Tal vez la primera fue Rosa de Palinuro, pero después de diez años el recuerdo es difuso, aunque no tanto las palabras. Fue la primera que escribió en ese libro rojo, en la página siguiente del "caution" (precaución) de Elkin Obregón: "Quien escriba aquí, será para siempre un Palinuro". Las hojas ya no están tan vacías. Quizá porque ya hay muchos palinuros, caminando por ahí, con algún libro que se llevaron alguna vez.
Las palabras de Héctor Abad de ese entonces se quedaron para recordar cuando se sientan a conversar (ellos u otros), en esa mesita que saluda a la entrada. "En seis meses nos quebramos, pero vamos a quedar con muy buena biblioteca".
No se han quebrado, si bien Elkin, Héctor, Sergio Valencia y Luis Alberto Arango sí han quedado con buena biblioteca: comprando los libros que se antojan en su propia librería. Por eso, cuando alguien se va a llevar un libro de esos queridos, que cabe perfectamente en sus casas, Luis Alberto tiene su frase: "¿Te vas a llevar esta joyita?". La deja ir. "Yo no puedo comprar todos los libros".
Palinuro nació en 2003. A Sergio le iban a robar el carro, pero fue casi solamente. Hizo cuentas y reflexiones y se le ocurrió ir a cumplir el sueño que Obregón tenía hace tanto y que reiteraba en las noches de tragos: una librería de libros leídos (no tanto de segunda). "El primer asustado fue el mismo Obregón", dice Luis Alberto, que era el que tenía más tiempo y quedó de librero. Buscaron local. Lo querían en el centro y el bar Acuarela estaba desocupado. Era perfecto: "pequeñito, con un sarcito".
Luis Alberto va todos los días. Los demás de vez en cuando, aunque no dejen el amor. Lo escribió en la tercera hoja del libro rojo, Héctor Abad, en diciembre de 2003: "La abrimos el 7 de febrero del presente año y durará mientras Luis Alberto Arango conserve el entusiasmo. Es, ha sido, será, una felicidad".
A ese señor calvito que escoge los libros, que los organiza, que sabe cuáles están y cuáles se han ido, que conversa con el que llegue, que lleva las cuentas, que tiene historias, que contesta el teléfono que suena y suena, que la gente saluda cuando pasa, lo acompañan los libros y las fotos.
No lee tanto como se cree, porque no le queda tiempo. Al frente está Borges, por ahí está Cortázar. Pequeños, enmarcados, ellos: Elkin, Héctor, Sergio y Luis Alberto. Los que un día soñaron que una librería podía, incluso en estos tiempos, durar diez años. Los que siguen escribiendo, y ojalá por muchos años más, libros leídos.
Les dijo Juan Gabriel Vásquez en el libro aquel: "He conocido a muchos personajes de novela, pero nunca había estado en una librería que lo fuera".
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