A la recién neutralizada crisis egipcia se sumó este fin de semana un choque virulento entre musulmanes y cristianos. No pudo ser peor el resultado: 12 muertos y más de 200 heridos.
La confrontación, a pedradas y palazos, se presentó en el barrio popular de Imbaba. Allí se desató una batalla campal al parecer porque los cristianos retenían a una mujer que quería convertirse al islam. Al margen de la certeza o no del móvil que agitó la refriega, es condenable que se haya escogido la violencia como mecanismo para solucionar el problema.
Ya está bueno con que Egipto sufriese una dictadura de más de 30 años y permaneciera azotado por revueltas al iniciar el 2011. Ahora se desatan episodios de intolerancia religiosa que no le ayudan a su nuevo proyecto político.
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