus labores, las ciudades se paralizaban, las vías públicas estaban llenas de espectadores.
Los empleados y las amas de casa suspendían sus labores y los estudiantes tenían permiso para ir a ver a los ciclistas. Era un país unido por el ciclismo, una fiesta para el aficionado. La Vuelta era el espectáculo con el que gozaban, se distraían, superaban los obstáculos y no importaban las dificultades, pues se sentían felices viendo a los corredores que pasaban como una exhalación.
Todo era maravilloso, pero lo más lindo era que las vías se llenaban de público y los estadios estaban repletos de aficionados, que nos ovacionaban y nos consagraban al llegar. La alegría y la felicidad resultaban inmensas; nos abrazaban, nos besaban y nos alzaban en hombros.
Cada hincha lloraba de emoción y se sentía orgulloso de tener a su ídolo al lado. Todo el mundo disfrutaba. Fue una época maravillosa, por el público, por los medios de comunicación, y especialmente por la radio, que transmitía horas y horas, convirtiendo este deporte en el número uno del país.
Pero esta pequeña historia acoge otros ingredientes que influyeron para que yo pudiera triunfar. Fueron muchas las personas que jugaron un papel importante en mi vida como consejeros permanentes. De no ser por ellos, no hubiera alcanzado el trono de la fama. Ese respaldo y compañía sirvió para que el país contara con dos ídolos nacidos en tierras antioqueñas, y para que desde la década de los sesenta se hablara, con orgullo, de Cochisistas y Suaristas.
Así mismo, quiero hacer referencia a los patrocinadores, acompañantes, directivos de la Liga de Ciclismo de Antioquia, Federación Colombiana de Ciclismo; a los estamentos gubernamentales, las alcaldías, las autoridades de policía y tránsito a nivel nacional y local; a las personas en cada uno de los municipios que prepararon las recepciones para recibirnos con su respectivo comité. Igualmente, me gustaría darle las gracias al cuerpo de bomberos de Medellín, que siempre estuvo presente en los recibimientos que nos hacían en la capital de la montaña después de terminar la Vuelta a Colombia, detalle que fue inolvidable. Si no hubiéramos contado con la colaboración de toda esta gente maravillosa que estaba pendiente de nosotros, todo habría sido muy diferente.
Hoy quiero decirles gracias, gracias, gracias a todos los aquí mencionados. Mis éxitos fueron por ustedes, porque hicieron de mí una persona digna que tuvo el privilegio de contar con seres maravillosos y sabios que confiaron en mí; porque pude tener a mi lado a un equipo de trabajo incondicional que me brindó la ayuda necesaria para salir adelante y ser bueno en el deporte, en lo laboral y como persona ante la sociedad, porque con ellos y los hinchas, logré llegar a lo más alto y grande que un individuo puede alcanzar. Por lo tanto, con mi admiración, gratitud y cariño va este mensaje, diciéndoles que siempre estarán en mi corazón.
Si yo volviera a correr en bicicleta lo haría por la gente, sus aplausos y el cariño que nos brindaron.
*Exciclista antioqueño, campeon de la Vuelta a Colombia en 1965; hoy tiene 76 años de edad