Esta semana el mundo vio, de dos maneras opuestas, los cambios a la cabeza del gobierno de las dos economías más importantes del planeta.
Por un lado, el gran despliegue mediático de la reelección de Barack Obama ; y por el otro, el relevo silencioso de Hu Jintao por Xi Jianping a la cabeza de la jefatura de Estado en China. Llegan estos gobernantes en momentos críticos de sus países.
Estados Unidos enfrenta hoy la peor crisis fiscal de su historia y una división política profunda que parece no dejar espacio para una solución de fondo a los problemas estructurales que tiene.
Y con una política mediada por ricos y poderosos intereses que financian candidatos y que con su capacidad de lobby obstruyen e impiden soluciones y sacrificios realistas que desactiven la bomba de tiempo fiscal en un país que se envejece rápidamente.
China, por su lado, recupera poco a poco la preeminencia económica mundial que tuvo hasta el siglo 18 y que le prestó a occidente durante los pasados trescientos años.
Igualmente enfrenta retos enormes, lo que para el mundo debe ser de gran preocupación, pues allí vive una quinta parte de la población del planeta.
En un mundo interdependiente, una China en caos, en recesión o inestable, es un problema de dimensiones incalculables que afectaría a todos los países.
Obama y Xi tienen la responsabilidad de la sanidad económica del mundo.
Lo que suceda en cualquiera de estas dos economías nos afecta y por eso los hechos políticos de esta semana no son cualquier cosa.
Una pelea comercial como se planteó en la campaña electoral norteamericana sería un cataclismo mundial. O un enfrentamiento geopolítico por una preeminencia mundial que no va a ser igual a la del siglo XX tiene consecuencias catastróficas. A Occidente le conviene una China fuerte y próspera.
No podemos seguir mirando a ese país sin conocer su historia, su grandeza y el reto de alimentar y dar bienestar a 1.300 millones de seres humanos.
Cuando gobiernos y organizaciones tratan de imponer sus valores a una sociedad milenaria no es esto solo desatinado, sino humillante para una nación con más de 5 mil años de historia.
La democracia occidental moderna tiene apenas 300 años de historia.
Sus libertades, sus éxitos y el bienestar que les dan a nuestras naciones son algo reciente.
Modelo de libertades que por cierto viene acompañado de un esquema económico, el capitalismo, que se expandió por el mundo, benefició a las principales potencias económicas y hoy precisamente está en crisis.
China ha mostrado otro camino, el del capitalismo de estado, que ha sacado de la pobreza a 400 millones de chinos en tan solo tres décadas lo que es una buena noticia.
La mala, aun tienen un trecho de novecientos millones de personas por recorrer. El costo, algunas de las libertades de Occidente. El saliente primer ministro Wen Jiabao ya lo dijo: la democracia no es un valor único y exclusivo de Occidente por un lado y para una sociedad como la china 300 años no son nada. Ya llegará en su tiempo algún tipo de modelo democrático propio que, y lo debemos entender, con esa dimensión demográfica debe tener como premisa y costo la estabilidad.
No nos digamos mentiras. Hoy el dinamismo comercial global está en el Pacífico y no en el Atlántico. Estamos como observadores privilegiados en un planeta interconectado como nunca en su historia viendo pasar el testigo económico mundial de occidente a Asia donde durante siglos estuvo. La historia es un gran referente para poder entender las dimensiones de lo que hoy sucede. Finalmente las cosas vuelven a donde siempre estuvieron. Queramos o no el siglo XXI es de Asia.
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