Además de sus talentos naturales (presentador, actor y periodista), desde 1957, cuando incursionó e impulsó la TV, Pacheco se convirtió en esa brizna, en ese hilo que unía amenidad e inteligencia. Siempre auténtico, enamoró de sus programas a decenas de generaciones de colombianos, y se convirtió en un ícono de la memoria visual y auditiva del país. ¿Quién que lo haya conocido no recuerda sus carcajadas y sus muecas?
Personajes como él, tan magnéticos y buenos, llegan de cuando en cuando para alegrar la marcha de las sociedades, su desarrollo. Y se incrustan en la memoria colectiva, imprescindibles y queridos. Por eso, este editorial es una nota de despedida para un español de nacimiento, pero colombiano de corazón y de vida, que nos impregnó siempre de esperanza y orgullo. Pacheco terminó siendo colombianísimo, tanto como las margarinas de sus comerciales. Ese amor por el país, y su obra positiva y fecunda, son los regalos que le agradecemos. Fue un ejemplo.
En todas sus facetas mostró un ingenio desbordante: como animador, su capacidad de improvisación y su chispa cautivaban desde los adultos más severos hasta los niños más distraídos. Fue rey del rating, midas del entretenimiento, cuando al país no habían llegado la televisión por cable y mucho menos esta avalancha de ofertas digitales. Pacheco sabía cómo atrapar a 40 millones de colombianos en la caja del televisor. Su magia humana encerraba la atención del país en la pantalla chica.
Fue un hombre de obras sociales, un estimulante de la solidaridad y un personaje aglutinador que nunca negó su mayor sueño: ver a Colombia y a los colombianos en paz.
Esa inquietud por conocer los escondrijos del alma humana lo puso frente a decenas de personajes para entrevistarlos con poderosa y sobrecogedora sensibilidad. Pacheco dominaba el arte de preguntar.
Con frecuencia dedicamos editoriales a hombres de Estado, a políticos, a líderes económicos y empresariales, y solo de vez en cuando encumbramos a personas que, cumpliendo roles corrientes, sin pretensiones, se adueñan del afecto y la credibilidad de un país. Pacheco nos aportó horas, muchas, de sana alegría y diversión. Vaya tesoro donde a veces las figuras públicas parecen empeñadas en descorazonarnos y en inyectarnos pesimismo.
Recobramos la estampa de Fernando González-Pacheco porque, exaltándola, les decimos a millones de ciudadanos lo constructivo que es levantarse cada día a compartir optimismo y a trabajar con entrega por una sociedad necesitada de cambios y aportes esperanzadores.
Colombia le debe mucho al gran Pacheco. Su industria televisiva, su patrimonio mediático, su cultura del entretenimiento, cargan su sello. Pero sobre todo, hay millones de personas que llevan consigo un grato recuerdo: el de aquel gentilhombre que llevó a la intimidad de nuestros hogares muchos ratos de alegría y asombro. A él le damos, hoy, una letra en mayúscula, la G, la de nuestras Gracias muy sentidas.
EL MEJOR REPRESENTANTE DE LA IMPROVISACIÓN EN COLOMBIA
Por OMAR RINCÓN
Crítico de televisión
En términos de Umberto Eco, Pacheco hizo la televisión clásica, familiar, en la época en la que había pocos canales. Su mayor cualidad fue la espontaneidad, la capacidad de improvisación, su mayor virtud era el directo. Pacheco era espectacular para asumir la posición del espectador y actuarla en televisión, tomaba al espectador en serio y lo representaba adecuadamente en todos los programas que hacía.
Su incidencia en los primeros 40 años de la televisión fue total porque marcó el concepto de animador, de entretenedor. Hasta que terminó el siglo XX todo el mundo quería ser Pacheco en la televisión. Él marcó la escuela de lo que debería ser. La televisión que hacía Pacheco cabría bastante bien en la que se hace hoy porque se busca gente auténtica y eso era Pacheco. Hoy todos son clones, hablan igual, se visten igual, hacen igual y eso atenta directamente contra la construcción de la autenticidad. Hoy se requiere gente como Pacheco que presente las cosas con valor propio. Los ejecutivos de los canales no les interesa mucho participar de ese experimento, ellos creen que poniendo una persona bonita basta con que la liberten y digan las mismas obviedades de siempre. El mayor legado de Pacheco es que los feos también tenemos derecho a la televisión.