Para mí es indiscutible que en Medellín la inteligencia es como una flor silvestre. Se extiende por todos los contornos. El Valle de Aburrá es un helechal de talentos. Pero lo que falta es ordenación, para que esa invaluable ventaja competitiva de la ciudad no se malgaste.
No es extraño que en el programa Smarter cities challenge de IBM se haya catalogado a Medellín como una de las cien ciudades más inteligentes. Ese dictamen confirma una evidencia que además de colmarnos de legítima ufanía a los paisas debe aguzarnos la capacidad autocrítica, propia de ciudadanos inteligentes.
Los seis expertos visitantes que estuvieron caminando por Medellín han señalado también fallas, desafíos y oportunidades en materias de movilidad, educación y transporte público. Y los urbanistas rasos percibimos los problemas habituales de inseguridad, inequidad, intolerancia y una larga lista de palabras prefijadas con in.
La cuestión está en que tanta inteligencia desparramada es inútil si no la coliga y la canaliza una ética civil fuerte. La inteligencia silvestre se vuelve simple astucia, que ayuda a resolver situaciones coyunturales pero no sirve para construir una ciudad mejor, ni para vencer la malicia, el egoísmo, la avaricia, la indiferencia, la indolencia, la explotación inhumana, la mala fe y la falta de escrúpulos.
Aquí no caben más astutos, que engruesan las legiones de bandidos, timadores e indeseables, mientras lo que se necesita de modo urgente es más inteligencia compartida, colectiva, que dirija la vida de la ciudad hacia el bien común, la justicia social, la convivencia tranquila y, claro, la solución de tantos y tan agobiadores problemas domésticos y callejeros.
La inteligencia de las ciudades se mide por una complejidad de factores, que implican la fuerza innovadora de gobierno, empresas y ciudadanos no sólo para utilizar las tecnologías de información y comunicación, sino, sobre todo, para potenciar la calidad de vida, a imagen, por ejemplo, de Viena, Barcelona y Toronto.
La verdadera ciudad inteligente debe distinguirse por la conjunción de ciudadanos y organizaciones dotados de visión de futuro y decididos a compartir una perspectiva común. Como dice la multinacional del estudio: Ven el cambio como una oportunidad y actúan de acuerdo con las posibilidades. No sólo reaccionan ante los problemas.
La inteligencia de una ciudad tiene que ser real e integral, apropiada por todos los habitantes, vivida y ejercitada en cada momento y en las casas y las calles. Si Medellín es una ciudad inteligente y si el hombre de aquí también se parece a su ciudad, como decía el filósofo, hay que comprometerse con la causa común de demostrar que tanta inteligencia es útil y provechosa. Pero hay que saber cultivarla, protegerla y encauzarla, para que no siga derramándose ni mezclándose con las aguas turbias.
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