En este mundo a todos nos puede pasar de todo, desde lo bueno, bueno, hasta lo malo y peor. Pero hay cosas que no le pueden pasar sino a una gallina, y a una gallina con la suerte más negra del mundo, o simplemente saraviada, tal como se les dice a las volátiles grises, o algo así. La historia, como esta columna, es corta; tiene que ser corta, de corto vuelo como la hermana gallina.
El asunto es bien sencillo. Una de esas damas emplumadas del corral “dio a luz” en días pasados un huevo grande, de veras grande, cosa que no es muy rara. Hay huevos muy grandes y esto no es un fenómeno. El fenómeno es que dentro de ese huevo grande venía otro huevo. Y ahí la cosa sí se complicó, no solo para el ave implicada sino para los sabios que ahora se dedican a explicar el caso.
Esa fue la historia, con un huevo secreto, escondido como los famosos “micos” tamaño gigante que aparecen en nuestro llorado Congreso... porque pensamos que no va más. Y con el agravante para la sacratísima corporación que el mico grande tenía otros miquitos adentro. En fin, la cosa es que la gallina cuando vio su parto se dijo plumas adentro: esto no me vuelve a pasar. La próxima vez vuelo y me tiro entre el primer sancocho que encuentre.
PAUSA. El champán (no champaña) te lo mereces en la victoria y en la derrota lo necesitas. Napoleón.
¿BOBALICÓN? Al señor alcalde de Nueva York, a quien conozco solo en TV, se le ocurrió una idea brillante como algunas otras que conocemos y de las cuales hablaremos más adelante. El buen señor piensa prohibir la venta de bebidas azucaradas en los restaurantes... pero en envases grandes. ¿Y, entonces, para qué son los chicos? No creo que el cabezazo del burgomaestre dé para más comentario.
Sin embargo, no me quedo con la gana de recordar una medida colombiana por medio de la cual se prohíbe la venta de cigarrillos sueltos, sueltos como iban a quedar muchos hampones con la famosa “desley” de no sé qué y obligaban al vendedor callejero a entregar solamente el paquete completo. Claro que la cosa no funcionó ni funcionará porque hay un hueco en las camisas llamado bolsillo y en ese bolsillo va un paquete abierto que “es para mi consumo, señor agente”... Y así termina toda acción contra el vendedor. Aprenda, señor alcalde de Nueva York.
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