Fui uno más de los 30 millones de colombianos que padeció y gozó viendo el heroico empate que logró la selección nacional de fútbol de Colombia en su partido contra Chile.
Apenas el árbitro levantó su mano e hizo sonar el silbato para que el balón rodara sobre la grama del Estadio de Barranquilla me sentí como si estuviera viendo una película de la que solo sabía los nombres de los actores y la duración. Noventa minutos en los que todo podía suceder. El tiempo limitado de la vida.
Mientras veía rebotar el balón en medio del silencio de la multitud, con la respiración contenida, pensaba en las lecciones que el fútbol nos da sin palabras. Un equipo está formado por once jugadores. Todos deben jugar para todos. Ganan o pierden los once. ¿Por fin los colombianos tenemos un equipo?, me pregunté.
A los 17 minutos sucedió lo del penal. Vino el primer gol de Chile. Después llegaron el segundo y el tercero. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, como ciertas desgracias. El gol es un accidente en un partido, me dije. Es producto del azar. A veces confundimos el azar con el destino. Pero el azar puede doblegarse.
No recuerdo en qué minuto mi mente abandonó la cancha. En cambio, veía y oía las palabras del entrenador José Pékerman en el video que grabó para sus jugadores: "Puedes elegir correr solo o trabajar en equipo y llegar lejos. Ir solo es más fácil, no tenés que ponerte de acuerdo con nadie… Antes de empezar a competir, le tenés que ganar al ego más grande, que es el tuyo. Tenés que entender que no solo está bien como vos lo hacés, que hay otros caminos. Que si vas más rápido que el resto, es igual que si fueras el más lento de todos".
Apenas terminó el primer tiempo tuve que salir de la casa a tomar aire. Estaba abatido. En Colombia nadie se ponía de acuerdo con nadie. Perdíamos tres cero. Era un marcador muy difícil de remontar. Por momentos me decía: solo es un partido de fútbol. Trataba de espantar la pesadumbre pensando: En la adversidad se mide la grandeza. La victoria fácil debilita. La victoria difícil fortalece. Cuando se enfrenta la adversidad con la cabeza en alto, las derrotas se transforman en victorias.
Empezó el segundo tiempo. Y, como a veces sucede en la vida, todo cambió. Las primeras jugadas de Colombia me hicieron pensar en la fortaleza que da la humildad: se pueden reconocer los errores y corregirlos. Y en el valor que da tener identidad. Hacer lo que se sabe hacer. Atacar en orden y replegarse en orden. No retroceder ante la adversidad ni entregarse. Luchar hasta el final.
Después vinieron los goles. Volví a recordar las palabras de Pékerman como un mantra: "Si no sabés cómo hacer algo, te van a gritar cómo hacerlo. Y si vas atrás, te van a empujar hasta llevarte adelante. Y si ganás, te van a apretar tan fuerte, tan fuerte, que vas a querer llorar. Porque cuando se juega en equipo, viejo, se celebra en equipo".
Al final, Colombia celebró en equipo. Fue un empate, pero los jugadores se abrazaron y lloraron como si fuera la mayor de sus victorias.
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