Ayer, hace 14 años, Rodrigo Lloreda Caicedo renunciaba a su cargo de ministro de Defensa, pues aunque su valentía le permitía soportar los efectos del cáncer que en menos de un año después terminaría con su vida, sus principios y su talante por el contrario le hacían insoportable la indignidad a la que se estaba sometiendo al país y a las fuerzas militares al consentir la prolongación de un proceso de negociación como el del Caguán, vergonzoso de por sí, pero ni la décima parte de irresponsable, inoportuno y mal planteado que el actual.
En su renuncia decía: "Mi renuncia forma parte de un gran debate nacional. Pienso que la inmensa mayoría de este país, así sea silenciosamente, quiere instituciones fuertes, que puedan proteger la vida, la honra y los bienes de los ciudadanos. No desconozco que ese sea un objetivo prioritario de cualquier gobierno, pero hay mucha preocupación por la manera como se han venido desarrollando los acontecimientos y creo que esa opinión pública tiene derecho a opinar más. Pienso que el proceso de paz debe estar más sintonizado con la opinión pública. Si uno observa las encuestas de los últimos días se ve claramente que más del 75 por ciento de los colombianos no están de acuerdo con el carácter indefinido de la zona de distensión y pienso que el Gobierno debe prestar oídos y atender ese clamor popular".
Aunque hay discrepancias según las fuentes, la renuncia del ministro Lloreda fue seguida por el retiro de 16 generales, 30 coroneles y un número considerable de oficiales y suboficiales de mando medio.
Como me imagino que mis contradictores de oficio, el cardumen de rémoras que crece sin "barreras" y se alimenta de la mermelada estatal, o algunos de quienes se encontraban hace meses sin sueldo oficial y ahora les consiguieron chanfa y escritorio en una organización no-gubernamental que dice saber cómo se gobierna bien, saldrán a decir que la "mano negra" está sugiriendo un golpe de estado, pues de entrada les aclaro, así les dé trabajo entender, que de ninguna manera estoy insinuando algo así.
Les va a tocar buscarse otro tipo de argucia para torcer lo que estoy diciendo, y seguramente recurrirán a los métodos aprendidos de su extinto mejor amigo, que ahora tiene un clon que entre silbidos de pájaros se atreve a amenazar al expresidente Uribe con el silencio cómplice que retumba desde el Palacio de Nariño.
De ninguna forma estoy sugiriendo algo parecido y mentirán quienes lo insinúen o lo aseguren. Me limito, aunque con intensidad, a señalar la añoranza mezclada con tristeza que se siente cuando veíamos a un miembro del gabinete y a una parte de los militares de este país a los que les dolía la sangre de su gente y la dignidad de los colombianos de hoy, y especialmente los de mañana, que tendrán que leer en los libros de historia de su tiempo que en este país una parte de su dirigencia no caminaba erguida en los pies, sino que se arrastraba arrodillada ante narcoterroristas, disfrazados de actores políticos por la mamertera ilustrada.
¿Cuántos soldados muertos e insultos desde La Habana se necesitan para decir, con respeto a la ley pero con fortaleza, "ya no más"?.
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