El mundo católico celebra el 2008 como el año paulino, dado a que según la tradición, san Pablo nació en el año 8 después de Cristo, lo que indica que se cumplen así 2 mil años. Esta conmemoración fue propuesta por el Papa Benedicto XVI e inaugurada por él el pasado 28 de julio y se extenderá así hasta el mismo día del año entrante. A esta celebración se han adherido también otras confesiones cristianas.
La Basílica San Pablo Extramuros en Roma, donde se encuentra su tumba, es el epicentro de esta conmemoración. Allí permanece encendida la "llama paulina". También permanece abierta la "puerta paulina" por la que entró el Papa acompañado del patriarca de Constantinopla Bartolomé I.
No sólo en Roma sino en diferentes diócesis del mundo se conmemora este bimilenario con actividades como conferencias, meditaciones sobre sus cartas, peregrinaciones a los lugares de predicación del apóstol, entre otras.
Además, el Papa ha dedicado varias de sus catequesis de los miércoles, con especial profundidad teológica, a la vida de san Pablo, con temas como el contexto histórico y cultural en el que vivió, su conversión, su concepción de la evangelización, su relación con los apóstoles, su visión del Señor Jesús y de la Cruz y de la resurrección.
El sentido de esta celebración es, en primer lugar, tomar conciencia de que san Pablo no es sólo una figura del pasado ni mucho menos un personaje mítico. Su historia fue tan real como su conversión. Pasó de ser un perseguidor a decidir un día cambiar de rumbo hasta dar la vida por el anuncio del Evangelio. Porque, como ha señalado el Papa, "su fe no es una opinión sino una opción de vida". Su cambio radical se debió a su encuentro profundo, no con una ideología, sino con un ser: "El esplendor del Resucitado lo deja ciego; así, se presenta también exteriormente lo que era su realidad interior, su ceguera respecto de la verdad, de la luz que es Cristo. Y después su "sí" definitivo a Cristo en el bautismo abre de nuevo sus ojos, lo hace ver realmente", dice el Papa en una de sus catequesis.
Un cambio tan radical que lo llevó a considerar pérdida y basura lo que antes era para él su máximo ideal.
El año paulino ha sido una oportunidad para meditar en este gran santo, columna de la fe, para ver qué nos dice a nosotros y ver cómo nuestra mente puede adherirse como la suya a ese continuo morir con Cristo, para también resucitar con Él.
Un año para volver sobre sus cartas, tan llenas de contenido, donde se evidencia la lucha de un hombre como cualquiera de nosotros, que reconoce sus limitaciones, que a veces pareciera caer en la desesperanza con pasajes tan duros: "No hago el bien que quiero sino el mal que no quiero". Rom 7, 20; pero que confluyen con la esperanza en que la gracia de Dios nos conduce a participar en la resurrección del Señor. "Si Cristo no ha resucitado, vana sería nuestra fe", 1 Cor, 15, 14.
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