Un terremoto en enero, un brote de cólera en octubre y un huracán a comienzos de noviembre, no ofrecen muchas esperanzas como para pensar que las elecciones de este domingo en Haití representan una salida clara a la profunda crisis política, social y humanitaria que vive el país desde hace décadas, pero agravada al extremo en 2010.
Es más, la violencia endémica que ha girado en torno al poder político en el país más pobre del Continente, ha regresado esta última semana con más fuerza para agravar un panorama que de por sí es desolador en Haití: ruinas, inundaciones, saqueos y muertos por doquier. Y lo que es peor, un país dividido, sin liderazgos ni dolientes, y ahora en abierto y peligroso rechazo a la presencia en su territorio de la comunidad internacional, a la que acusa de ser la responsable de su última tragedia: el cólera.
De los 4.5 millones de votantes habilitados para los comicios de este domingo, poco más de la mitad está viviendo en albergues temporales, la mayoría no ha superado el duelo por la muerte de sus seres queridos durante el terremoto, y nadie está exento de contagiarse de cólera, que ha matado a cerca de 1.600 personas y amenaza la vida de otras 60.000. ¿Podrá Haití tener unas elecciones seguras y confiables en medio de semejante panorama?
Nadie lo garantiza, salvo la Misión de Observación Electoral Conjunta (MOEC) de la OEA y la Comunidad del Caribe (Caricom), que no aceptaron los pedidos de muchos haitianos de aplazar la elección del sucesor del Presidente René Préval, de 11 de los 30 senadores y de los 99 miembros de la Cámara de Diputados.
La ONU programó para el próximo 3 de diciembre una reunión extraordinaria para analizar la difícil situación de Haití y la forma en que garantizará que la ayuda internacional que sigue llegando a la isla no se pierda en la transición del gobierno.
La fragilidad institucional y política no es la única preocupación de los organismos internacionales en Haití, pues la propagación del cólera, no solo a lo largo y ancho del país caribeño, sino hacia otras zonas como República Dominicana y Florida, en Estados Unidos, activó las alertas en la región.
El envío de personal médico y de enfermeras a las zonas afectadas se ha visto restringido por razones sanitarias, pero también de seguridad. Los enfrentamientos callejeros entre seguidores de los distintos candidatos y las agresiones contra miembros de la Misión para la Estabilización de Haití (Minustah) han dificultado las tareas para controlar la epidemia y, por ende, su rápida propagación.
Bajo este sombrío panorama, las pocas salidas que quedan no están en manos de los haitianos. Dependerá de la OEA garantizar unas elecciones transparentes y de la comunidad internacional cumplir, de una vez por todas, el papel de reconstruir el país en lo social, lo político y lo económico. No es solo volver a levantar las casas que tumbó el terremoto e inundó el huracán sino, además de eso, ayudarles a ser viables como Estado.
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